«Mujeres… ¿Qué puedo decir? ¿Quién las hizo? Dios debió de ser un jodido genio». Son las palabras de un Al Pacino invidente en la película que en España titularon Esencia de mujer. El distribuidor, tirando de metafísica de droguería, resumía así la vida del protagonista, cuyo olfato talentoso lograba alambicar el alma de las damas ocultas a sus ojos. Hoy ese título no pasaría la censura: ¿Acaso existe todavía la mujer? ¿Quién tiene derecho a esenciarla? ¿No se trata siempre de una teorización opresiva? Las mismas acusaciones cargarán contra la editorial Homo Legens por haber coronado unos textos de Chesterton con el mismo título. En las discusiones sobre la cuestión femenina al hombre se le piensa cegado, y a la mujer etérea.
Pero este escritor inglés se siente cómodo guiado por su olfato. De entrada porque disuelve con gusto cualquier reducción idealizada: «Las mujeres han tenido muchísimos otros intereses y se han unido a muchísimas convicciones. Han sido sacerdotisas, profetisas, emperatrices, reinas, abadesas, madres, grandes amas de casa, grandes escritoras, lunáticas fundadoras de sectas, marujas en salones ilustrados, y todo tipo de cosas». La mujer lo ha podido todo. Abofetea a Schopenhauer, por puerilizarlas por su habilidad educativa, y a Henry Ford por inhabilitarlas para puestos de mando por su habilidad en el hogar. Se trata de los ámbitos más decisivos del mundo. La ceguera ante ese dato caracteriza «la ausencia moderna de pensamiento»: el feminismo suele incurrir en el tópico machista subordinando el hogar al logro económico. Pero la familia será siempre el silencioso punto de apoyo arquimédico desde donde se mueve el mundo. Por eso, «su carga es pesada, pero la humanidad ha pensado que valía la pena echar ese peso sobre las mujeres para mantener el sentido común del mundo».
Despreciar la labor que tantas mujeres han realizaron no está justificado, y mucho menos por tonto pavoneo empresarial. Que la mujer podía insertarse en el mundo laboral, solo un estúpido lo podría dudar. Pero la misma imbecilidad destaca a los que pierden de vista el sustento imprescindible que es la familia. La armonía entre familia y trabajo es el perpetuo problema. Pero solo asumiendo la superioridad del hogar es posible pensar un mundo sensato.