Francesca Di Giovanni: «La voz de la Santa Sede debe ser escuchada»
La abogada italiana Francesca Di Giovanni conoce al dedillo el engranaje de la maquinaria diplomática de la Santa Sede. Lleva casi tres décadas trabajando en las oficinas de la Secretaría de Estado del Vaticano, el equivalente al gabinete del primer ministro. Desde mediados de enero su perfil minucioso y discreto encajó en la Subsecretaría para el Sector Multilateral de la Sección para las Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado, coordinada por el arzobispo Paul Richard Gallagher. Un movimiento con gran repercusión mediática, por ser la primera mujer en las altas dependencias de este órgano del Vaticano donde trabajan a destajo por un mundo en paz los colaboradores más próximos del Papa. El departamento que dirige existía en la sombra, pero con su designación ha confirmado su vocación de altavoz del Vaticano a escala internacional
Su encargo se encuadra bajo el título Seguimiento del Sector Multilateral. ¿En qué consiste?
Nos ocupamos de las relaciones de la Santa Sede con los organismos internacionales, así como de los sistemas de aplicación de los tratados multilaterales. Son dos aspectos importantes, porque regulan la voluntad de los estados en temas que conciernen al bien común internacional: temas de desarrollo, ambiente, resolución de conflictos, dimensión de la mujer, la tutela de la propiedad intelectual, el desarme, la discriminación racial…
¿Cuál es la valoración general que se hizo de la COP25?
Había una gran expectación tanto por parte de la comunidad científica como por parte de la población en general, sobre todo de los jóvenes que, a pesar de los esfuerzos de España, sufrieron una gran desilusión. Todos estaban de acuerdo en la necesidad de un plan de acción concreto y global para hacer frente al cambio climático y, sin embargo, solo llegaron a una mera declaración de principios. Como dijo entonces el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, la COP25 fue una «ocasión perdida». Por eso, ahora miramos con esperanza a la COP26. Será fundamental para testar la voluntad de la comunidad internacional para aplicar el Acuerdo de París de manera efectiva, y responder a su vez las demandas de la ciencia y de las poblaciones más vulnerables. Hay que lograr un mecanismo financiero y de flexibilidad en torno al mercado del carbono.
¿Y respecto al avance de los pactos mundiales de migrantes y refugiados?
La Santa Sede participó tanto en las consultas del Pacto Mundial sobre los Refugiados de Ginebra de 1951, como en la negociación entre países que dio luz verde al Acuerdo sobre Migración firmado en Marrakech a finales de 2018. Es cierto que algunos le han dado la espalda, y también la Santa Sede ha presentado ciertas reservas, pero es un paso adelante. Es la primera vez que la comunidad internacional trata de afrontar este desafío de forma conjunta. Ahora hay que ponerlo en práctica y no dejarlo olvidado en el cajón.
En el sínodo sobre el Mediterráneo organizado en Bari, muchos obispos han reclamado a la UE que ponga en marcha corredores humanitarios.
La primera solución es que estas personas no se vean obligadas a huir de sus países. Pero si esto no es posible, tenemos que evitar que pongan en riesgo su vida durante la fuga. Llamamos a esta solución corredores humanitarios, pero, en realidad, es responsabilidad de la comunidad internacional responder a los flujos migratorios con vías legales y seguras. Ahora se trabaja en mecanismos para dotar a los países de origen de mayores posibilidades de desarrollo, pero esto debe ser controlado con lupa para que esos recursos sean invertidos en beneficio de la población y se conviertan en el futuro en un incentivo para quedarse.
Usted lleva 27 años en la Secretaría de Estado. ¿Por qué cree que llega ahora el ascenso?
No me esperaba para nada este nombramiento. Fue una sorpresa, pero desde hace años estaba presente la necesidad de crear la figura de un subsecretario que se ocupase del sector multilateral que antes se insertaba bajo el único subsecretario presente, monseñor Miroslaw Wachowski. Parejo al nombramiento he recibido muchos mensajes de apoyo y de simpatía de mis compañeros. Para mí ha sido como un regalo poder trabajar aquí en estos años. En la práctica, no he cambiado de temática, aunque el trabajo ha aumentado muchísimo.
¿Cómo ha cambiado la Secretaría de Estado en estas casi tres décadas?
