El Papa pide a los consagrados «paciencia valiente» para «explorar nuevos caminos» - Alfa y Omega

El Papa pide a los consagrados «paciencia valiente» para «explorar nuevos caminos»

En la fiesta de la Presentación del Señor, Francisco ha propuesto el ejemplo del anciano Simeón, que «no se dejó consumir por la amargura» ante realidades que hoy pueden ser la falta de vocaciones o la indiferencia del mundo

María Martínez López
Foto: Vatican Media.

El Papa Francisco ha exhortado a los consagrados a no quedarse «en la nostalgia del pasado» ni limitarse a «repetir lo mismo de siempre». En la Misa con motivo de la fiesta de la Presentación del Señor, en la que se celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, les ha pedido que en lugar de esto ejerzan la «paciencia valiente de caminar, de explorar nuevos caminos, de buscar lo que el Espíritu Santo nos sugiere».

Siguiendo el Evangelio del día, el Santo Padre ha presentado a los consagrados el ejemplo del anciano Simeón, que «no se dejó desgastar por el paso del tiempo» ni por haber sido herido en el pasado; y no se dejó «consumir por la amargura» o la melancolía. Esta virtud, que es reflejo de la paciencia de Dios, la adquirió de la oración.

Por medio de ella, el anciano «aprendió que Dios no viene en acontecimientos extraordinarios, sino que realiza su obra en la aparente monotonía de nuestros días, en el ritmo a veces fatigoso de las actividades, en lo pequeño e insignificante que realizamos con tesón y humildad, tratando de hacer su voluntad».

La historia de un Dios paciente

Meditando sobre la historia de su pueblo, ha continuado el Pontífice, Simeón descubrió al Dios paciente al que luego pudo tener en brazos. En efecto, Jesús «nos llama hasta la última hora, no exige la perfección sino el impulso del corazón, abre nuevas posibilidades donde todo parece perdido, intenta abrirse paso en nuestro interior incluso cuando cerramos nuestro corazón, deja crecer el buen trigo sin arrancar la cizaña». En definitiva, manifiesta un amor que levanta al caído y espera al que se ha perdido; un amor que «no se mide en la balanza de nuestros cálculos humanos».

La paciencia aprendida por este hombre «justo y piadoso» que «aguardaba el consuelo de Israel» no es «una mera tolerancia de las dificultades o una resistencia fatalista a la adversidad». Tampoco «es un signo de debilidad». Es «la fortaleza del espíritu que nos hace capaces de llevar el peso de los problemas personales y comunitarios, nos hace acoger la diversidad de los demás, nos hace perseverar en el bien incluso cuando todo parece inútil, nos mantiene en movimiento aun cuando el tedio y la pereza nos asaltan».

«El mundo ya no nos escucha»

A continuación, el Papa ha sugerido a los consagrados tres ámbitos donde vivir esta paciencia. En primer lugar, en la vida personal; esa que un día se entregó a Dios «con entusiasmo y generosidad». A veces, esa ilusión se encuentra con decepciones, se ve frustrada o no da fruto. Ante esto, «debemos ser pacientes con nosotros mismos y esperar con confianza los tiempos y los modos de Dios: Él es fiel a sus promesas. Recordar esto nos permite replantear nuestros caminos y revigorizar nuestros sueños, sin ceder a la tristeza interior y al desencanto».

Esta virtud ha de concretarse además, ha añadido Francisco, en la vida comunitaria, en medio de relaciones humanas que «no siempre son pacíficas» y en las que hay que aprender a «llevar sobre nuestros hombros la vida del hermano o de la hermana», también con sus defectos. Cuando surgen conflictos, «no podemos exigir una solución inmediata, ni debemos apresurarnos a juzgar a la persona o a la situación». En vez de esto, el Santo Padre ha animado a «guardar las distancias, intentar no perder la paz, esperar el mejor momento para aclarar con caridad y verdad».

Por último, los consagrados han de cultivar la paciencia ante el mundo. Simeón y Ana «no se lamentaron de todo aquello que no funcionaba», y que en el caso de la vida consagrada se podría resumir en quejas como «el mundo ya no nos escucha» o «no tenemos vocaciones», ha ejemplificado el Santo Padre. Cultivaron la esperanza que anunciaban los profetas. Aunque tardara «en hacerse realidad» y creciera «lentamente en medio de las infidelidades y las ruinas del mundo». Juzgando las cosas desde lo inmediato, «perdemos la esperanza».

Los consagrados en la pandemia

La Eucaristía de esta fiesta en la basílica de San Pedro se ha celebrado con todas las restricciones de seguridad propias de la pandemia. Pero no ha prescindido del gesto de las velas encendidas. Sí faltaban otros «signos y los rostros alegres que nos acompañaron en años pasados», ha reconocido el cardenal João Braz de Aviz, prefecto de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica, en su saludo al Pontífice.

A causa de la pandemia, «hemos seguido durante meses las noticias que llegan de nuestras comunidades en los diversos países», y que hablaban de «desconcierto», de contagiados y fallecidos, de dificultades, pero también «de una fidelidad probada por el sufrimiento, de coraje, de un testimonio sereno incluso en medio del dolor y la incertidumbre». El cardenal brasileño ha agradecido en especial la cercanía del Papa a todos, manifestada en «actos y palabras paternales, marcados por la fe, el amor del Señor y el testimonio luminoso de vida». Esto «nos ha animado y alimentado nuestra esperanza».

«Queremos», ha concluido el prefecto, «seguir siendo los buenos samaritanos de nuestra época, superando la tentación de ensimismarnos y llorar sobre nosotros mismos, o de cerrar nuestros ojos al dolor, el sufrimiento y la pobreza de tantos».