El Ejército de Resistencia del Señor saquea Bakouma drogado con hachís - Alfa y Omega

El Ejército de Resistencia del Señor saquea Bakouma drogado con hachís

Juan José Aguirre

Era ya noche cerrada. La hermana Claribel recuerda la espalda del bandido que destripó y saqueó su habitación. Había cogido una mochila de aquellas rojas y amarillas que se distribuyeron cuando la JMJ en Madrid y allí había metido todo el dinero que les habían robado, y sus vestidos, la comida de los pobres y hasta sus sujetadores. Dos horas de angustia, dos religiosas desamparadas frente a 16 saqueadores y centinelas de campo, drogados de hachís indígena y armados hasta los dientes con kalashnikov y machetes. Hablaban inglés y swahili. Fui a verlas a los pocos días y a convencerlas que lo que les han robado hoy regresará con creces por obra y gracia de la fe en la Providencia. Pero temblaban aún por las dos horas que duró aquel calvario. Ese 21 de enero de 2016 será inolvidable para ellas, misioneras salvadoreñas de los pies a la cabeza. Una trabaja en Bangassou (Centroáfrica) desde hace 20 años. Ellos, los infames asesinos de la LRA, desde 2008. Esta Armada de Resistencia del Señor (LRA), fundada por Joseph Kony asola la diócesis Bangassou sin piedad desde entonces.

El Papa Francisco ha podido, el mes de noviembre pasado, romper barreras y borrar líneas rojas entre otros contendientes, Selekas y antibalakas. Su presencia ha movido el país a unas elecciones presidenciales con las que salir del hoyo en donde la coalición rebelde Seleka, de mayoría musulmana, nos había metido hace tres e interminables años. Desgraciadamente Bangassou queda a 750 km de la capital, que el Papa declaró «capital espiritual del mundo». Así que nuestra diócesis no puede aspirar a ser más que la «diócesis más saqueada del mundo». Ayer fue en Bakouma y las hermanas Claribel y Sandra apuran el cáliz de la violencia. Mañana, eterno recomenzar, será en otro sitio, con los mismos protagonistas y el pueblo de Bangassou como víctimas colaterales por estar en el peor sitio, en el peor momento, que eran sus casas y sus aldeas. Un drama brutal que golpea un pueblo pacífico y amigable.

En las últimas dos semanas de enero 2016, la LRA ha atacado decenas de pueblos, algunos a 10 km de Bangassou, se ha llevado cientos de niños y jóvenes secuestrados que guardarán el trauma de la violencia, de las noches en la selva y de los estragos de verse alejados de sus poblados, han matado a los que han opuesto a sus fechorías (ayer enterramos el último en Bangassou) y han quemado cientos de casas y con ellas, semillas, cosechas, enseres y sueños de futuro.

Otra imagen que Claribel lleva en sus pupilas es la de uno de los violentos pisoteando su velo blanco de consagrada, apenas tirado al suelo desde el armario de su cuarto. Su ropa manchada es símbolo de su fortaleza saqueada. Les pedía calma cuando uno de aquellos fanáticos golpeó con la parte plana de su machete a la hermana Sandra en el hombro porque, temblando como estaba, no atinaba a meter la llave en la cerradura de la alacena. El ataque que ellas vivieron ese día no es más que el eco de los cientos de asaltos vividos por estas poblaciones desde hace años, resonancia de los cientos de violencias ciegas y gratuitas que han golpeado la diócesis en los últimos años.

