Francisco con los indígenas canadienses: «Que esto no vuelva a pasar»
El Papa se reúne con los indígenas y la comunidad parroquial en la iglesia del Sagrado Corazón, en Edmonton. «La reconciliación no es tanto una obra nuestra, es un don que brota del Crucificado», les ha dicho
«Estoy contento de volver a ver los rostros de varios representantes indígenas que hace algunos meses fueron a visitarme a Roma», dijo el Papa al comienzo de su visita a la Iglesia del Sagrado Corazón de los Primeros Pueblos, en Edmonton, durante el viaje apostólico a Canadá que está llevando a cabo estos días.
«Aquel encuentro fue muy significativo —recordó el Santo Padre—. Ahora estoy en la casa de ustedes, amigo y peregrino en sus tierras, en el templo donde se reúnen para alabar a Dios como hermanos y hermanas», cuenta Vatican News.
Francisco manifestó su alegría al constatar que dicha parroquia es una comunidad en la que confluyen personas de diversas comunidades indígenas: «Esta es una casa para todos, abierta e inclusiva, tal como debe ser la Iglesia, familia de los hijos de Dios donde la hospitalidad y la acogida, valores típicos de la cultura indígena, son esenciales; donde cada uno debe sentirse bienvenido, independientemente de la propia historia y de sus circunstancias vitales».
El Sucesor de Pedro también advirtió que «en la Iglesia el trigo se mezcla con la cizaña, también en la Iglesia», y puntualizó que «precisamente a causa de esa cizaña» quiso realizar esta peregrinación penitencial a Canadá, «haciendo memoria del mal que sufrieron los pueblos indígenas por parte de muchos cristianos, y con dolor pedir perdón».
Para el Pontífice, duele pensar «que algunos católicos hayan contribuido a las políticas de asimilación y desvinculación que transmitían un sentido de inferioridad, sustrayendo a comunidades y personas sus identidades culturales y espirituales, cortando sus raíces y alimentando actitudes prejuiciosas y discriminatorias, y que eso también se haya hecho en nombre de una educación que se suponía cristiana».
Por el contrario, la verdadera educación «siempre debe partir del respeto y no es ni puede ser nunca algo que se impone, porque educar es la aventura de explorar y descubrir juntos el misterio de la vida».
Luego el obispo de Roma habló de reconciliación, y sugirió que «la reconciliación obrada por Cristo no fue un acuerdo de paz exterior, una especie de compromiso para contentar a las partes», y tampoco «una paz caída del cielo, que llegó por imposición de lo alto o por absorción del otro», recalcó. «Es Jesús quien nos reconcilia en la cruz, en aquel árbol de la vida, como les gustaba decir a los primeros cristianos», sostuvo el Papa.
En este sentido, «si queremos reconciliarnos entre nosotros y dentro de nosotros, reconciliarnos con el pasado, con las injusticias sufridas y la memoria herida, con sucesos traumáticos que ningún consuelo humano puede sanar, hay que levantar la mirada a Jesús crucificado, hay que obtener la paz en su altar».
El Papa resaltó que «es precisamente en el árbol de la cruz donde el dolor se transforma en amor, la muerte en vida, la decepción en esperanza, el abandono en comunión, la distancia en unidad. La reconciliación no es tanto una obra nuestra, es un don que brota del Crucificado, es paz que viene del Corazón de Jesús, es una gracia que hay que pedir».
Por último, en referencia a los dolores experimentados por los indígenas en el pasado en las escuelas residenciales, Francisco exclamó: «En nombre de Jesús, que esto no vuelva a pasar en la Iglesia. Que Jesús sea anunciado como Él desea, en la libertad y en la caridad, y que cada persona crucificada que encontremos no sea para nosotros un caso que resolver, sino un hermano o una hermana a quien amar, carne de Cristo a la que amar».
Para favorecer «la sanación de la memoria herida», Francisco propuso «no encasillar a todos dentro de esquemas prestablecidos, sino ponerse ante el Crucificado y ante el hermano para aprender a caminar juntos», porque la Iglesia «no es un conjunto de ideas y preceptos que inculcar a la gente, sino una casa acogedora para todos».
Tras su discurso, hubo un momento de oración compartida, y al salir el Pontífice bendijo la estatua de santa Catalina Tekakwitha, la primera indígena canonizada en la Iglesia católica.