Gracias al Papa que nos acercó a las periferias físicas y existenciales - Alfa y Omega

Gracias al Papa que nos acercó a las periferias físicas y existenciales

Gracias por guiar a la Iglesia por la senda de la misericordia y la esperanza. Gracias, Francisco, Santo Padre, Jorge Mario Bergoglio, por tu vida

Alfa y Omega

No se puede decir mucho más de los ríos de tinta que estos días se han vertido sobre la figura y el legado que nos deja el Papa Francisco. Para todo el equipo de Alfa y Omega, que hemos seguido sus pasos día tras día, su magisterio ha sido un intenso aprendizaje de lo que significa el mensaje evangélico, que no es otro que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Estos días en medios de comunicación variopintos que rellenan horas de emisiones con análisis de todas las costuras del pontificado, muchos contertulios se preguntan si al recalcar que él era el Papa de las periferias, del fin del mundo, de los pobres, significa que otros no lo fueron. No es así. Sencillamente son acentos. El Espíritu Santo suscita a los líderes de la Iglesia católica que llegarán al mismo lugar, pero con diferentes formas de expresarse o comunicarse. Francisco ha sido un Papa de lo sencillo. A la hora de hablar, a la hora de vivir, a la hora de privilegiar, como dice la corresponsal de COPE y colaboradora de Alfa y Omega Eva Fernández en estas páginas. Es decir, a la hora de priorizar siempre se ha puesto del lado de aquellos que nadie recuerda o nunca ocuparían los titulares de los grandes medios de no ser por él. Por eso se fue a Myanmar y Bangladés a nombrar a los sin nombre. A los rohinyás. Por eso escribe cartas a niños que les hablan de sus abuelos o llama por teléfono a mujeres que están viviendo un infierno en sus casas o sacerdotes que, retirados, viven en soledad sus últimos años de vocación. El Papa miraba a quien tenía enfrente como si fuese la única persona que existía, ya fuera un presidente del Gobierno o un anciano enfermo. Y ese es el gran legado que nos deja este hombre humilde: que cada una de las personas que se acercan a nosotros son hijos predilectos de Dios. No deberíamos seguir con nuestras vidas, entregadas a la vocación de seguir a Cristo, sin este aprendizaje. Que nadie que pase por nuestro lado nos sea indiferente.

Gracias Santo Padre, Francisco, por enseñarnos la humildad de pedir cada día que rezásemos —y seguiremos haciéndolo— por ti. Gracias por cada vez que has abrazado como un padre un cuerpo enfermo. Gracias por cada lágrima derramada escuchando las historias de aquellos que sufren el horror de la guerra, de la pobreza, del abandono. Gracias por responder a aquel niño italiano cuando te preguntó si su papá, ateo, estaría en el cielo. Gracias por tu hondura teológica en tus escritos, tan poco alabados por una gran mayoría. Gracias por recordarnos que existen los cristianos perseguidos en los lugares más recónditos del mundo. Gracias por hablar cada día con el párroco de Gaza y por mantenerte al teléfono durante un ataque de Hamás junto a tu amigo judío. Gracias por esa diplomacia escondida que tan poco se conoce y tanto se cuestiona. Gracias por guiar a la Iglesia por la senda de la misericordia y la esperanza. Gracias por devolver la dignidad a tantas personas. Gracias por reconocer los errores. Gracias, Francisco, Santo Padre, Jorge Mario Bergoglio, por tu vida.