Está en juego la sociedad
En algún momento de la vida, todos somos dependientes. ¿Queremos una sociedad que nos acoja en esos momentos, o una sólo para perfectos? El Congreso Las paradojas de la discapacidad, en la Universidad CEU San Pablo, ha dejado claro que el cuidado y el amor a las personas discapacitadas son el camino hacia una sociedad verdaderamente justa para todos
La discapacidad supone un reto para toda sociedad. De poco servirán las ayudas asistenciales si, en el fondo, se desprecia a las personas dependientes y se permite matarlas antes de nacer. Pero no sólo eso: «Lo que está en juego al hablar de discapacidad es nuestra idea de sociedad. ¿Queremos una sociedad sólo de personas perfectas, de 40 años, que puedan producir y gastar? ¿O somos capaces de sostener una sociedad en la que hay fragilidad, discapacidad, envejecimiento?». Según la convención de la ONU sobre los derechos de las personas con discapacidad, ésta es el resultado «de la interacción entre las personas con deficiencias y las barreras debidas a la actitud y al entorno». Y «nosotros, la sociedad, somos ese entorno». Es decir, el modelo de sociedad puede agravar o suavizar la discapacidad.
Esta idea ha estado en la base del congreso internacional sobre discapacidad que acogió, la semana pasada, la Universidad CEU San Pablo. La formuló doña Matilde Leonardi, presidenta del Comité Científico del congreso y del Comité Técnico-Científico del Observatorio Nacional Italiano de las Personas con Discapacidad. El congreso es el quinto que organiza la asociación Mediterráneo sin barreras, y ha contado con el apoyo del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, así como de muchas instituciones públicas y privadas. Su objetivo es intercambiar experiencias sobre discapacidad entre los países que forman el área geográfica del Mediterráneo, y también con otros países europeos, asiáticos y africanos.

La conferencia inaugural del encuentro corrió a cargo de don Adriano Pessina, de la Universidad del Sacro Cuore de Milán, que desarrolló el lema del congreso: Las paradojas de la discapacidad. Don Adriano alabó que esa misma convención de la ONU hable, precisamente, de personas con discapacidad. Esto —explicó— corrige un «planteamiento que se está consolidando en Occidente», según el cual se identifica el concepto de «persona con las funciones y la capacidad mental, llegando a negar el carácter de persona» a quienes no manifiestan estas capacidades superiores. Ninguna política socioasistencial que busque la igualdad —añadió– puede aceptar esto.
Una de esas paradojas de la discapacidad —continuó— es que no existe contraposición entre autonomía y dependencia, porque «nadie puede realizarse sin depender de otros», explicó el señor Pessina. En algún momento, todos somos dependientes: al nacer, por enfermedad, por envejecimiento… Esto, lejos de ser una carga, «es la condición normal del existir humano».
Yo me realizo, pero contigo
Por eso, la clave no está en la autorrealización —«yo me realizo por mí mismo, y los otros son una fuente de posibles conflictos»—, sino en la realización de sí mismo, en la que se goza «también de la grandeza y los dones de los otros, porque me siento partícipe de ellos». Una persona con una discapacidad grave «no podrá autorrealizarse», pero sí realizarse, como ser humano, cuando le cuiden.
El cuidado es esencial en el modelo de sociedad que se fue dibujando a lo largo del encuentro. De él habló doña Elena Postigo, profesora de la Universidad CEU San Pablo. Para cuidar, no basta con la «aplicación material de medidas terapéuticas»; sino que hay que abrir nuestra interioridad a la persona vulnerable. El buen cuidado —añadió— es «una manifestación de la capacidad de amar».
Ya don Adriano había afirmado que el amor, al reconocer la subjetividad de cada hombre, es lo que hace que «la justicia sea justa». Así que, al final, la discapacidad, al reclamar acogida, cuidado y amor, puede conseguir que «la sociedad no se encargue sólo de los discapacitados, sino de todos». He aquí otra paradoja.
Cómo afronta la sociedad la discapacidad no afecta sólo a los discapacitados que ya existen, sino a los que vendrán en el futuro. Lo subrayó el cardenal Antonio María Rouco, arzobispo de Madrid, durante la sesión inaugural del congreso. Hay «peligros graves —alertó— que se ciernen sobre las personas con discapacidad», y el principal es que, debido al abuso del diagnóstico prenatal, a muchos de ellos «no se les deja nacer». Él mismo —añadió— ha sido testigo de ello, al visitar centros dedicados a las personas con síndrome de Down. El cardenal recordó que, ya en el siglo XX, «se valoró a la persona con criterios cuantitativos, materialistas». Sin embargo, el valor de la persona reside en «su condición trascendente», en que es espíritu con «vocación de eternidad». Es más, para la antropología cristiana, estas personas «tienen, incluso, un plus de valor». Pero no se trata sólo de «una cuestión que interpela a la conciencia de un cristiano, sino a cualquier persona de cualquier religión». De hecho, en el congreso también participaron representantes del judaísmo y el Islam. El imán de la mezquita central de Madrid, don Tatary Riay, por ejemplo, insistió en que nunca se debe «eliminar una vida en gestación por el hecho de que se le haya diagnosticado alguna enfermedad». También añadió que «no hay nadie tan discapacitado que no sea capaz, que no pueda dar nada al otro», aunque sólo sea ayudándole a sacar lo mejor de sí mismo. Así se pudo ver durante la Jornada Mundial de la Juventud del pasado verano. En su intervención, el cardenal Rouco recordó la importante presencia y protagonismo, en ella, de jóvenes y voluntarios con discapacidad.