El Decamerón Negro: ¿Sensualidad o sexo sin tapujos? - Alfa y Omega

El espectáculo es difícil de etiquetar, no se crean. Lo que sí es fácil es advertirles de que, si ustedes son de los que se sonrojan al oír hablar de sexo, es mejor que elijan ir a ver otra de las decenas de obras que abarrotan los teatros madrileños. Porque a medida que avanzan los minutos, los cuentos que entrelazan este Decamerón Negro suben de tono, hasta llegar a ruborizar, aunque siempre de modo implícito —ojo, para los puristas: no se ve ni un ápice más de carne de la necesaria, aunque a veces, la imaginación corre más deprisa que los ojos—.

Siguiendo la tradición de los explícitos relatos de Bocaccio en su Decamerón —recordemos esos jóvenes retirándose a las afueras de Venecia para contarse historias de amor, lujuria, sexo y engaños mientras la peste asolaba la ciudad— la compañía valenciana L’Om-Imprebís nos regala, en los Teatros del Canal, una serie de narraciones orales africanas de lugares como Togo, Ghana o el Sahel, para explicarnos el origen del hombre, la mujer y el fuego irremediable que nace entre ambos. Inspirado en el libro del etnólogo Leo Frobenius, que tras recorrer el continente africano quedó prendado de los relatos eróticos, el Decamerón Negro celebra la sensualidad del cuerpo, de diversos modos.

De la mano del guineano Gorsy Edu, la angoleña Claudia Coelho, el cubano José Juan Rodríguez, la española Sara Nieto y la guineana Yolanda Eyama —vaya forma de moverse, de declamar, de disfrutar, ¡envidiables, chicos!—, y capitaneados por su director, Santiago Sánchez y un narrador de Burkina Faso, Hassane Kassi Kouyaté, los espectadores sabremos que “la vida, aburrida, se partió en dos y encontró el deseo”. O que “somos de palabras que nos nombran”. Y nos lo contarán con bailes aprendidos de las tribus nómadas de Malí o Mauritania, pero también con tangos, Mozart, o con ese guiño español ligado al tacón de Sara —momentazo—. No sólo bailan. Nos recrean historias, como aquella de los árboles donde se descubrieron “los atributos” del hombre y la mujer. O con una fábula sobre la inteligencia femenina en la que dejan el machismo a la altura del betún —olé vosotros—.

Y, de repente, suena:

Creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño;
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Y Lope nos inunda. Y el niño Amor de Quevedo. Y Eduardo Galeano. Y Shakespeare, y de repente la escena te mece en el amor más profundo.

Y, a continuación, llega una orgía entre hombres, mujeres y viceversa. Eso sí, todos con ropa, no me vayan a malinterpretar. Es la orgía más educada que he visto nunca: una danza de cuerpos que se entrelazan, y sólo sugieren. Pero sugieren mucho. Para el director, Santiago Sánchez, su espectáculo es como una fiesta que huye de la huella cristiana: «La narración africana está marcada por la ausencia del concepto de pecado; el cuerpo es un lugar de encuentro de placer, no hay una barrera mental», ha declarado. Podría pasarme horas explicando por qué para mi la huella cristiana no me impone barreras, sino una profunda e inmensa libertad. Pero quizá es algo mucho más sobrenatural que unas cuantas letras en una crítica.

Lo que sí puedo escribir es que el Decamerón Negro es un cuento hermoso sobre la sensualidad, el erotismo, el amor, la feminidad y la masculinidad, que cuando se hace extremista, pretencioso e intenta dar una moralina sobre «el amor libre y el sexo sin tapujos», se fuerza tanto, que pierde su esencia y su verdad.

El Decamerón Negro

★★★☆☆

Dirección:

Calle Cea Bermúdez, 1

Metro:

Canal

OBRA FINALIZADA