El Papa pide seguir a Jesús «no de palabra sino con los hechos»
Durante la Misa del Domingo de Ramos, Francisco expresa su «profundo pesar» por el atentado en Egipto
El Papa ha comenzado este domingo la celebración de su quinta Semana Santa como Obispo de Roma, recordando el atentado horas antes en El Cairo contra una iglesia copta. Francisco trasladó su «profundo pesar» a su «querido hermano» el papa Tawadros II, cabeza de los ortodoxos coptos, y a todo el pueblo egipcio.
El Pontífice recordó también que el Domingo de Ramos se celebra a nivel diocesano la Jornada Mundial de la Juventud. Tras la Misa, un grupo de jóvenes polacos pasó el testigo a una representación panameña, con la entrega de la cruz de la JMJ. Las dos delegaciones participaron en la víspera en una vigilia de oración presidida por el Papa en la basílica de Santa María la Mayor.
En su homilía, el Papa explicó que el Domingo de Ramos «tiene como un doble sabor, dulce y amargo, es alegre y dolorosa, porque en ella celebramos la entrada del Señor en Jerusalén, aclamado por sus discípulos como rey, al mismo tiempo que se proclama solemnemente el relato del Evangelio sobre su pasión».
«Pero este Jesús, que justamente según las Escrituras entra de esa manera en la Ciudad Santa –añadió–, no es un iluso que siembra falsas ilusiones, no es un profeta new age, un vendedor de humo, todo lo contrario: es un Mesías bien definido, con la fisonomía concreta del siervo, el siervo de Dios y del hombre que va a la pasión; es el gran Paciente del dolor humano».
Y a sus discípulos no les promete «honores y triunfos», sino que «siempre advirtió a sus amigos que el camino era ese, y que la victoria final pasaría a través de la pasión y de la cruz. Y lo mismo vale para nosotros. Para seguir fielmente a Jesús, pedimos la gracia de hacerlo no de palabra sino con los hechos, y de llevar nuestra cruz con paciencia, de no rechazarla, ni deshacerse de ella, sino que, mirándolo a Él, aceptémosla y llevémosla día a día».
Hoy, concluyó el Pontífice, «Él está presente en muchos de nuestros hermanos y hermanas que hoy, hoy sufren como Él, sufren a causa de un trabajo esclavo», «los dramas familiares», «las enfermedades»… o «la guerra y el terrorismo».
Esta celebración tiene como un doble sabor, dulce y amargo, es alegre y dolorosa, porque en ella celebramos la entrada del Señor en Jerusalén, aclamado por sus discípulos como rey, al mismo tiempo que se proclama solemnemente el relato del Evangelio sobre su pasión. Por eso nuestro corazón siente ese doloroso contraste y experimenta en cierta medida lo que Jesús sintió en su corazón en ese día, el día en que se regocijó con sus amigos y lloró sobre Jerusalén.
Desde hace 32 años la dimensión gozosa de este domingo se ha enriquecido con la fiesta de los jóvenes: La Jornada Mundial de la Juventud, que este año se celebra en ámbito diocesano, pero que en esta plaza vivirá dentro de poco un momento intenso, de horizontes abiertos, cuando los jóvenes de Cracovia entreguen la Cruz a los jóvenes de Panamá.
El Evangelio que se ha proclamado antes de la procesión (cf. Mt 21,1-11) describe a Jesús bajando del monte de los Olivos montado en una borrica, que nadie había montado nunca; se hace hincapié en el entusiasmo de los discípulos, que acompañan al Maestro con aclamaciones festivas; y podemos imaginarnos con razón cómo los muchachos y jóvenes de la ciudad se dejaron contagiar de este ambiente, uniéndose al cortejo con sus gritos. Jesús mismo ve en esta alegre bienvenida una fuerza irresistible querida por Dios, y a los fariseos escandalizados les responde: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras» (Lc 19,40).
Pero este Jesús, que justamente según las Escrituras entra de esa manera en la Ciudad Santa, no es un iluso que siembra falsas ilusiones, no es un profeta «new age», un vendedor de humo, todo lo contrario: es un Mesías bien definido, con la fisonomía concreta del siervo, el siervo de Dios y del hombre que va a la pasión; es el gran Paciente del dolor humano.
