En Ti confío
Miraremos al lado y una enorme escultura (viva, con el corazón encerrado y abierto, luminoso, con la mirada encendida y los brazos prometiéndolo todo) nos saldrá al paso. Será la escultura del Sagrado Corazón más grande del planeta: 37 metros de altura por 60 de envergadura. Y esto tiene su lógica, porque el vacío de sentido que se nos ha colado en el alma es monstruoso
El mundo vive en la era de la sospecha. Tenemos la mirada turbada, filtrada por la desconfianza. Viene a casa un señor a arreglar el aire acondicionado y pensamos que anda mirando posibles fallas en nuestro sistema de seguridad. La factura que pagamos con menos dolor es la de la alarma antirrobos, incluso con el extra de la cerradura inteligente. Salimos del despacho y cerramos corriendo la puerta bajo siete llaves.
Esta era de la sospecha es también un tiempo sin mirada. Nos comunicamos a través del teléfono, que nos intermedia y aleja. El otro es un emoticono. Somos capaces de interpretar el símbolo del pulgar hacia arriba, el de la carita sonriente y el de la lágrima; pero no podemos leer el rostro del amigo. Ni siquiera le miramos cuando estamos con él. No reconocemos su mirada. Bajamos la nuestra. Miramos al lado, soltamos alguna interjección prudente, cogemos el móvil, le decimos que ya nos veremos. Pero es mentira. Le pondremos un comentario en alguna publicación y daremos por satisfecho el ciclo.
Por eso, confiar en alguien es hoy una necesidad generacional. Es más importante que el hogar, el sueldo o la salud. Mirar a alguien, a los ojos, sentirnos reconocidos y queridos por él, sabernos amados con la única condición de devolverle la mirada, encontrar en sus ojos refugio. Pero, ¿quién es esa persona? ¿Hay alguien que pueda mirarnos de ese modo sencillo y real, cálido, con la intención declarada de entregar la vida por ti?
La hay. Dentro de cinco años, nos encontraremos con esa mirada al circular con nuestro coche por la M-50, una de las grandes circunvalaciones de Madrid, a la altura de Boadilla del Monte. Iremos a toda prisa, cambiando las canciones de la lista Novedades Viernes si al segundo 12 no nos ha impactado el fugaz estribillo, mientras pensamos en maneras creativas de hacernos ricos, mirando de reojo al crío que mata marcianos en una pantalla.
Y entonces ocurrirá. Miraremos al lado y una enorme escultura (viva, con el corazón encerrado y abierto, luminoso, con la mirada encendida y los brazos prometiéndolo todo) nos saldrá al paso. Javier Viver, el artista que ha hecho la Virgen de Hakuna, y tantas otras, esas Marías que dan ganas de abrazar, es el encargado de acometer un proyecto que nace del deseo de un grupo de laicos de poner el Corazón de Cristo en medio del mundo. La obra estará terminada en 2030.
Será la escultura del Sagrado Corazón más grande del planeta: 37 metros de altura por 60 de envergadura. Y esto tiene su lógica, porque el vacío de sentido que se nos ha colado en el alma es monstruoso. Tenemos un agujero en el pecho. Lo intentamos llenar de todas las formas posibles. Hacemos muchas cosas. Para nada.
Porque no se trata de hacer. Solo hay una receta: recuperar al otro, mirarle, reconocer nuestra identidad compartida, darle un abrazo, aburrirnos juntos, ayudarnos en tanto que somos herida y desierto y camino.
El Corazón de Cristo es la cura para este tiempo de sospecha. Es poder afirmar, despojados de todo miedo: «en Ti confío».