El Moisés más difícil - Alfa y Omega

El Moisés más difícil

Javier Alonso Sandoica

Escuchar una ópera dodecafónica ortodoxa, como es Moisés y Arón, de Arnold Schönberg, es como jugar al waterpolo: en ningún momento te está permitido hacer pie. Tampoco puedes salir del teatro, como lo hacían los contemporáneos de Mozart después de los estrenos de sus obras, llevándote algunas melodías en la cabeza. Aquí el tarareo es imposible. Pero esta inaccesibilidad primera no está reñida con ser una de las piezas musicales más compactas y colosales del siglo XX. Tuve la suerte, el pasado domingo, de presenciar su estreno absoluto en el Teatro Real de Madrid, que mira que tiene delito que un clásico de nuestro tiempo, con una solera de más de 60 años, tenga que pisar el siglo XXI para estrenarse en nuestra capital. En 1912, el autor escribió al poeta Richard Dehmel: «Quiero escribir un oratorio que hable de cómo el hombre de hoy, que ha pasado por el materialismo, el socialismo, la anarquía y el ateísmo, disputa con Dios. Y así procurar su encuentro con Él e iniciarle en la oración». Pedazo de reto.

El libreto no se sostiene sólo sobre los hechos trascendentales del pueblo judío: la salida de las fauces del faraón, los años en el desierto, la construcción del becerro de oro, las tablas de la ley. El libreto no es una yuxtaposición de acontecimientos musicalmente dramatizados, un reto demasiado fácil para Schönberg. Él quería mostrar el enfrentamiento de Moisés (que preserva la inaccesibilidad de Dios, la imposibilidad de ser representado en imágenes) y Arón (Aron con una sola a: el vienés tenía pánico al número 13, la suma de las letras del título de su ópera: Moses und A(a)ron). Arón, en cambio, es la voz del Moisés que no puede hablar del misterio profundo de Dios; por eso el hermano facilita al pueblo una imagen: la visibilidad de Dios, subvirtiendo la magnificencia oculta de Dios por la visibilidad de un becerro, donde se arrejunta el cúmulo de pasiones y deseos de los hombres. Es la sustitución del Dios invisible, que exige una fe desnuda, por el visible y facilón del becerro, una proyección de las necesidades tumultuosas del corazón, con sus ritos orgiásticos, sacrificios de sangre, etc.

Sobrecoge la imaginación de Shoenberg por regalarnos una originalísima imagen musical de la voz de la zarza ardiente. Moisés oye un coro múltiple en el que se combina un murmullo de mujer, una melodía hablada, y un coro de hombres sin apoyatura de la tonalidad…, el sobrecogimiento de la escena es palpable. Siempre quedarán las grabaciones para aquel que se perdiera la cita.