Contaba Marcel Proust que «aquello que uno ama está demasiado en el pasado, consiste demasiado en el tiempo perdido en su compañía». Reelaborar ese pasado tras el abandono, gestionar el recuerdo —o el olvido— intentar a tientas resurgir del fondo del abismo a través de un viaje exterior e interior, eso es lo que mueve a los personajes que habitan el fascinante mundo de Furiosa Escandinavia, un texto de Antonio Rojano galardonado con el premio Lope de Vega 2016.
Y este montaje, bajo la espléndida dirección de Víctor Velasco y la cuidadísima escenografía e iluminación de Alejandro Andújar, nos sumerge en el inconexo mundo de la memoria, de la soledad y de la pérdida. Nos convierte en voyeurs que fisgamos, tras indiscretos ventanales de cristal, la vida, los recuerdos y los sueños de los personajes. Y asistimos expectantes a la historia de Erika, que acaba de ser abandonada por T. y pretende hacer del olvido su arma contra la soledad y la angustia, contando para ello con el apoyo de Lucas y con la ayuda de Balzacman, que a su vez inicia un delirante viaje en busca de su amor, Irene, a la que cree en compañía de T.
Pretendía el autor presentar los grandes temas de la recherche proustiana a través de una forma nueva. Y el gran acierto tanto del texto como del montaje estriba en que esa forma nueva responde fielmente a las ideas de Proust. En efecto, la trama se presenta como un caleidoscopio aparentemente inconexo, mezcla de realidad transformada por el recuerdo, de escenas oníricas y de verdades inciertas, obligando al espectador a ir recogiendo fragmentos que al final se revelarán partes indispensables de un puzzle complejo y cautivador. De igual manera, el novelista francés se sumergía en el mundo de la memoria entendiéndola como una «bruma densa sobre el océano que suprime los puntos de referencia de las cosas» y descubría «la interpolación fragmentada e irregular en la memoria de aquel olvido de tantas cosas». Y eso, precisamente eso, es Furiosa Escandinavia.
La obra se sustenta, además, sobre cuatro pilares, los cuatro actores que dan vida a los personajes, un absolutamente soberbio Francisco Carril, interpretando al surrealista y poliédrico personaje de Balzacman, una maravillosa Erika encarnada por Sandra Arpa y unos magníficos David Fernández Fabu e Irene Ruiz en los papeles de Lucas y Sonia y Agnes. Todos realizan una precisa exhibición de movimiento y presencia escénica.
Merece la pena iniciar como espectadores este viaje hacia el paisaje helado de un país lejano o de nuestro propio interior, apoyarnos en el viejo arte de Talía como la mejor manera, quizás, de huir de la soledad y el vacío, acompañar a estos personajes en su proceso de reelaboración del pasado para poder volver a mirar hacia delante, y hallar refugio, como el poeta sevillano, «allá, allá lejos, donde habite el olvido».
★★★★☆
Teatro Español
Calle del Príncipe, 25
Antón Martín
Hasta el 16 de abril