Hay más laicos y más mujeres. Pero lo esencial sigue ahí. La Santa Sede trenza relaciones con una colaboración abierta que es muy apreciada en los organismos internacionales. De hecho, nos piden siempre que sigamos hablando. Es la agenda la que va cambiando, pero nosotros seguimos poniendo en el centro la dignidad de los hombres y sus derechos fundamentales.
Usted se encarga de varias áreas temáticas. ¿Es pionera la Santa Sede en alguno de estos ámbitos?
Las intervenciones públicas que hace el Santo Padre son un verdadero faro para la comunidad internacional y elegir un solo tema sería reduccionista. Baste pensar como ejemplo reciente en la influencia internacional de la encíclica Laudato si sobre el cuidado de la casa común, o su defensa de los inmigrantes. Pero también en el pasado el Vaticano ha estado en la vanguardia. San Juan Pablo II adoptó medidas concretas para promover el derecho de la mujer a recibir una educación de calidad cuando no se hablaba tanto de feminismo. Tras la IV Conferencia Mundial sobre la Mujer, que tuvo lugar en Pekín en septiembre de 1995, pidió a todos los institutos de educación católica que fomentasen la instrucción de las chicas. Esto tuvo un gran eco y muchos centros recibieron incluso premios de sus gobiernos por su empeño en el progreso de la mujer. Como decía san Pablo VI, la Iglesia es maestra de humanidad.
¿Podría ponernos algún ejemplo concreto del peso del Vaticano como Estado en las relaciones multilaterales?
La Santa Sede es un sujeto de derecho internacional. En algunas instituciones tiene un rol observador, como en la ONU, y, en otras, es un miembro de con pleno derecho. Lo que la distingue es que siempre lleva un mensaje de paz y concordia. Por eso y porque pone la persona en el centro de su preocupación, su voz debe ser escuchada. Toda negociación sobre cualquier tema se basa en la apertura al diálogo. Siempre procuramos por nuestra parte y esperamos de nuestros interlocutores que no se presenten con una actitud de cerrazón inicial. En el diálogo siempre es posible llegar, al menos, a la compresión de las razones del otro.
¿Cómo ve el futuro del departamento que dirige en la Secretaría de Estado?
La Subsecretaría para el Sector Multilateral, de la Sección de Relaciones con los Estados de la Secretaría de Estado en la comunidad internacional se enfrenta a un momento de falta de confianza en los organismos multilaterales y en la capacidad de los países para encontrar consensos globales. Pero es necesario que la voluntad de acuerdos prime a la larga, porque la casa que compartimos es una sola. El mundo no es muy grande y además está íntimamente interconectado, como estamos viendo estos días. Tenemos que ser conscientes de que lo que sucede en un país no se delimita exclusivamente a su territorio. No hay que rendirse al pesimismo, hay que volver a creer en la posibilidad de convivir en paz y de resolver juntos los problemas comunes.
¿Qué refleja su nombramiento en términos de igualdad en el Vaticano y qué puede ofrecer usted como mujer en un puesto como este?
El Santo Padre tomó una decisión innovadora, que más allá de mi designación, se enmarca en un proceso de reconocimiento y de atención particular hacia el trabajo de las mujeres. No soy la primera que ocupa un puesto de relevancia en otros los organismos de la Curia. Recuerdo las palabras del Papa en la Misa del 1 de enero, cuando destacó que la mujer es «mediadora de la paz». Creo que nosotras podemos ofrecer al mundo elementos de comunión, aún por pequeños que sean.
Ha trabajado con tres Pontífices. ¿Cuál es el acento de cada uno?
Sería reduccionista e injusto resumir en pocas palabras los pontificados de los últimos Papas. Pero puedo decir que he tenido el privilegio de trabajar junto a un santo. San Juan Pablo II tenía una visión antropológica muy amplia y concreta del hombre y de la mujer cristianos y de su papel en el mundo. De Benedicto XVI puedo destacar la lucidez con la que ha expuesto la verdad de Jesús y su mensaje, además de su amor a Él y a la Iglesia. Y de Francisco, destacaría su deseo de que la Iglesia realice plenamente su misión. De aquí su purificación para que pueda ser sal y luz del mundo.
¿Diría que hay resistencias a la mujer laica todavía dentro de la Curia?
Esto puede sonar un poco a tópico, pero siempre he encontrado una relación de colaboración concreta y sincera tanto con los laicos como con los sacerdotes. Quizá sea porque el mismo sector de las relaciones internacionales y de la diplomacia requiere una gran apertura.