Si quieren pasar una tarde como observadores de una pequeña estancia donde tres actores darán voz a tres historias entrelazadas, casi calcadas, en una atmósfera tabernaria, al estilo irlandés, con olor a whisky y niebla de fondo, no tienen más remedio que acercarse hasta el Teatro Guindalera, en el barrio de Salamanca, para dejarse atrapar, no sólo por el encanto personal del lugar, sino también por el brillo y la excelencia de los actores que dirige Juan Pastor, quien desde hace años apuesta por unos textos exigentes que a uno le quitan el hipo.
Faith Healer (título original de la obra) habla de la verdad, mejor dicho, de qué es la verdad. Francis Hardy, Frank, es un personaje hechizante que posee un don. Algo así como un mesías que recorre en su furgoneta con su mujer Grace y su representante, Teddy, los parajes del norte de Irlanda curando acá y acullá. Lo cierto es que no sabemos si cura o no; si curaba. La representación consiste en eso: es un tríptico donde cada uno de los protagonistas nos desvelarán su historia personal, cómo la vivieron, cómo la sufrieron y cómo la recuerdan. Es un ejercicio de introspección muy valioso donde uno se fabrica y compone su propia conciencia. Cómo cada uno de nosotros maquillamos nuestros recuerdos, cómo queremos que sean, que se perpetúen. Algo así como una varita mágica que todos tenemos para construir nuestro pasado y justificar de alguna forma nuestro presente. Ya saben aquello de que el pasado ya pasó, el futuro es incierto y el presente es un regalo. Pues bien, Brian Friel aborda el tema de la memoria y de eso que llamamos presente marcado irremediablemente por lo que quedó atrás y donde no queda espacio para lo que nos espera.
Lo cierto es que es una obra dura. Me refiero con ello a que van a sentarse en la butaca y al rato van a sentirse quizás incómodos por lo que se cuenta. Algo así como compasión y duelo, horror y náuseas, o incluso ternura puede que lleguen a sentir a ratos al escuchar los monólogos que en realidad van a hablar de lo mismo. Un acontecimiento trágico servirá como hilo conductor de la historia que se repite hasta la saciedad, hasta sentir que uno estuvo allí, contemplando la cara de Grace con un bebé entre sus brazos. Me comprenderán si van a ver y vivir la obra. Hay estampas que a uno de vez en cuando le persiguen hasta el cuarto de baño, la hora de la siesta, sentada en el sofá…
Pero qué importante, verdad, es eso de sabernos otros… Yo no sé si ustedes lo han pensando alguna vez. A mí me gusta detenerme a pensar en eso de la otredad. De cómo el otro no tiene sentido sin el uno. De la necesidad de conformarse mutuamente en el tiempo y el espacio. Y bueno, puede que no me hayan entendido bien hasta el momento, pero hablo de la importancia de compartir la vida con alguien que siempre nos observa, porque cuanto acontece le importa. Así el otro tiene la certeza fresca de saber que la vida ahora sí es de ambos. La pregunta sería la siguiente: ¿Puede ser una misma vida vivida por los tres personajes? O en cambio, ¿son tres vidas distintas que comparten algo que les une irremediablemente y los conduce al éxito o al fracaso? Ya me dirán ustedes qué piensan después de disfrutar de la obra.
Y para terminar, qué decir de Bruno Lastra, María Pastor y Felipe Andrés. Construyen su personaje con un tacto que embauca. Yo no dejaba de temblar con María Pastor, magnífica. Un texto difícil por lo poético y lo condensado, pero brillantemente resuelto con la exquisita interpretación de los tres. Les advierto que son dos horas de monólogos. Con una luz opaca y un ambiente cargado por el recuerdo. Por el dolor.
★★★☆☆
Calle Martínez Izquierdo, 20
Diego de León
ESPECTÁCULO FINALIZADO