¡Eso será otra cosa! - Alfa y Omega

A la vista de un comportamiento inusual cuya motivación no era fácil adivinar, mi madre nos preguntaba: «¿Qué te pasa?». Cuando la respuesta se refería a algo desproporcionado…, mi madre contestaba tajante: «¡Eso será otra cosa!». Es lo que se me ocurre pensar frente a las manifestaciones con que estos días determinados altos responsables socialistas se han despachado a propósito del aborto. La Iglesia, en cumplimiento de su deber, ha vuelto a recordar la exigencia moral fundamental de respeto incondicional a la vida y dignidad de la persona humana desde el momento de la concepción hasta la muerte natural. Se trata de una exigencia moral natural que perciben y asumen millones de personas, creyentes y no-creyentes. A la Iglesia también le corresponde, sin duda, el deber de custodiar, defender, enseñar, urgir esta exigencia, a la vez que le asiste el pleno derecho a hacerlo. Ese deber cumplía y ese derecho ha ejercido la Iglesia en España por boca del presidente de la Conferencia Episcopal. Al mismo tiempo, desde el Gobierno se hacían manifestaciones, con retraso evidente, sobre proyectos para cumplir la promesa electoral de derogación de la actual legislación abortista.

Ante esto, la reacción de los más significados responsables socialistas no parece explicable como mera lógica secreción pavloviana de veteroanticlericalismo… Se revela una anemia conceptual grave; y, en dirigentes, alarmante. La una proclama, así por directo y sin más finuras teóricas, que a las leyes no se pueden llevar exigencias morales. ¿Tampoco la de no robar? ¡Cuidado! No sea que por llevarle la contraria a la Iglesia, se lancen a legalizar todas las conductas contrarias al Decálogo. El otro dice que hay que legislar para todos. Pero no explica cómo se logra ese objetivo en asuntos en los que ni se da ni parece que quepa esperar que se dé pleno acuerdo. En el fondo, quien así habla da erróneamente por supuesto que, si las posiciones inspiradas por convicciones morales o religiosas son particulares, hay una posición, la suya curiosamente, que, simplemente por no-religiosa, sería ya la común y la que, por tal, sería legítimo imponer a todos… Olvida que las posiciones no-religiosas no, por tales, dejan de ser tan particulares como cualesquiera otras.

Pero, junto a ese argumentario clásico de catecismo socialista para párvulos, en esta ocasión se denuncia el chantaje al que la Iglesia somete al Gobierno y la cesión de éste ante las presiones de los obispos. Para nada se tiene en cuenta que el Gobierno está obligado en este asunto por el mismo programa electoral del partido que lo sustenta parlamentariamente. Tal vez piensen –¿fundados en la experiencia?– que acusarles de connivencia con los obispos es el recurso más eficaz para paralizar al Gobierno y a su partido en este asunto. Y ya hay indicios de que en esto pueden no ir tan descaminados… ¡Ojalá nos equivoquemos!

En todo caso, a la vista del guirigay de airadas reacciones, parece sensato pensar que no se trata principalmente de lo que se dice, sino que, al menos también, eso será otra cosa: los problemas internos del partido de unos, las ambiciones de otros, la propaganda dirigida a activar bolsas primitivas de indignados multivalentes, etc.

Sosegarse y dialogar es, en tiempos de crisis tan ineludible, como posible.