Es mi hijo amado - Alfa y Omega

Es mi hijo amado

Sábado de la 6ª semana del tiempo ordinario / Marcos 9, 2-13

Carlos Pérez Laporta
‘Transfiguración de Cristo’. Giovanni Bellini. Museo e Real Bosco di Capodimonte, Nápoles. Foto: Lluís Ribes Mateu.

Evangelio: Marcos 9, 2-13

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo.

Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús:

«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados.

Se formó una nube que los cubrió, y salió una voz de la nube:

«Este es mi Hijo amado; escuchadlo».

De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos.

Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos.

Esto se les quedó grabado, y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.

Le preguntaron:

«¿Por qué dicen los escribas que primero tiene que venir Elías?». Les contestó él:

«Elías vendrá primero y lo renovará todo. Ahora, ¿por qué está escrito que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo que Elías ya ha venido, y han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito. acerca de él».

Comentario

La tradición oriental de la Iglesia siempre ha visto en la Transfiguración una imagen de la liturgia y de la oración. La vivencia de paz que en algunos instantes nos alcanza en los sacramentos y en los momentos de intimidad con el Señor nos hacen comprender muy bien a Pedro. También nosotros le diríamos al Señor: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Junto al Señor, a tomar la ley y los profetas escuchamos la voz del Padre: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». Esa voz habla de Jesús: Él es el hijo amado. Pero al estar con Él, al escuchar en la oración y en la liturgia esa misma voz, participamos de ese amor que el Padre le tiene. Es como si nos lo dijese a nosotros directamente, ¡así de unidos estamos a Cristo!

Pero esta vivencia de fe está llamada a ser «fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve» (primera lectura). Es decir, no basta con el gozo de la experiencia en sí mismo. Ese gozo está llamado a acrecentarse en el resto del camino, atravesando todas las circunstancias de la vida. Pedro, Juan y Santiago vivieron ese instante de gloria para poder arrostrar el camino a Jerusalén y la pasión de Jesús. En esos momentos en que «al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús», especialmente cuando veían a Jesús padecer y cuando dejaron de verle porque había muerto, aquella voz debía resonar: es mi hijo amado.

Todo el miedo del mundo no podía apagar aquella voz, que inevitablemente les hacía esperar algo que todavía no veían, pero que inexplicablemente aguardaban. Seguían siendo sostenidos por aquella voz. Cristo seguía siendo el Amado del Padre. Y ellos también con Él.