El pequeño barbero de Sevilla: amores bufos - Alfa y Omega

La primera representación de El barbero de Sevilla, allá por 1816, fue un sonado fracaso. El público silbó, pataleó, abucheó, ocurrieron varios accidentes en escena y hasta un gato dio un salto y apareció de repente sobre las tablas. Al pobre de Rossini casi le corren a gorrazos por la bufonada. Cosas de la Roma decimonónica.

En pleno siglo XXI, y aunque al más puesto en arias esto de Fígaro le suene a episodios de Tom y Jerry o antiguos anuncios televisivos de pasta al dente, no se corren semejantes riesgos. Todo es mucho más tranquilo, todo tiene un aire bufo e infantil, que nos preserva de sobresaltos innecesarios. Es ópera fast-food. Da lo mismo que sean niños o abuelos los que la consumen. La tentación de mojar las patatas en el kétchup y luego chuparse los dedos es poderosa.

Como dice el programa de mano, no hay más que escribir «barbero» en cualquier buscador de internet y comprobar la importancia del título; automáticamente se completará con la palabra Sevilla. Si usted no ha ido nunca a la ópera, pero le parece que el acervo cultural de su hijo no debería tener una laguna como la suya, este es su pequeño barbero. Como hecho a medida. Si, por el contrario, es usted un sibarita de óperas cómicas y serias, el menú puede parecerle un poco basto. El niño, que es el que más cuenta en estos casos, a partir de 5 años pasará un buen rato o, en el peor de los casos, ajeno a la comida, jugará en la sala de bolas que siempre tienen a punto en este tipo de restaurantes.

Ópera Divertimento tiene experiencia en estos oficios. No es su mejor representación, pero salen airosos. Dirigida por Miguel Ribagorda, con la dirección musical de Andoni Barañano, El pequeño barbero de Sevilla peca de una floja adaptación del libreto y abusa de detalles como los cansinos guiños llamados de género (niños y niñas, vecinos y vecinas; falta óperos y óperas) o una excesiva carga de acento andaluz buscando el gracejo y la gracia fácil. Hay actores a los que no se les entiende bien, unos porque no vocalizan, otros porque sólo se mueven en registros histriónicos.

Hay muchos ratos, sin embargo, en que el pecado de la gula se olvida y resplandece la virtud en la mesa. El conde de Almaviva pena sus amores por Rosina, con una voz deliciosa y contenida. La música en directo, con un simple teclado, acompaña a los cantantes, que se crecen cantando, de la misma forma que, en general, menguan cuando actúan. La hora se pasa entre vaivenes amorosos y una acertada selección de fragmentos. A mis hijos, que ya han probado menús similares en otras ocasiones, les sigue pareciendo que «cantan raro, pero bonito», «que una historia de amor siempre merece la pena» y «que Fígaro es un nombre bien chulo para ponerle a un gato». Lástima que esta vez no hubo gato encerrado que, como en el estreno de Roma, saltara al escenario y nos arañara el alma. Por si acaso aparece, lleven a sus hijos a este divertimento operístico. Hay riesgos que merece la pena correr. Hay arañazos y cicatrices que se quedan marcados para toda la vida.

El pequeño barbero de Sevilla

★★★☆☆

Teatro:

Teatro Bellas Artes

Dirección:

Calle Marqués de Casa Riera, 2

Metro:

Sevilla, Banco de España

OBRA FINALIZADA