«En Mozambique la gente come una raíz que causa diarrea para no pasar hambre»
En Xai-xai, al sur de Mozambique, se ha pasado de tener dos cosechas anuales a que, por ejemplo este año, no haya habido ninguna. «En Mozambique no hay nada de contaminación, no hay industria», pero se sufren las consecuencias del cambio climático porque, «como explica el Papa Francisco en Laudato si, todo está conectado»
Mientras el año pasado dos ciclones arrasaban el norte de Mozambique, «en el sur no tenemos agua. La gente me dice “padre, antes todos los meses había lluvia”». De hecho, lo habitual es que hubiera dos cosechas al año. Por aquel entonces, «no había hambre». Con la sequía de los últimos años, en Xai-xai «este año no se ha conseguido nada». Se lo cuenta a Alfa y Omega el misionero mercedario Juan Carlos Cabrera, que ha visitado España con motivo de la campaña de Manos Unidas.
Cabrera explica que la escasez ha hecho que, en un país donde la renta per cápita es 70 veces inferior a la de España, la comida llegue a costar lo mismo, porque «viene de Sudáfrica, Portugal o Brasil». La situación es tal, que «la gente se come una raíz para quitar el hambre. Tiene como efecto secundario unas diarreas tremendas, pero después se te quita el dolor de estómago y te da la sensación de que el cuerpo no te pide comida».
Pero incluso en una situación tan dramática, «la gente no se mueve de su tierra. Es la herencia de los antepasados, y moverse es perder la relación con ellos. Antes algunos iban a las ciudades, pero ahora Maputo, la capital, tiene tanta densidad de población que ya casi nadie va allí».
Como mucho salen por un tiempo, pero siempre con la idea de regresar. Es el caso de los hombres que van a Sudáfrica a trabajar en las minas de carbón, dejando en Xai-xai a su mujer e hijos. O el de los estudiantes recién acabada la carrera. Unos movimientos que, aunque temporales en origen, terminan causando otros problemas, como la desestructuración de las familias.
Sufren el cambio climático, sin tener culpa
«Los pobres son quienes menos culpa tiene de todo esto» que le pasa, denuncia el misionero. «En Mozambique no hay nada de contaminación, no hay industria», pero se sufren las consecuencias del cambio climático porque, «como explica el Papa Francisco en Laudato si, todo está conectado». Por ello, insiste en que proteger el medio ambiente «no es solo salvar a las ballenas o las tortugas, sino a las personas más pobres del mundo, que están sufriendo» el daño ambiental causado por otros. Así lo señala también Manos Unidas con su campaña, que este año tiene como lema Quien más sufre el maltrato al planeta no eres tú.
En los últimos años, el progreso ha llamado a las puertas de Mozambique. Pero el mercedario denuncia que es un progreso engañoso: el de las «grandes multinacionales que quieren llevarse los recursos naturales de petróleo y de gas; y el de los agronegocios» a los que el Gobierno ha vendido más de medio millón de hectáreas. Ellos sí pueden sacar provecho a la tierra, porque «traen tractores y mecanización» que la población no tiene. «Pero les quitan sus terrenos a los agricultores, que pasan a ser personal contratado. En el año 2017, los obispos sacaron un documento» contra estos megaproyectos.
El día a día de un misionero
Los misioneros como Cabrera intentan paliar esta situación repartiendo algo de comida a las familias más necesitadas: arroz, harina, aceite, algunas judías… Su congregación tiene encomendadas 13 comunidades rurales. Al llegar a cada una de ellas, además de celebrar los sacramentos y dar catequesis, intentan ir saliendo al paso de las distintas necesidades. Con ayuda de Manos Unidas, por ejemplo, en 2017 pudieron perforar un pozo y construir dos depósitos para acumular mil litros de agua cada uno. «Fue una fiesta, porque hasta entonces las mujeres y las niñas tenían que desplazarse ocho kilómetros para ir a por agua a la fuente».
En un segundo momento, se montó una escuela para educar y dar al menos una comida al día a 300 niños que, de lo contrario, se quedarían todo el día en casa sin ningún alimento mientras sus madres trabajaban en la machamba o huerta familiar.
Un tercer proyecto de los mercedarios, explica el padre Cabrera, son dos hogares para 30 niños de la calle. Una de las casas la lleva Mamá Catherina, una mujer «que veía a estos niños por el mercado, donde trabajaba», y decidió cambiar de ocupación para dedicarse a estos chicos. Al frente del otro hay un matrimonio local.
Víctimas de los curanderos
«Acaban así por muchas causas –comparte el misionero–. En la mayoría de los casos, su familia está desestructurada. Si la madre no está quedan al cuidado del padre, y a veces hay casos de maltrato o violencia» por parte de las madrastras, por lo que los pequeños acaban huyendo. «Otros se escapan por hambre, porque vivían con alguna abuela que no podía cuidarlos. Nosotros los acogemos, con la condición de que estudien».
En estos hogares, sospecha el religioso, también hay algún niño que ha sido víctima de prácticas animistas. «La religión mayoritaria es el animismo, que viene a decir que Dios está, pero quien tiene influencia de verdad son los antepasados –explica el mercedario–. Cuando pasa algo, la gente va a preguntarle al curandero, que explica que tal o cual espíritu está enfadado y exige un sacrificio. Y como consecuencia tenemos muchos casos de gente con influencia de espíritus malos».
Es el caso de un pequeño de uno de los hogares, nieto de una curandera. Después de llegar al hogar, empezó con hemorragias nasales, luego gastritis, asma, un sueño irrefrenable… «Cuando está en esas situaciones, le impongo las manos, rezo a Jesús», y se solucionan.