Esperanza es tener el corazón anclado en el cielo - Alfa y Omega

Esperanza es tener el corazón anclado en el cielo

El Papa ha dejado, estos días, muy bellas reflexiones sobre las fiestas de Todos los Santos y Fieles Difuntos. En la tarde del viernes, el obispo de Roma celebró la Misa en el cementerio del Verano, el principal de la ciudad, y habló sobre la esperanza cristiana, que consiste en «tener el corazón anclado allá, donde están los nuestros, donde están nuestros antepasados, donde están los santos, donde está Jesús…». Éstas fueron sus palabras:

Redacción
El Papa Francisco reza ante una tumba del cementerio romano, a su llegada para la celebración de la Misa el 1 de noviembre
El Papa Francisco reza ante una tumba del cementerio romano, a su llegada para la celebración de la Misa el 1 de noviembre.

A esta hora, antes del ocaso en este cementerio, nos recogemos. Pensamos en nuestro futuro, pensamos en todos aquellos que se nos fueron. Todos aquellos que nos han precedido en la vida y están en el Señor.

Es tan linda aquella visión del cielo que hemos escuchado en la primera lectura. El Señor Dios, la belleza, la bondad, la verdad, la ternura, el amor pleno. Nos espera eso. Y aquellos que nos han precedido, y han muerto en el Señor, están allá. Y proclaman que fueron salvados no por sus obras: hicieron obras buenas, pero fueron salvados por el Señor. La salvación pertenece a nuestro Dios, que está sentado en el trono. Y Él es quien nos salva y el que nos lleva como un papá, de la mano, al final de nuestra vida, justamente a aquel cielo, donde están nuestros antecesores.

Uno de los ancianos, hace una pregunta: ¿Quiénes son éstos vestidos de blanco, estos justos, estos santos que están en el cielo? Son aquellos que vienen de las grandes tribulaciones y han lavado sus vestimentas, haciéndolas cándidas en la Sangre del Cordero. Solamente podemos entrar en el cielo gracias a la sangre del Cordero. Gracias al Sangre de Cristo, y justamente es la Sangre de Cristo la que nos ha justificado, nos ha abierto la puerta del cielo, y si hoy recordamos a éstos nuestros hermanos y hermanas que nos han precedidos en la vida y que están en el cielo, es porque fueron lavados en la Sangre de Cristo, Y ésta es nuestra esperanza, la esperanza de la Sangre de Cristo. Y esta esperanza no defrauda. Si andamos por la vida con el Señor, Él no defrauda nunca. Él no defrauda nunca.

Juan decía a sus discípulos: «Ved cuánto amor nos ha tenido el Padre para ser llamados hijos de Dios». Lo somos, por eso el mundo no nos conoce. Somos hijos de Dios. Pero eso que seremos no ha sido todavía revelado, ¡de más! Cuando Él será manifestado, nosotros seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es. Ver a Dios, ser semejantes a Dios, y ésta es nuestra esperanza. Y hoy, justamente, en el Día de los Santos, antes del Día de los muertos, es necesario pensar un poco en la esperanza. Esta esperanza que nos acompaña en la vida. Los primeros cristianos diseñaban la esperanza con un ancla, como si la vida fuera el ancla, allá arriba, y todos nosotros yendo, teniendo la cuerda. Una bella imagen, esta esperanza. Tener el corazón anclado allá, donde están los nuestros, donde están nuestros antepasados, donde están los santos, donde está Jesús, donde está Dios. Ésta es la esperanza, ésta es la esperanza que no defrauda, y hoy y mañana son días de esperanza.

La esperanza es como la levadura que te hace crecer el alma. Hay momentos difíciles en la vida, pero con la esperanza, el alma va adelante, va adelante… ¡Mira aquello que nos espera!

Hoy es un día de esperanza. Nuestros hermanos y hermanas están en la presencia de Dios. También nosotros estaremos allí, por pura gracia del Señor, si nosotros caminamos en la vía de Jesús.

Y concluye el Apóstol: «Quien tenga esperanza en Él, se purifica a sí mismo». También la esperanza nos purifica, nos aligera, te hace andar rápido, rápido, esta purificación de la esperanza en Jesucristo.

En este atardecer de hoy, cada uno de nosotros puede pensar en el atardecer de su vida. ¿Cómo será mi atardecer? El mío, el tuyo, el tuyo, el tuyo, el tuyo… ¡Todos tendremos un atardecer, todos! ¿Lo miro con esperanza, lo miro con aquella alegría de ser recibido por el Señor? Esto es lo cristiano y esto nos da paz.

Hoy es un día de alegría, pero de una alegría serena, de una alegría tranquila, de la alegría de la paz. Pensemos en el atardecer de tantos hermanos y hermanas que nos han precedido, pensemos en nuestro atardecer cuando venga, y pensemos en nuestro corazón y preguntémonos: ¿Dónde está anclado mi corazón? Si no está bien anclado, anclémoslo allá, en aquella Ancla, arriba, sabiendo que la esperanza no defrauda, porque el Señor Jesús no defrauda.

Formamos una única gran familia

«La comunión de los santos va más allá de la muerte y dura para siempre», explicó el Papa, en la Audiencia general de la pasada semana. «Todos los bautizados en la tierra, las almas del purgatorio y todos los Beatos que están ya en el paraíso forman una única gran familia. Esta comunión entre tierra y cielo se realiza sobre todo en la oración de intercesión». El Papa destacó también el aspecto comunitario de la fe. «Todos somos frágiles, todos tenemos limitaciones», e incluso dudas de fe. «Todos hemos experimentado esto, yo también». Pero, «en estos momentos difíciles, hay que confiar en la ayuda de Dios» y «tener el coraje y la humildad para estar abiertos a los demás, para pedir ayuda». Pues «somos una gran familia, donde todos los miembros se ayudan y se apoyan», dijo.