«Entre los hijos del Padre Creador» - Alfa y Omega

«Entre los hijos del Padre Creador»

El Papa acaba de firmar las virtudes heroicas de Antonio Gaudí. Nos indica que su obra, capaz de conmover, es autorretrato de su vida. Cada detalle es testigo de su fe encarnada, nacida del asombro ante la creación

Chiara Curti
Gaudí con el nuncio apostólico Francesco Ragonesi en 1915 durante la visita de este último a las obras de construcción del templo de la Sagrada Familia
Foto: Junta Constructora de la Sagrada Familia.

La fachada de la Natividad de la Sagrada Familia de Gaudí aparece como un deshielo. De él brota la vida. En los portales dedicados a las virtudes teologales todo habla de nacer. Eran lo único del templo que se podía admirar cuando se tomó esta foto en 1915, en una visita del nuncio apostólico Francesco Ragonesi, gran admirador. En un mundo desprovisto de aliento, Gaudí ofrece una vida tangible. Duradera. Esculpe en la piedra el abrirse de una flor, el vuelo repentino de los pájaros, el instante de asombro que no hubiéramos querido que acabara, y lo vuelve eterno. Esperanza para nuestra existencia. El Papa acaba de firmar sus virtudes heroicas. Nos indica que su obra, capaz de conmover corazones, es autorretrato de su vida.

El párroco de la Sagrada Familia, Gil Parés, con quien compartió el día a día sus últimos 20 años, lo recordaba así: «Amaba al prójimo con intenso amor. Y sentía un especial afecto por cuantos le rodeaban, sobre todo en las obras del templo». Añadía sus mismas palabras: «Todos somos de la Sagrada Familia, eso es, somos una sola familia». El de Gaudí fue un amor sin límites. Amar indica una relación en la cual el otro es el verdadero protagonista. Veía en quien le rodeaba a un hermano. Su fe había crecido en el asombro ante la naturaleza. La «creación», corregía, pues señalaba a un Creador. Reconocía en cada experiencia la imagen del mundo trascendente. Se consideraba «entre los hijos del Padre Creador», hermano de quienes le acompañaban en la construcción del templo; e hijo, o sea heredero, o sea custodio, de lo creado. Sus amigos resumían su fe a través de gestos sencillos. Como el saludo-oración a san Antonio, colocado en una hornacina de su casa. O las disculpas cuando dejaba a sus colaboradores para «decir unas palabras a María», es decir, para dirigirse al oratorio de San Felipe Neri. En su particular forma de manifestar la amistad, en ser el más alegre en las fiestas y el más devoto en las celebraciones. También en la radicalidad de sus ayunos y de su austeridad. 

Gaudí se dejó acompañar por diversos carismas: el de san Francisco, en su admiración por la creación; el de santa Ana Catalina Emmerick, para adentrarse en la infancia de Jesús; el de san John Henry Newman, en la comprensión de la fe a través de la búsqueda de la verdad y en la construcción de puentes; el de Dom Guéranger, en su profunda visión de la liturgia como corazón de la vida; y el de san Felipe Neri, en desear una vida sencilla, la amistad y la compañía. Siguiendo la tradición oratoriana, se despedía diciendo «estiguin bons», imitando ese «sed buenos (si podéis)» capaz de arrancar una sonrisa.

A los 31 años, llamado a ser el arquitecto de la Sagrada Familia, se planteó con seriedad y humildad el problema de entender los temas religiosos y litúrgicos que debían constituir la base del proyecto. Tras un periodo de estudio, comprendió que la fe no nace de una idea, sino de una vida. Comenzó a vivir en profundidad su religiosidad y a buscar lugares y rostros concretos donde experimentar el encuentro con Dios. Cada detalle es testigo de esta fe encarnada. La suya fue una doble creatividad: creaba las obras y, al tiempo, se creaba a sí mismo.