«España no está preparada para dar asilo a menores»
En nuestro país, más de 600.000 niños son migrantes, de los cuales unos 3.500 forman parte del grupo de menores no acompañados. Es en este contexto en el que la Iglesia celebró el pasado domingo la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado y realiza su labor, que se extiende durante todo el año, tal y como se puso de manifiesto en un encuentro que mantuvieron entidades de Iglesia con los medios de comunicación.
«Vergüenza» fue la primera palabra que dijo, como el Papa cuando se refirió a la isla de Lampedusa, Sebastián Mora, secretario general de Cáritas, uno de los participantes. Vergüenza por la situación de los menores migrantes que viven en España, porque las reagrupaciones familiares «son cada vez más complejas», porque «el impacto de la crisis ha sido más acusado en familias migrantes, donde los niños sufren mayores tasas de abandono escolar», porque se ha internado en CIE a menores —20 en 2015— o porque, con las devoluciones en caliente, que denunció «incompatibles con los derechos humanos», «no es posible saber si son niños o no». Y añadió: «Los menores quedan encerrados entre la legislación de extranjería y la de menores; la primera busca el orden público y el control de las fronteras, y la otra debería proteger a los niños. Los mecanismos de asilo en España no están preparados para acoger a menores a su cargo», añadió.
Además, el responsable de la sección de menores de la Comisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Menéndez, obispo de Astorga, recalcó la importancia de responder a la realidad de los menores no acompañados desde todas las instancias, también desde la Iglesia y los católicos; de ayudar a los migrantes en su integración y de ofrecer soluciones estables.
Por su parte, en una eucaristía con motivo de la jornada, el cardenal arzobispo de Madrid, Carlos Osoro, también denunció la situación de los miles de niños que han llegado a Europa los últimos años, «en cuyos rostros se palpa la vulnerabilidad», al tiempo que incidió en la necesidad de que los cristianos pongan «medios para eliminar esa carrera que lleva al tráfico de niños, su explotación y abuso». «La Iglesia ha de ser la voz de estos menores, llenos de sueños y de historias desgarradoras. Sus vidas son voz que interpela y nos pregunta: “¿Me dejáis un lugar donde vivir y crecer? Miradme a la cara, soy una persona que llegó a su casa. Hazme sitio”», dijo.