El hijoputa del sombrero. ¿Qué queremos ser en la vida? - Alfa y Omega

He de hacer una confesión: En cuanto leí que El Langui ponía música a la obra del dramaturgo Aldy Guirgis no pude hacer otra cosa que apuntarme en seguida. Siento una debilidad especial por sus letras, por esa poesía que se cuela escurridiza entre sus acordes y esas jotas que delatan la idiosincrasia típica del barrio de Pan Bendito del que hace gala siempre que puede. Y sí, El Langui no defrauda. Sus canciones se convierten en el hilo conductor de la trama emocional (por decirlo de alguna manera) de los actores, de tal forma que uno siente que son dos las voces que poseen a cada uno de ellos. Es un acierto, la verdad. Pero vamos, contar con El Langui siempre es un acierto. El problema —creo— es otro (…).

Ahí va mi segunda confesión: Pensando en el poeta Pedro Provencio, quien además de escribir versos hace crítica literaria, asegura que en su vida sólo quiere escribir críticas de aquello que sabe de antemano que le va a gustar. Es algo así como una apuesta por el buen gusto, una manera sutil de evitar complicaciones o de verter opiniones como si fueran dogmas. Y en este sentido, yo también suscribo lo dicho por el poeta murciano. No sé si se trata de una actitud cobarde o más bien el miedo a herir con la pluma aquello que tanto trabajo cuesta levantar. Dicho esto, queda claro que El hijoputa del sombrero a mí, particularmente, me ha dejado tocada y con sabor a poco.

La obra habla de una pareja autodestructiva y condenada desde la adolescencia, Jackie y Verónica (magnífica Florencia Peña), quienes, sin saberlo, aman por instinto y anclados a un pasado entre rejas y a un presente de alcohol y drogas. Pero aún hay más. Rafa es “el padrino” de Jackie, una especie de gurú espiritual que lo acompaña desde que estuvo en un grupo de alcohólicos anónimos; casado a su vez con Victoria, quien fuera una mujer exitosa como bróker y que ahora no es más que una mujer desdichada. Y fuera de estas dos parejas, Julio, primo adoptivo, amanerado y oriental que cierra el elenco como contrapunto al amor y a las adicciones; aunque a su manera. ¿Y el sombrero? Ciertamente no es un personaje como tal, pero a partir de él se reescriben nuevas historias de amor y celos. Funciona como punto de inflexión en la vida no sólo de Jackie y Verónica, sino de los cinco personajes. Marcará un antes y un después donde la traición y la herida pasarán a un primer plano, siempre sin olvidarnos de las drogas, el lenguaje canalla y las mentiras como telón de fondo.

Dirigida por Juan José Afonso y versionada por Miguel Hermoso, El hijoputa del sombrero con seis nominaciones a los Premios TONY y que sigue triunfando en Nueva York, pretende ser una plataforma para escuchar la voz de la calle. Digo “pretende” porque me niego a creer que así es la calle. Tan deshumanizada. Con tintes tan histriónicos por veces, y con tanto polvo gris de cocaína. Es una comedia. A veces uno suelta una carcajada. Ciento quince minutos son muchos minutos para mantener el conflicto en pura efervescencia. Por otra parte, las risas no sonaban siempre igual. Me explico: cuando en la sala alguien se ríe en un momento de dolor, la cosa no funciona. Esa fue la sensación que tuve. Mucha energía por parte de los actores. Buena escenografía y ambientación. Pero yo salí igual, tibia, algo cabizbaja y seriamente preocupada.

El hijoputa del sombrero

★☆☆☆☆

Dirección:

Calle Tres Cruces, 8

Metro:

Gran Vía

OBRA FINALIZADA