Esperanza, oración y fidelidad, vacuna frente al «virus del desaliento»

Esperanza, oración y fidelidad, la vacuna Francisco frente al «virus del desaliento»

En la catedral sirocatólica de Bagdad, escenario en 2010 de un atentado, el Papa ha pedido que el testimonio de los mártires «nos inspire para renovar nuestra confianza en la fuerza de la Cruz y de su mensaje salvífico de perdón, reconciliación y resurrección»

María Martínez López
Foto: Vatican Media.

«Las consecuencias de la guerra y de las persecuciones, la fragilidad de las infraestructuras básicas y la lucha continua por la seguridad económica y personal, que a menudo ha llevado a desplazamientos internos y a la migración de muchos». Son algunas de las dificultades que marcan la «experiencia cotidiana» de los cristianos iraquíes. A pesar de ello, el Papa Francisco ha exhortado a los obispos, sacerdotes, religiosos y seminaristas a no dejarse contagiar, ni ellos ni sus comunidades, por el «virus del desaliento que a menudo parece difundirse a nuestro alrededor».

Frente a esta enfermedad, durante su encuentro en la catedral sirocatólica de Nuestra Señora de la Salvación, en Bagdad, les ha recetado la vacuna de «la esperanza que nace de la oración perseverante y de la fidelidad cotidiana». Ante el último agravamiento de su realidad a causa de la pandemia de COVID-19 y las implicaciones en la vida de la Iglesia, «lo que nunca se tiene que detener o reducir es nuestro celo apostólico, que ustedes toman de raíces muy antiguas».

El sacrificio de los mártires

Las primeras palabras del Santo Padre han recordado que este segundo acto en Irak tenía como escenario un lugar «bendecido por la sangre de nuestros hermanos y hermanas que aquí han pagado el precio extremo de su fidelidad al Señor y a su Iglesia». Se refería al atentado perpetrado por Al Qaeda el 31 de octubre de 2010, en el que murieron 48 personas –incluidos dos sacerdotes– y otras 70 sufrieron heridas.

La Iglesia sirocatólica tiene abierta la causa de beatificación de los fallecidos. «Que el recuerdo de su sacrificio», ha pedido el Pontífice, «nos inspire para renovar nuestra confianza en la fuerza de la Cruz y de su mensaje salvífico de perdón, reconciliación y resurrección». Pensando en ellos, y también en «todas las víctimas de la violencia y las persecuciones», ha afirmado que «su muerte nos recuerda con fuerza que la incitación a la guerra, las actitudes de odio, la violencia y el derramamiento de sangre son incompatibles con las enseñanzas religiosas».

«Semillas de reconciliación»

En relación con esto, Francisco ha dado las gracias a los líderes eclesiales por su «compromiso de ser constructores de paz, en el seno de vuestras comunidades y con los creyentes de otras tradiciones religiosas, esparciendo semillas de reconciliación y de convivencia fraterna que pueden llevar a un renacer de la esperanza para todos».

También les ha agradecido el «haber permanecido cercanos a vuestro pueblo», buscando satisfacer sus necesidades e impulsando un importante «apostolado educativo y caritativo». Este, ha añadido, es «un valioso recurso» también para «la sociedad en su conjunto».

Pastores, no administradores

En clave más interna y volviendo a uno de sus temas recurrentes, ha pedido «pastores, servidores del pueblo y no administradores públicos. Siempre con el pueblo de Dios, nunca separados como si fuerais una clase privilegiada». Los obispos deben, dentro de su tarea, ser «particularmente cercanos» a sus sacerdotes. «Que no os vean como administradores o directores, sino como a padres, preocupados por el bien de sus hijos, dispuestos a ofrecerles apoyo y ánimo con el corazón abierto».

A los sacerdotes, religiosos, catequistas y seminaristas les ha animado a que su respuesta afirmativa al Señor, que «os invito a renovar cada día, lleve a cada uno a compartir la Buena Noticia con entusiasmo y valentía, viviendo y caminando siempre a la luz de la Palabra de Dios».

Todos tienen que realizar, ha admitido, tareas administrativas. Pero no pueden «pasar todo el tiempo en reuniones o detrás de un escritorio. Es importante que estemos en medio de nuestro rebaño y que ofrezcamos nuestra presencia y nuestro acompañamiento» a todos, especialmente a quienes «corren el riesgo de quedarse atrás»: jóvenes, ancianos, enfermos y pobres.

Cuidar a los jóvenes

Entre ellos, los ha exhortado a atender de forma especial a los jóvenes, duramente golpeados por el desempleo (en Nínive la tasa roza el 70 % entre los menores de 25 años) y la falta de perspectivas de futuro. «Ciertamente, su paciencia ya ha sido puesta a prueba duramente por los conflictos de estos años». Con todo, «son vuestro tesoro» y una «riqueza incalculable para el país», por encima del patrimonio arqueológico. Y como tal, «hay que cuidarlo, alimentando sus sueños, acompañándolos en el camino y reforzando su esperanza».

Por último, en un país con una decena de iglesias cristianas diferentes, ha invitado a los presentes a dejar de lado «todo tipo de egocentrismo y rivalidad» entre confesiones, pues las diferentes iglesias del país «son como muchos hilos particulares de colores que, trenzados juntos, componen una alfombra única y bellísima». Esta «no solo atestigua nuestra fraternidad, sino que remite también» a Dios, el artista que «la teje con paciencia y la remienda con cuidado». Los «nudos» de las incomprensiones y tensiones, «que llevamos dentro de nosotros» por nuestra condición de pecadores, «pueden ser desatados por la gracia, por un amor más grande», por el perdón y el diálogo fraterno.