El poeta que busca la Voz - Alfa y Omega

El poeta que busca la Voz

Javier Alonso Sandoica

No todos los silencios son iguales; o, por decirlo más bellamente, no todos callan lo mismo. En Occidente, un silencio vale una fortuna, porque es la posibilidad creativa por antonomasia. En Oriente es otra cosa, el silencio es una prueba de la disolución de todo. En las civilizaciones allende nuestro perímetro cultural nada cuenta, todo es una somera ilusión, los deseos son mezquindades del hombre, y el silencio ayuda a esa iluminación sobre la brevedad y la inconsistencia. Nosotros, los que aún creemos en la civilización occidental, sabemos que el silencio lleva una intuición de creatividad sin la cual no hubiera nacido la primera sinfonía de Brahms, o el elegantísimo gesto del ángel en la Anunciación, de Botticelli. Pero es más: en Occidente, el silencio es la posibilidad de la escucha de Dios, la lucidez de su presencia comunicativa. Lo dijo muy bien la Madre Teresa en esa frase de sustantivos concatenados que se ha repetido en millones de postales: «Del silencio viene la oración; de la oración, la fe; y de la fe, la caridad».

Alguien que desde el silencio apunta a la escucha de la Voz es el sacerdote y poeta argentino Hugo Mújica. Todo lo que cuenta en sus brevísimos poemarios es de una profundidad difícil de medir. No puedes leer los versos siguientes sin haber apartado largamente la vista del libro, mientras la reflexión da buena cuenta de lo allí dicho. La editorial Vaso Roto acaba de poner en circulación su Poesía completa (1983-2011). Me detengo sólo en el último poemario del libro, Y siempre después el viento. Mújica quiere decir en palabras el silencio activo de Dios, que no por mudo se desentiende; es que el respeto por el corazón del hombre le puede. Así, desgrana expresiones de sorpresa ante una Presencia no pretendida por el hombre: «Dejarse encontrar en la renuncia a lo esperado». Y en otro sitio: «En el fracaso de la búsqueda se revela lo que nos encuentra».

Sus versos no tienen el misticismo aéreo de los haikus; los suyos tratan de evidenciar un Silencio que a todos envuelve, y que nos mira desde una posición respetuosa. Voz-Misterio-Presencia-Silencio, aquí todo marcha con mayúsculas, porque el poeta revela que cada palabra apunta a una Identidad.

«Hay que regresar a la sed», dice Mujica, y con razón. Sin ella, Dios pasaría inadvertido, porque quiere ser solicitado. Como la sed solicita su agua.