General don Luis Mendieta: 12 años secuestrado por las FARC: «No quiero guardar rencor»
Luis Mendieta pasó casi doce años secuestrado por los terroristas de las FARC. Poco antes de su liberación, había tenido un sueño: Jesús estaba en la cruz, y él, a su lado, en otra, pero Jesús le comunicó que ya se podía bajar. «No quiero guardar rencor —dice respecto a sus captores—; si tuviera resentimiento, no podría disfrutar de mis seres queridos»
Don Luis Mendieta es el agregado de Policía de la Embajada de Colombia en España, y el general más antiguo de la Policía Nacional de su país, con 53 años. En su biografía, hay una ruptura entre el 1 de noviembre de 1998, en que fue secuestrado por las FARC, y el 13 de junio de 2010, fecha de su liberación.
Al oficial Luis Mendieta le gustaban los retos. Por eso aceptó ponerse al frente de la comisaría de una pequeña población llamada Mitú, en una de las zonas más azotadas por la guerrilla y el narcotráfico. El 1 de noviembre de 1998, unos dos mil terroristas arrasaron Mitú, asesinaron a 40 personas y secuestraron a 61 militares. Allí comenzó su infierno: noches interminables encadenado con argollas al cuello que le cortaban el riego sanguíneo; marchas de la muerte en las que caminaban durante tres meses seguidos casi sin descanso y que le provocaron una parálisis por la que sus compañeros tenían que arrastrarle en volandas para que pudiera aguantar. En una de aquellas noches de horror, harto de estar empapado en su propia orina, se arrastró como pudo entre el fango para intentar asearse en un arroyo. A partir de ese momento, volvió a andar. Ese día también se había encomendado a Dios, tal como hizo en cada uno de sus casi 12 años de encierro. Luis Mendieta encontró en la oración la fortaleza necesaria para seguir adelante. A las pocas semanas de su secuestro, tuvo un sueño en el que la Virgen le animaba a rezar para conseguir salir de la selva con vida, y no sólo se puso a ello con todas sus fuerzas, sino que montó un grupo de oración junto a otros diez secuestrados, en el que rezaban el Rosario y leían la Biblia.
Un matrimonio indestructible
Sus días eran lluvia, hambre, suciedad, soledad, olor a moho, rifles apuntando a matar y, sólo de tarde en tarde, una señal de aliento, cuando la cárcel de la selva dejaba pasar un hilo de voz del mundo exterior a través de la radio. Allí podía escuchar a su esposa, María Teresa, cuando le lanzaba mensajes llenos de cariño y esperanza. Ella nunca dejó de rezar por él, y el general Mendieta está convencido de que, a lo largo de esos 12 años de ausencia, su amor hacia ella se hizo indestructible. Cada 13 de junio, fecha de su cumpleaños, su mujer se las apañaba para que la dejaran radiar una serenata de cumpleaños. Una de las penas más dolorosas que le acompañaban en la selva era saber que se estaba perdiendo la adolescencia de sus hijos Jenny y José Luis, que tenían sólo 12 y 13 años cuando le secuestraron. Lo peor fue cuando uno de los terroristas escupió la cruel y falsa noticia de que su hijo José Luis había muerto en un accidente de tráfico.
En una ocasión, el entonces cabecilla de las FARC, Mono Jojoy —que fue abatido por el ejército apenas tres meses después de su liberación—, le había comentado que él sería el último al que dejarían libre. De vez en cuando, la selva tenía sus detalles, y cuando alguien recuperaba la libertad, veían águilas en el cielo. Y el 13 de junio de 2010, un águila volvió a planear sobre sus cabezas. Después, el cielo arrojó fuego. Trescientos efectivos del ejército colombiano consiguieron rescatar a Luis Mendieta junto a otros tres militares. Meses antes de su liberación, había tenido otro sueño. Jesús estaba en la cruz y Mendieta a su lado, en otra, pero Jesús le comunicó que ya se podía bajar.
Por fin, pudo decirle a su mujer todo lo que la había escrito en cientos de cartas enviadas desde su cautiverio. Por fin, abrazó a su hija Jenny y apenas pudo contener el llanto al ver frente a si a su hijo José Luis, al que creía muerto. Dios también le permitió abrazar a su padre, de 89 años, y a su suegro, que murió a los 15 días de su regreso. Su padre lo hizo tres meses después. Los dos quisieron esperar al general Luis Mendieta, a un hombre de fe que, en medio del terror, encontró el atajo de la verdadera Vida: «No quiero guardar rencor; si tuviera resentimiento, no podría disfrutar de mis seres queridos».