La hipocresía de Podemos es el título de un reciente editorial de ABC, en el que se lee: «Podemos no representa más que el oportunismo ante la crisis, pero tras su marca está la historia de los desastres sociales y económicos perpetrados por las izquierdas extremistas». Y José María Carrascal escribe: «Viven de desperdicios. Tomaron de Obama el nombre We can. De los Pujol, los regateos fiscales. De Lenin, cómo alcanzar el poder desde la casi nada. Aliñado todo ello con el cabreo de los españoles… Su mensaje subliminal no es la ilusión, sino el resentimiento, el odio, que cala mucho más profundo que la esperanza».
Los amigos periodistas extranjeros con los que hablo no salen de su asombro. A cualquier observador imparcial que no esté vacunado e inmunizado contra las insidias de la izquierda, le choca escuchar a representantes de la izquierda, en tertulias radiadas y televisadas, cómo tratan de lanzar, a ver cuántos incautos caen, la nueva insidia según la cual los jóvenes del Podemos español serían vírgenes, políticamente hablando, cuando beben a diario en la fuente del marxismo leninismo más desvergonzado, que ya me contarán ustedes lo que tiene de virginidad política.
Lo del dirigente con apellido monetario y con más de cincuenta años a cuestas, que tiene el morro de escribir un libro titulado Curso urgente de política para gente decente y tarda menos que Bárcenas en pagar, a tocateja, doscientos mil euros al fisco al que había defraudado, ya es de summa cum laude en el ranking de la desfachatez. Setecientos mil euros le han encontrado, de momento, en sus cuentas, ¡toma casta! –por lo leído, y no desmentido, parece ser que de casta le viene al galgo–, y no hay día que no se descubra algún cheque más, proveniente de la ética populista bolivariana, que ya les gustaría a los Premios Nobel de Economía cobrar la cuarta parte como asesores, en las Anacuco suites de la caraqueña Avenida de Simón Bolívar, o de donde sea. ¡Montoro, no te tengo miedo, que ya me han hecho la declaración complementaria! (no se pierdan, por favor, la viñeta que ilustra este comentario)…
Demostrada hasta la saciedad, como se ve, la superioridad moral de la izquierda, tampoco la derecha se queda corta ni esmirriada, oigan; y, si no, ahí tienen al clan Pujol, del que lo que más fastidia al españolito de a pie es que, encima, lo tomen por tonto. Y Mas, no faltaba más, sin enterarse. Si lo sabía, debe dimitir, y si ni era capaz de saberlo, también. ¿Así que: La política me importa un pimiento, pero los hijos son intocables? Depende, Pujol, depende…; si los hijos son delincuentes fiscales, habrá que tocarlos, y a los padres también, ¿o no? Hablando de cosas tristes, ya es suficientemente penoso que a todo este sucio tinglado de la corrupción nuestros medios le dediquen portadas y más portadas, páginas y más páginas, tertulias y más tertulias, mientras que a los niños crucificados y sepultados vivos, y a otras barbaries similares, que por desgracia no faltan, apenas un recuadrito en las páginas de sucesos, o un pie de foto hipocritón.
Es lo que pasa cuando no se cree en nada, o se cree que todo viene dando lo mismo. La superioridad moral de la izquierda explica que lo que interesa a nuestros medios, por ejemplo sobre la localidad de Rivas Vaciamadrid, sea lo de la novia del de la coleta, y no lo del colegio católico Santa Mónica, que no consigue tener la correspondiente licencia de apertura que los padres de muchos niños ripenses exigen porque tienen derecho a ello. Setenta kilómetros se ven obligados a recorrer a diario esos niños, para ir a clase en Alcalá, porque el Ayuntamiento de Izquierda Unida, o lo que quede de ella, obstaculiza, desde hace siete meses, la licencia de obras.
¡Ah, antes de que se me olvide…! ¿Es posible –y digno– que el Ministro Principal de Gibraltar pueda dar una conferencia en un céntrico hotel de Madrid? Pues, aunque ustedes no se lo crean, sí; tan posible, como que un presentador de la gala de los Goya sea un maleducado de tomo y lomo, con smoking o en pantalón corto –al menos en el comienzo, que es lo que malamente pude aguantar–, y a todo el mundo le parezca graciosísimo y fresquísimo, especialmente a los que, en aras del pluralismo –pluralidad es una cosa, y pluralismo otra–, llevan a sus tertulias a caballos de Troya que demuestran la impepinable superioridad moral de la izquierda. Pues, no; no es verdad. ¿Para ser gracioso y fresco, hace falta ser, a la vez, intolerablemente maleducado? ¡Es que todo el mundo habla así, hasta las chicas…! Pues ¡qué bien…! Que millones de personas sufran la misma patología no los convierte en sanos.