La reciente Feria del Libro constata el enorme tirón popular del libro divulgativo de Historia y, sobre todo, de la novela histórica. A esta tendencia se une el éxito de las series de televisión de ambientación histórica, un fenómeno de masas en todo el mundo. Pero más allá de la natural atracción del hombre por sus orígenes, el estudio de la Historia resulta fundamental porque establece una relación de parentesco con los antepasados y un sentimiento de continuidad y tradición en el seno de un pueblo. Estudiar el pasado supone siempre una apertura a otros seres humanos y a otras culturas. Nos obliga a conocer lugares nunca vistos y a familiarizarnos con costumbres distintas. Por ello el oficio de historiador exige una curiosidad hacia el otro y una disposición para el asombro. Como ha señalado Owen Chadwick, el oficio de historiador requiere «humildad del corazón y apertura de la mente». Ahora bien, no en todos los historiadores alienta la buena disposición hacia la tradición recibida. Del mismo modo que en tiempos pretéritos era frecuente una mirada hostil hacia el otro, hacia culturas extrañas, hoy resulta habitual encontrarse con que en no pocos docentes e investigadores escasea el justo reconocimiento y aprecio por las raíces cristianas de nuestra civilización, o por el acervo cultural centenario de la identidad española.
El conocimiento de nuestro pasado nos debe revelar nuestro código genético espiritual y cultural, una sabiduría que hay que valorar. Una de las misiones más bellas de la investigación y la docencia en Historia debe ser revivir lo que está amenazado de desaparecer, imbuir permanencia a lo que, poco a poco, se va desvaneciendo: nuestras raíces milenarias, cuya comprensión y asimilación crítica debe marcar el oficio del historiador, que debe salir al encuentro de lo irrepetible e imperecedero sin desprenderse de sus juicios de valor, pero teniendo siempre presente el riesgo de caer en anacronismos, si no pondera bien estos juicios. El estudio de la Historia enseña que no existe solamente el texto, sino sobre todo el contexto. Un contexto siempre complejo. Para que la enseñanza de la Historia no sea adoctrinamiento, el adecuado estudio del contexto es absolutamente decisivo.
En cuestiones tan capitales para la formación humanística, y al mismo tiempo tan polémicas hoy, como la Historia de la Iglesia o la Historia de España, intentamos en el CEU brindar a nuestra sociedad una docencia y una investigación que aúnen el máximo rigor historiográfico y una fidelidad apreciativa por nuestra tradición recibida. El sincero aprecio por el legado de nuestros antepasados nunca es incompatible con el espíritu crítico del científico. Éste y no otro es el propósito que anima los dobles grados de Historia e Historia del Arte e Historia y Periodismo, de la Universidad CEU San Pablo, los únicos ofrecidos por una Universidad de inspiración cristiana en España (junto a los de la Universidad de Navarra). Queremos formar historiadores que sean personas con criterio para juzgar no sólo el pasado, sino también su presente, armados de un bagaje intelectual que muy pocas titulaciones pueden dar con la misma solvencia que la de Historia.
Alejandro Rodríguez de la Peña