Filippo Sorcinelli: «Para vestir a los Papas hay que creer» - Alfa y Omega

Filippo Sorcinelli: «Para vestir a los Papas hay que creer»

El CEO de Atelier LAVS busca en las casullas que elabora «la excelencia italiana». Su lana viene principalmente Biella y la seda de Venecia

Rodrigo Moreno Quicios
El sastre y organista ha vestido a Ratzinger y Bergoglio
El sastre y organista ha vestido a Ratzinger y Bergoglio. Foto: Atelier LAVS.

Sastre, organista y perfumista, se niega a que lo llamen «el sastre del Papa», pero ha colaborado estrechamente con la Oficina de Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice. Muchas de las casullas de Francisco son obra suya y Benedicto XVI fue enterrado con una mitra elaborada en la empresa que dirige, Atelier LAVS, a un tiro de piedra de la plaza de San Pedro.

Usted ha vestido a dos Papas. ¿Qué hay que tener en cuenta para hacerlo?
Para hacer este trabajo hay que ser creyente. Sin una dosis de fe no se puede. No requiere solo preparación técnica, sino que es un ministerio; es como tocar el órgano en la iglesia [también se dedica a ello, N. d. R.]. No se toca en la iglesia solo por ser músico, hace falta transmitir un mensaje y tener una misión que cumplir. En el caso de este tipo de sastrería, es necesaria una preparación litúrgica y un gran respeto. En la moda hay mucho arte y belleza, pero es necesario vivir la tradición. Si un sabio con mucho conocimiento lo hiciera, el resultado sería diferente al de alguien que cree; haría solo una túnica para una obra de teatro.

¿Qué piezas ha creado para los Papas?
Para Benedicto XVI hicimos muchas cosas. Para las grandes Misas en la basílica vaticana creamos la mitra blanca que usaba y con la que fue enterrado. La usaba sobre todo en Cuaresma y el Miércoles de Ceniza. Tenía la misma forma que la mitra de la Inmaculada de Pío IX. Para el Papa Francisco hemos hecho casullas desde el inicio de su pontificado. Hemos tenido una relación constante con la Oficina de Celebraciones Litúrgicas. Confeccionamos las primeras vestimentas para que la sacristía del Papa estuviese abastecida con las que utiliza más a menudo. Pero no somos los únicos sastres de la Santa Sede. Decirlo nos daría mucho brillo, pero sería una falta de respeto hacia el resto de compañeros.

¿Cuánto pueden costar? ¿Qué materiales se emplean?
Dependiendo de la elaboración, puede costar desde 400 euros una casulla sencillísima hasta 7.000 una pieza con meses de trabajo de muchas manos. Con los materiales buscamos la excelencia italiana. Son exclusivamente de aquí; la lana viene principalmente de Biella y la seda de Venecia. Dios y la belleza no pueden reducirse a algo material, lo sabemos, pero la liturgia exige el máximo porque debe representar lo máximo. Debe adoptar todas las estrategias para resultar excelente.

¿Tiene muchos clientes de otros países que le compren a su paso por Roma?
Tenemos tres tiendas: la sede central en Emilia Romaña, otra en Roma y otra en Asís. Fácilmente el 80 % de nuestra actividad es la venta a extranjeros. Casi no hacemos envíos y en nuestras creaciones prevalece la entrega en persona por si hay que hacer una última modificación. Un vestido sacramental no puede ser igual de una iglesia a otra. Hemos hecho casullas para Sudáfrica, Australia o Sudamérica. En estos países tienen una cultura propia de la liturgia.

Usted elabora también perfumes, ¿están relacionadas estas actividades?
La relación con las fragancias nació en la sastrería. Antes de entregar las piezas, las perfumábamos. Los perfumes son un viaje, una confirmación de la necesidad de belleza en el corazón del hombre. He creado una colección de ocho perfumes que habla de las sacristías de ocho lugares muy importantes; entre ellos, el Duomo de Milán, Notre Dame de París o San Marcos en Venecia.

¿Hay cardenales que llevan sus perfumes?
Sí, por supuesto. Son hombres con el sacrosanto derecho a comunicar algo. El mismo Benedicto XVI, lo sé gracias a su secretario personal, George Gänswein, apreciaba mucho la fragancia de sus vestidos sacros y la utilizaba para perfumar rincones de su casa. Y conozco a muchos sacerdotes y obispos que utilizan nuestros perfumes para lavarse las manos o ambientar el presbiterio.