El teatro y su fuerza irremplazable - Alfa y Omega

El teatro y su fuerza irremplazable

El teatro de Mayorga da voz a los vencidos, a los olvidados, a los perdedores de la historia. No elude la violencia, pero tampoco olvida la compasión. Su obra se ve como si contemplásemos el dolor de nuestro siglo

Ricardo Ruiz de la Serna
Foto: Efe / Jero Morales.

En el principio no fue la novela, sino el canto épico, el verso de amor susurrado y la escena poblada de máscaras. Podría escribirse la historia del siglo XX a través de su teatro. El vacío de Beckett en Esperando a Godot (1952). La violencia de Miller en Las brujas de Salem (1953). El origen de la fractura de nuestro tiempo narrado por María Manuela Reina en La libertad esclava (1988). Todo lo que sucede en el escenario, durante el breve lapso de la representación, es real. También puede ser verdadero y desvelar lo que permanecía oculto. He aquí el poder del dramaturgo, del actor, del escenógrafo, del tramoyista, del iluminador, de la feliz banda de hermanos que hace posible el teatro.

Ahora le han dado el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2022 a Juan Mayorga (Madrid, 1965). Doctor en Filosofía, discípulo de Reyes Mate, ha llevado la influencia de Walter Benjamin a la escena. Solo por eso quedaría justificada su literatura. Su teatro da voz a los vencidos, a los olvidados, a los perdedores de la historia. No elude la violencia, pero tampoco olvida la compasión. Su obra se lee –o mejor, se ve representada– como si contemplásemos el dolor de nuestro siglo, entiéndase que es el siglo XX, desde la distancia de la eternidad o desde la intimidad de lo cotidiano. Si tuviese que escoger una de sus creaciones, tal vez me quedaría con Himmelweg. Camino del cielo (2003) y su reflexión sobre la mentira, la manipulación y la propaganda. Afortunadamente no tengo que elegir, así que puedo recomendarles también Cartas de amor a Stalin (1997).

El teatro de Mayorga, pues, nos permite asomarnos al siglo XX, ese tiempo terrible cuyas páginas están llenas de dolor y espanto, de dignidad y grandeza. El creyente solo puede volver la vista al tiempo de los campos de exterminio, las fosas comunes y los guetos manteniendo los ojos fijos en la cruz. Cristo crucificado en la historia nos permite contemplar la crucifixión cotidiana del hombre y nos impone el deber de recordarlo y reaccionar para que nunca se repita. A este respecto, el teatro sigue teniendo una fuerza irremplazable.

En efecto, como el flamenco de Camarón, como el toreo de Manolete, como el cine de Fritz Lang y de Murnau, el teatro de Mayorga es radicalmente verdadero, hondamente trágico, palpitante de pura dignidad sufriente del ser humano. Al regresar a casa después de ver cualquiera de sus obras uno murmura una oración pidiendo, al mismo tiempo, por la salvación del mundo y por la compasión de un Dios que sigue creyendo en el hombre a pesar de todo.

Vaya, pues, nuestra enhorabuena a Juan Mayorga.