Así, al mismo tiempo que también nosotros festejamos a nuestro Rey, pensamos en el sufrimiento que Él tendrá que sufrir en esta Semana. Pensamos en las calumnias, los ultrajes, los engaños, las traiciones, el abandono, el juicio inicuo, los golpes, los azotes, la corona de espinas… y en definitiva pensemos en el vía crucis, hasta la crucifixión.
Él lo dijo claramente a sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga» (Mt 16,24). Él nunca prometió honores y triunfos. Los Evangelios son muy claros. Siempre advirtió a sus amigos que el camino era ese, y que la victoria final pasaría a través de la pasión y de la cruz. Y lo mismo vale para nosotros. Para seguir fielmente a Jesús, pedimos la gracia de hacerlo no de palabra sino con los hechos, y de llevar nuestra cruz con paciencia, de no rechazarla, ni deshacerse de ella, sino que, mirándolo a Él, aceptémosla y llevémosla día a día.
Y este Jesús, que acepta que lo aclamen aun sabiendo que le espera la cruz, no nos pide que lo contemplemos sólo en los cuadros o en las fotografías, o incluso en los vídeos que circulan por la red. No. Él está presente en muchos de nuestros hermanos y hermanas que hoy, hoy sufren como Él, sufren a causa de un trabajo esclavo, sufren por los dramas familiares, sufren por las enfermedades… Sufren a causa de la guerra y el terrorismo, por culpa de los intereses que mueven las armas y dañan con ellas. Hombres y mujeres engañados, pisoteados en su dignidad, descartados… Jesús está en ellos, en cada uno de ellos, y con ese rostro desfigurado, con esa voz rota pide –nos pide– que se le mire, que se le reconozca, que se le ame.
No es otro Jesús: es el mismo que entró en Jerusalén en medio de un ondear de ramos de palmas y de olivos. Es el mismo que fue clavado en la cruz y murió entre dos malhechores. No tenemos otro Señor fuera de Él: Jesús, humilde Rey de justicia, de misericordia y de paz.
Palabras del Papa durante el rezo del Ángelus
Al término de esta celebración, saludo cordialmente a todos ustedes, aquí presentes, especialmente a cuantos han participado en el Encuentro internacional con vistas a la Asamblea sinodal sobre los jóvenes, organizado por el Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, en colaboración con la Secretaría General del Sínodo de los Obispos.
Este saludo se extiende a todos los jóvenes que hoy, en torno a sus Obispos, celebran la Jornada de la Juventud en cada diócesis del mundo. Se trata de otra etapa de la gran peregrinación, comenzada por San Juan Pablo II, que el año pasado nos ha reunido en Cracovia y que nos convoca en Panamá para enero de 2019.
Por esta razón, dentro de algunos instantes, los jóvenes polacos entregarán la Cruz de las Jornadas Mundiales de la Juventud a los jóvenes panameños, acompañados, recíprocamente, por sus Pastores y Autoridades civiles.
Pidamos al Señor que la Cruz, junto al icono de María, Salus Populi Romani, allí donde pasará haga crecer la fe y la esperanza, revelando el amor invencible de Cristo.
A Cristo que hoy entra en la Pasión y a la la Santísima Virgen encomendamos a las víctimas del atentado terrorista acaecido el viernes pasado en Estocolmo, así como a cuantos se encuentran aún duramente probados por la guerra, desgracia de la humanidad.
Y también el atentado realizado, lamentablemente hoy, esta mañana, en El Cairo, en una iglesia copta: a mi querido hermano, Su Santidad el Papa Tawadros II, a la Iglesia Copta y a toda la querida nación egipcia, expreso mi profundo pesar, rezo por los difuntos y por los heridos; estoy cercano a los familiares y a la entera comunidad.
Que el Señor convierta el corazón de las personas que siembran terror, violencia y muerte, y también el corazón de quienes fabrican y trafican las armas.