El sentido de la vida - Alfa y Omega

El sentido de la vida

XXXI domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 12, 28-34

José Ángel Saiz Meneses
Imagen de Jesús, de un manuscrito griego del siglo XI. Biblioteca Nacional de Atenas.

Contemplamos en el Evangelio de este domingo el diálogo de Jesús con un letrado que le pregunta por el mandamiento primero de todos. Era una cuestión de gran interés en aquel tiempo, porque la Ley de Moisés se había ido complementando con una multitud de preceptos para la vida cotidiana hasta llegar a 613 mandamientos, entre los cuales había 365 prohibiciones y 248 prescripciones positivas. No es extraño que muchos contemporáneos buscaran una síntesis o, al menos, poder establecer unas prioridades. Jesús responde que el primer mandamiento es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente, con todo el ser, y que el segundo es amar al prójimo como a uno mismo. Estos mandamientos señalan la voluntad de Dios sobre nosotros.

El Papa Benedicto XVI nos ofrece, en su encíclica Deus caritas est, una perspectiva que nos ayuda a entender estos mandamientos en profundidad. En primer lugar, son dos mandamientos inseparables. Pero lo primero que hemos de considerar, lo fundamental, es el hecho de que Dios se nos ha revelado como amor y es Él quien nos ha amado primero (véase 1 Jn 4, 10), y nos llama a permanecer en el amor, lo cual, en definitiva, es permanecer en Él. Por eso, el mandamiento de amar a Dios y al prójimo no se convierte en una carga externa y extraña que nos trata de imponer algo imposible para la naturaleza humana. Al contrario, es la canalización del amor de Dios, recibido, compartido y proyectado hacia los hermanos.

Jesucristo hace realidad el amor de Dios en su forma más radical. Al morir en la cruz para salvar al ser humano, expresa el amor en su forma más sublime. En su muerte, se realiza su entrega para dar nueva vida al hombre y salvarlo. Su entrega de amor se perpetúa a través de la Eucaristía en la que nos une a Él, nos incorpora a su obra salvífica, y unidos a todos los hermanos nos convertimos en un solo cuerpo. De ese modo, el amor a Dios y el amor a nuestro prójimo se funden realmente. Por eso, el mandamiento del amor a Dios y al prójimo es una experiencia nacida del interior, un dinamismo de correspondencia nacido de la vida nueva en Cristo.

La participación en la vida misma de Dios se realiza por la gracia santificante, que sana al hombre pecador y lo eleva a un grado de ser y de vida cualitativamente nuevo. Esta vida de gracia debe crecer progresivamente en un proceso que dura hasta el encuentro definitivo con Dios. Ésta es la voluntad de Dios sobre sus hijos, que la vida de gracia que comienza en el Bautismo se desarrolle plenamente creyendo y viviendo el amor a partir del encuentro con Cristo. En definitiva, el sentido de la vida del ser humano consiste precisamente en recibir el amor de Dios, corresponder a ese amor y compartirlo con los demás.

XXXI domingo del tiempo ordinario / Evangelio: Marcos 12, 28-34

En aquel tiempo un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: «¿Qué mandamiento es el primero de todos?».

Respondió Jesús: «El primero es: Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos».

El escriba replicó: «Muy bien, Maestro, sin duda tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de Él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios».

Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.