Esa cosa con plumas - Alfa y Omega

Esa cosa con plumas

Maica Rivera

Esta es una historia sobre los invisibles del confinamiento, aquellos que sufrieron el comienzo de la pandemia, la posterior desescalada y sus terribles consecuencias en la más absoluta soledad. Quien da voz (rota, poética) a ese colectivo altamente vulnerable (psicológicamente, emocionalmente, económicamente) es una protagonista cuyo nombre no llegamos a conocer, porque podría ser el suyo cualquier nombre detrás de los muchos anónimos, olvidados, a quienes representa.

Sí sabemos que es una mujer hipersensible, una ilustradora treintañera en paro, a más señas, que observa el mundo desde la ventana del minúsculo piso de protección oficial en el que vive, en un vecindario poco o nada solidario con el malestar ajeno. Ella, a la que la autora se refiere tantas veces así, con el pronombre, está muy tocada por la pérdida de una persona allegada a causa de la COVID-19, enferma repentina que entraba en la UCI en marzo de 2020 y fallecía un mes después, de la que guarda numerosos audios en WhatsApp que no ha sido capaz de volver a escuchar a causa del dolor y de la pena. Se atormenta todas las noches pensando si murió sola, si alguien le cogió la mano, se la apretó y la ayudó a irse; se tortura recordando que no pudo despedirse, que su último encuentro se saldó con un enfado muy tonto. Nada de esto se perdona a sí misma. Le recetan ansiolíticos, que no le aportan ninguna felicidad, tan solo desapego. Para tratar de paliar la angustia de fondo que no remite, se hace su propia terapia artística; vierte en un cuaderno, a modo de collage, sus más íntimas reflexiones mientras observa recelosa la evolución social de la llamada nueva normalidad, cómo las calles retoman el pulso con un entusiasmo que rechaza de plano, a veces con ira, porque le indigna lo que entiende como una falta de empatía de tantos con el duelo de los otros más desafortunados, a quienes la tragedia tocó más de cerca. Hasta principios de mayo de 2020, el único ser humano con el que interactúa es la cajera de la tienda. Después, le quedará el miedo. Por ejemplo, el temor insoportable de pensar que, si va a visitar a su madre y a su abuela, les podría contagiar el virus y matarlas; y se consolará mirando una fotografía del pueblo, colocada sobre la mesa, en la que aparece, de pequeña, cogida de ambas, y se recreará en contemplar sus manos diminutas, protegidas entre las manos grandes y fuertes de las dos: son el refugio donde jamás el viento podría tocarla. Cuánto echa en falta su ternura. Lleva un año sin sus besos. Un año sin apenas ver a nadie, sin salir del barrio, sin un abrazo, sin una caricia.

Tal vez sea porque somos capaces de sentir verdaderamente abiertas muchas de las heridas que se nos revelan, como lectores necesitamos localizar en la novela más de una apertura a la esperanza. Nos sorprendemos buscándolas con avidez durante toda la lectura. Hay varias: un nuevo collage que lleva por título La espera, acaso una oración velada al Padre que culmina con un «amén» y una sonrisa a la vida, en las últimas páginas. Así se cierra la narración con el mismo tono que comienza el libro a través de los versos de Emily Dickinson: «La esperanza es esa cosa con plumas / que se posa en el alma, / y canta una melodía sin palabras, / y nunca se detiene del todo».

Que no quede en saco roto que ella, la protagonista, antes de la pandemia, siempre defendió la bondad humana por encima de todo, y, de hecho, destaca explícitamente su mirada hacia la amistad salvífica de cuerpo y alma. Es cierto que cree que el confinamiento no nos ha hecho especialmente más humanos, pero deja abierta la puerta a que aún podamos serlo. Nos dice que aprendamos de esto. No es tarde para «mirar más allá», como alienta la autora.

La ventana
Autor:

Isabel Alba

Editorial:

Acantilado

Año de publicación:

2022

Páginas:

128

Precio:

14 €