Pero esta vez, la agresión tiene una connotación nueva y sesgada. Apenas la LRA se marchó a contar monedas y billetes, sacos de cacahuetes y botín desparejado, un grupo de soldados ugandeses llegó a Bakouma, seguidos de un pequeño contingente americano (dos agentes blancos y uno negro) en un helicóptero del ejército de EE. UU.. En efecto, desde hace 10 años, un contrato firmado entre el anterior gobierno centroafricano (hoy destronado), la Unión africana (UA) el gobierno ugandés y el gobierno americano, ha permitido a soldados ugandeses y americanos, con la excusa o la certeza de luchar contra la LRA, los unos porque la vieron nacer y los otros porque tienen satélites y drones con los que poderlos seguir, de campar a sus anchas en el este de Centroáfrica. Es como si un batallón del ejército esloveno (por ejemplo) ocupara la provincia de Cádiz (por ejemplo) sin que nadie se diera por aludido y cientos de aviones eslovenos, sin control ni permisos, aterrizaran por todos lados, dueños del territorio. La presencia de estos ugandeses ha permitido dar seguridad en las ciudades más grandes al borde de la carretera principal. De hecho parece que triplican el número de los LRA. Pero la cosa huele a chamusquina. Parece como si no les interesara acabar con la LRA. Saben quiénes son y los dejan hacer, no entran en la selva a buscarlos excusándose en los jóvenes secuestrados que la LRA pondría como escudos humanos en caso de ataque, tienen fotos de los líderes, saben dónde se esconde Joseph Kony desde hace años (en un rincón entre el Sudán del sur y el del norte al sur del Darfur llamado Kafia Kingi), pero nadie mueve un dedo para neutralizarlo con la complicidad del gobierno sudanés. Los ugandeses presentes en Centroáfrica «juegan a la guerra» y son mejor pagados por el gobierno ugandés que en su propio país. Antiguos LRA reintegrados en el ejército ugandés son reenviados a Bangassou e incluso son reconocidos por antiguos secuestrados, con el trauma que esto supone para ellos. Los americanos, con la excusa de la LRA, ya tienen media docena de bases en Centroáfrica desde donde controlar, creo yo, el petróleo del Sudán y el coltán del Congo. Me da la impresión de que chupan del bote, que el «control» de los rebeldes de la LRA es la punta del iceberg que esconde cantidad de otros intereses que los engrasan gratuitamente. Intereses geopolíticos, económicos u otros en donde ya me pierdo. Y mientras, mi pobre pueblo ejerce de víctima colateral y mis pobres monjas aguantan carretas con su pueblo y carretones con los pobres indefensos.

Los tres americanos trajeron a Bakouma medicinas y las distribuyeron a las misioneras, tomaron nota de lo ocurrido, les enseñaron fotos de reconocimiento de los líderes de la LRA en poses distendidas, uno tocando la guitarra, otro sonriendo como si la foto fuera el recuerdo desde la selva centroafricana para su abuela en Uganda. Mientras uno explicaba los poderes de la pomada contra los hongos, otro, a escondidas de las monjas (pensaban ellos!!), guiñaba el ojo a su compañero como diciendo: «las tenemos en el bote, estas dirán a todos que nuestra presencia aquí es muy necesaria». Nos parecía una puesta en escena, una escenificación con la que convencer al próximo gobierno que saldrá de las urnas la próxima semana, de volver a firmar el contrato que liga Centroáfrica con EE. UU. y Uganda con el beneplácito de la UA, dejando las cosas de la LRA como están, dejando al sufrido pueblo centroafricano pisoteado como siempre y dejándolos a ellos, de rositas, organizar «sus verdaderos objetivos» (buenos o menos buenos) en tierra extranjera. Son algunas de las zonas de sombra que vivimos en este atraco en directo, otro puñetazo en tiempo real en la boca del estómago de mi pueblo centroafricano.

Al atardecer nos fuimos todos a decir la Misa y a encontrar consuelo en la fe. Curiosamente la comunión nos dio fuerzas pero noté que las formas, por no sé porqué misterio de los armarios, tenían sabor a alcanfor. Sabor ácido en la boca y consolaciones en el corazón. No nos queda que gritar con el salmista: «Sácame de la red que me han tendido, porque confío en Ti, tu eres mi roca y mi refugio» (Salmo 90).