En el contexto de «una América que intenta recuperar el sueño americano», somos testigos del drama de una familia en crisis, que ya no tiene qué vender para sobrevivir, y cuya manutención pende de un hilo. Amanda Wingfield, la madre, mujer sureña de energía desbordante, es quien da el contexto del drama: un pasado nostálgico y un futuro que se vive como amenaza dan como resultado un presente en ebullición.
Tom, el hijo y relator que nos introduce en su recuerdo, es un romántico soñador acosado por el retrato omnipresente del padre que brilla por su ausencia.
Laura, apodada cariñosamente Blue roses, es la hermana de Tom, coja e introvertida, tan frágil que parece que en cualquier momento se va a romper como una figurilla de cristal; un personaje tan fantástico como real, pues nos recuerda a Rose, la hermana de Tenessee Williams, una chica mentalmente inestable, que fue sometida por sus padres, durante la ausencia del escritor, a una lobotomía que saldría mal y la dejaría para siempre presa de un mundo ajeno al nuestro, recluida en instituciones mentales hasta su muerte en 1996.
Jim, que sirve de contrapeso, de posibilidad esperanzadora, representando acaso con ingenuidad todo lo que la escéptica familia ha dejado de esperar; podría decirse que es una especie de resaca alegre del sueño americano que no quiere marcharse de la fiesta.
Y por último, el retrato visible del padre, colgado de la pared en el centro del escenario, es el fatum trágico, el protagonista silencioso que espera su turno para entrar y quitarse la máscara para así revelar su auténtico rostro: el desamparo.
El zoo de cristal es la primera obra de Tenessee Williams en alcanzar el beneplácito de la crítica y el público. Una de sus obras maestras, cercana al corazón de su autor (tal vez la más autobiográfica), y por su carga dramática tan bien equilibrada como por el peso de su trayectoria en teatro, es una obra que exige arrojo y valentía. Esta es el primer punto a favor para Francisco Vidal, Silvia Marsó, Carlos García Cortázar, Alejandro Arestegui y Pilar Gil. Bien ejecutada, brilla Silvia Marsó como Amanda, y merece destacarse el trabajo de Carlos García Cortázar.
Si tuviera que poner un pero a esta representación, sería la introducción de las descargas cómicas… Es verdad que la tensión necesita esos momentos de elasticidad pero creo que, salvo excepciones acertadas (Amanda y su vestido de fiesta, por ejemplo), desafinan un poco con el cuerpo de la obra. De cualquier manera, recomiendo vivamente esta representación.
★★★★☆
Teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa
Plaza de Colón, 4
Serrano, Colón
OBRA FINALIZADA