El primer anuncio - Alfa y Omega

Evangelizar ha sido siempre la actividad primordial de la Iglesia y lo seguirá siendo.

La evangelización es hoy nueva porque el mundo, la cultura, la sociedad, el hombre al que se dirige tiene una visión de las cosas, una actitud ante Dios, los demás y el mundo creado que son en gran medida nuevos. Esta novedad se percibe de forma evidente, si atendemos a las unidades políticas, a las estructuras sociales, económicas y familiares, a la disposición de medios, y al tipo de vida, que configura a este hombre concreto. Dada esta novedad, el mensaje del Evangelio debe proclamarse, no al margen de la misma, sino teniendo en cuenta sus características, discerniendo sobre sus valores y contravalores, asumiendo su riqueza y sus riesgos. No intentamos evangelizar a cualquier hombre de cualquier época, sino a este hombre concreto de esta época histórica concreta, que vive y piensa y trabaja y se ordena y sufre y espera de esta forma bien determinada y diferenciante. En la medida que seamos capaces de comprender esta novedad de hombre, en esa medida seremos capaces de esforzarnos por la novedad de evangelización para este hombre.

Anunciemos pues el Evangelio, sin ningún miedo ni complejo, con firmes y básicas certezas, con plena libertad y valentía, con la alegría que viene de Dios y el gozo de la dicha que encierra el tesoro del Evangelio, con las razones que sustentan el anuncio del Evangelio, capaces de responder con toda seguridad a las explicaciones que hoy se nos piden. Mostremos, sin echarnos atrás y sin retirarnos, a Jesucristo; obedeciendo a Dios antes que a los hombres, conscientes y sabedores, con certeza, de que el Evangelio, la Palabra de Dios, no están encadenados ni en trance de perecer, y son fuerza de salvación para todo el que cree; sabiendo, además, que navegamos contracorriente, que estamos en el mar proceloso de nuestro tiempo, sacudidos por tantas cosas, por tantas olas de modas culturales que tanto presionan, por tantos vientos, a veces tan adversos, que parecen confundirnos y llevarnos sin rumbo, al retortero. ¡Pero el Señor está con nosotros, navega con nosotros sin bajarse de la frágil barca de Pedro!

En el VII Encuentro Nacional de Cursillos de Cristiandad