El Vía Crucis de Gaetano Pollio, arzobispo torturado por el régimen chino
Su testimonio destaca en el libro escrito por Gerolamo Fazzini sobre los mártires chinos: «El comunismo no es civilizado, sino barbárico, la mayor barbarie de la historia»
«Ninguna civilización puede permanecer indiferente ante la religión; los hombres pueden amarla u odiarla. Los comunistas han escogido el odio, porque el comunismo no es civilizado, sino barbárico, la mayor barbarie de la historia».
Así describe el régimen comunista establecido en China por Mao Tse-tun desde 1949, el arzobispo Gaetano Pollio, misionero del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME). Después de la llegada del comunismo, este arzobispo de Kaifeng, en la provincia oriental Henan, fue arrestado acusado de ser cómplice del imperialismo y obligado a trabajos forzados durante seis meses, tras lo cual fue expulsado de China en 1951.
Diario de mártires
El testimonio de este misionero del PIME que permanecía inédito, junto con el de otros tres perseguidos por la dictadura en China, ha sido difundido en un libro recién publicado: En cadenas por Cristo: diario de los mártires en la China de Mao (editorial Emi) y cuyas citas han sido reproducidas en artículo de revista Tempi de Italia.
Escrito por Gerolamo Fazzini, el texto recoge cuatro testimonios autobiográficos. Así como el de Pollio, cuenta la historia de Dominic Tang Sj, jesuita y arzobispo de Cantón, John Liao Shouji, joven catequista encarcelado en una prisión de trabajos forzosos (un laogai), y Leo Chan, encarcelado por cuatro años y medio, uno de los primeros sacerdotes chinos que se las arregló para escapar a Occidente.
«La cruz que llevo al pecho»
Cruz de oro tras las barras, narración del prisionero de la celda número 4. Este es el título del diario inédito del Arzobispo Pollio, en el libro de Fazzini, y que comienza así:
«La cruz que llevo en el pecho es la cruz de un mártir. Y representa lo más valioso que puedo tener, porque fue lo único que pude salvar en la tormenta que es la persecución en China. […] Me recuerda el holocausto de un mártir, me recuerda el calvario de dolor infinito por aquellos que quieren abatir y destruir la cruz de Cristo. Pero su Cruz siempre ha triunfado y siempre triunfará».
Estas palabras preliminares de Pollio testifican su gran fe: la cruz a la que él alude -que milagrosamente encontró y que lo acompañará en su propio calvario-, es la del mártir Monseñor Antonio Barosi. El 12 de diciembre de 1946, el misionero fue nombrado arzobispo de Kaifeng y pronto se enfrentó a un período muy difícil. En junio de 1948 en China se desata la guerra civil entre nacionalistas y comunistas que conduce al ascenso del régimen comunista.
Acusado de Imperialismo
Una vez tomada la ciudad de Kaifeng, los comunistas apresaron de inmediato al misionero, con el objetivo de aniquilar la cabeza de la religión católica en esa región, «el opio del pueblo». Inicialmente, el régimen le exigía romper la comunión con el Papa para unirse a la Iglesia Reformada, es decir, al Movimiento de la triple independencia. Monseñor Pollio se opuso porque este movimiento niega varios dogmas de la iglesia, promueve la separación del Papa e instrumentaliza políticamente al Catolicismo.
En la Navidad de 1950 comenzaron las persecuciones contra los católicos y los nacionalistas, inspiradas en las palabras de Lenin: «Tres cuartas partes de la humanidad pueden morir, siempre que la cuarta parte restante se vuelva comunista». En abril de 1951, el arzobispo y misionero del PIME fue arrestado y llevado a la cárcel bajo la acusación de ser un invasor imperialista y enemigo del pueblo.
«Las torturas son terribles»
Su detención duró seis meses, durante los cuales el arzobispo sufrió 32 procesos penales. Pollio narra cómo fueron inventados los cargos contra él y pronunciados por falsos testigos para obligarle a confesar crímenes que nunca había cometido. Los delitos más graves que se le atribuyen son dos:
Uno, haber creado la Legión de María, que, de acuerdo con los maoístas, sería una organización subversiva cuyo fin es derrocar al Régimen del Pueblo en beneficio de los intereses imperialistas; y dos, haber suspendido de los sacramentos a los miembros de la iglesia nacional.
«Las torturas de los comunistas chinos –dice el misionero– son terribles. Confesar, con la muerte o los trabajos forzados como sentencia, parece ser por momentos el único camino para poner fin a una vida que se vuelve insoportable. Los jueces iban minando mi cuerpo…».
«Perdonarlos a todos»
Sin embargo, la voluntad y la fe de Monseñor Pollio no fueron destruidas. El arzobispo –arriesgando la muerte inmediata si era sorprendido–, celebró la Santa Misa en la clandestinidad durante 52 veces. En agosto de 1951, el régimen, debido a su resistencia, decidió trasladarlo a la prisión del tribunal militar, donde la tortura se vuelve inhumana y donde encierran a los peores criminales. El testimonio del Arzobispo concluye con la narración del humillante juicio popular al que fue sometido junto con otros dos compañeros de misión y que tendría por resultado su exilio de China en octubre de 1952. «Ante aquella furiosa muchedumbre, al escuchar tantas infamias y calumnias, en mi alma prevalecía un sentimiento: el de perdón. Perdonarlos a todos».
Via Crucis
El arzobispo de Kaifeng escribe que en ese instante los insultos, las piedra y los escupitajos, eran como un Vía Crucis. Incluso, a pesar del sufrimiento y la humillación soportados, monseñor Pollio concluye en su diario: «Ahora estoy en casa en Italia, pero mi corazón todavía está allí, permaneció en Kaifeng. Es un corazón que llora por la destrucción, las iglesias profanadas, la sangrienta tormenta en que están envueltas nuestras misiones, el esfuerzo de cristianos. Una esperanza me sostiene en el exilio; continuar el viaje, cruzando los mares otra vez, hacia Kaifeng, para vivir el resto de la vida, hasta el último aliento, reconstruyendo la misión, expandiendo el Reino de Jesús».