Gracias. Carta de monseñor Carlos Osoro a la diócesis de Valencia
«Os he querido y lo seguiré haciendo de otra manera. Habéis realizado la conquista de mi corazón, en el que siempre estaréis». Con estas palabras se despedía monseñor Carlos Osoro, arzobispo electo de Madrid, de la archidiócesis de Valencia
Queridos hermanos sacerdotes, diáconos permanentes, seminaristas, religiosos, religiosas, miembros de los Institutos Seculares, Sociedades de Vida Apostólica, vírgenes consagradas, laicos cristianos (niños, jóvenes, familias, ancianos), hermanos y hermanas todos:
Cuando acaba de darse la noticia de que el Santo Padre, el Papa Francisco, me envía a la archidiócesis de Madrid, deseo expresaros a todos mi afecto y gratitud por estos años que mediante la sucesión apostólica ha sido Cristo quien ha llegado a vosotros. Siento un deseo inmenso de daros las gracias: he experimentado vuestro afecto, consideración y cercanía, que habéis manifestado de formas muy diferentes, pero que os aseguro que habéis llegado a mi corazón muy profundamente. A veces en mí oración le decía al Señor: «¿Cómo puedo yo, Señor, darles y devolverles todo lo que este pueblo me regala?». Siempre me venía aquella expresión de san Agustín: «No busques qué dar. Date a ti mismo». Os aseguro que he tratado de hacerlo. Estoy convencido que no siempre con acierto, pues en toda persona, también en el arzobispo, habrá habido deficiencias, debilidades y pecados. Perdonadme. Os aseguro también que siempre tenía presente aquello que en la teología del ministerio sabemos: en la palabra de los apóstoles y sus sucesores es Cristo quien habla, mediante sus manos Él es quien actúa en los sacramentos, en su mirada está la mirada de Cristo que nos envuelve y nos hace sentir amados y acogidos en el corazón de Dios. Gracias y perdón si esto no lo percibisteis. Os he querido y lo seguiré haciendo de otra manera, pero habéis realizado la conquista de mi corazón, en el que siempre estaréis todos los valencianos.
Quiero deciros también que el Señor nunca abandona a su pueblo, y por eso os entrega un nuevo pastor, el cardenal don Antonio Cañizares Llovera, que por ser un hombre bueno y siempre de Dios, que ha querido realizar y construir siempre la cultura del encuentro y tiene ese arte del que nos habla san Gregorio Magno, cuando escribe que «el gobierno de las almas es el arte de las artes», que entre otras cosas conlleva: prudencia, fortaleza, valentía, firmeza, misericordia y un celo para guiar al Pueblo de Dios y estar cerca de todos, suscitando siempre esperanza. Recibidle con alegría y de la manera que sois vosotros. Viene porque ha sido llamado a una misión excelente: perpetuar la obra de Cristo, Pastor Eterno. Sabe muy bien que el corazón de la Evangelización es Cristo. Ved en don Antonio aquello que san Pablo decía: «Es preciso que los hombres vean en nosotros a siervos de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Cor 4, 1-2).
Gracias, queridos sacerdotes, quise ser para vosotros padre, hermano y amigo, y la respuesta vuestra me hizo experimentar que tenía verdaderos hijos, hermanos y amigos. Gracias, no os olvidaré nunca.
Gracias, queridos diáconos permanentes, por vuestra entrega, testimonio y afecto. Habéis sido expresión viva en medio del mundo desde vuestras familias y trabajo, presencia de la visibilidad pública de la dimensión diaconal de la Iglesia que entrega la paz del Señor y su Amor.
Gracias a los seminaristas y a quienes son sus rectores y formadores: ¡Qué bien me lo he pasado con vosotros! ¡Cuántos proyectos! ¡Cuántas ilusiones! No las perdáis: merece la pena gastar la vida por anunciar a Jesucristo. Merece la pena prestar la vida para que el Señor se haga presente en el mundo a través de vosotros. Sabéis muy bien que tenía puesto mi corazón en todo lo vuestro: como crecíais en todas las dimensiones de la vida, en vuestras necesidades espirituales y materiales. Os quiero y seguid adelante, ¡qué vocación y qué aventura más maravillosa el dar a conocer a Dios!
Gracias a los miembros de la vida consagrada en sus múltiples expresiones de vida activa y contemplativa por vuestra respuesta a la llamada del Señor a una entrega radical total, definitiva e incondicional y apasionada, siendo testigos fuertes del amor de Dios en medio de este mundo que necesita ese Amor. Os quiero, y la Iglesia os necesita. Habéis sido mis amigos, siempre encontré en vuestras comunidades verdaderos hermanos y hermanas, que me recordaban los valores del Reino. Vuestros carismas son una riqueza necesaria para la Iglesia. Los monasterios de contemplación son para nuestra Iglesia diocesana pulmones que nos dan oxígeno a todos. Los que en la vida consagrada trabajáis en el mundo, estáis comunicando el Amor y hablando de Dios con presencias y obras concretas. Gracias.
Gracias a los laicos cristianos que sois mayoría en el Pueblo de Dios. Sois hombres y mujeres que buscáis el Reino de Dios ocupándoos de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. Lo hacéis desde vuestros trabajos y profesiones, en la vida pública, desde vuestra familia, en los grupos de infancia y de juventud, en y desde una ancianidad vivida con la preocupación de que quienes están a vuestro lado vivan la fe. Qué bien sonaba a mis oídos lo que las mayores algunas veces me decían en la calle: «Bonico, ¿está contento?».
Permitidme que haga una mención especial a los jóvenes. Gracias por vuestra respuesta. Sed valientes y seguid la aventura que Cristo os propone, es de presente y futuro para este mundo. Ánimo y esperanza siempre. Gracias por vuestra cercanía, afecto y fidelidad. Al Movimiento JUNIOR MD, gracias a los dirigentes, educadores, niños y niñas. ¡Cuánto bien hacéis en la Iglesia a la infancia y adolescencia! ¡Cuánto bien me habéis regalado! A los Scouts gracias por vuestra entrega y trabajo con la originalidad que tiene este movimiento. A todos los movimientos de familia, gracias. A todas las asociaciones y movimientos muchas gracias por vuestra presencia en el compromiso temporal, actuando siempre según la doctrina social de la Iglesia.
Os pido a todos que recéis por mí y por mi ministerio episcopal. Aprendí mucho con vosotros, intentaré no dejaros en mal lugar. Gracias a las autoridades autonómicas y municipales, a los diversos grupos políticos, a las autoridades miembros del mundo académico, judicial y cultural. Con gran afecto, os bendice.