En Madrid se vuelve a representar una de las obras imprescindibles para cualquier espectador de teatro: El caballero de Olmedo, de Lope de Vega. En esta ocasión, la dirige Mariano de Paco Serrano, con una puesta en escena estilizada, que deja gran protagonismo a los potentes versos del escritor. Los actores están a la altura del verso. Siempre es muy complicado recitar a Lope sin entorpecerle. Se les entiende, vocalizan, interpretan… Un gozo para el espectador.
La representación hace mucho hincapié en el elemento misterioso -siempre presente y clave en esta obra-. Sin embargo, en mi opinión, la puesta en escena debería reflejar más la gradual incorporación de este elemento misterioso en la pieza y la progresión temática en los tres actos. De hecho, creo que tanto la versión de Eduardo Galán como la dirección de Mariano de Paco Serrano se inclinan hacia una lectura de esta obra del Fénix de los Ingenios en la estela de la tragedia griega, interpretación con la que no estoy de acuerdo –luego explicaré por qué-.
Aun así, en el Teatro Fernán Gómez se logra una digna representación de esta obra cumbre del Siglo de Oro español y de la Literatura Universal, y es una gran ocasión para disfrutarla. Interpretada por Javier Veiga, Marta Hazas, José Manuel Seda y Enrique Arce, entre otros, la temática de ella es el amor y la muerte, un tándem clásico recurrente en las expresiones artísticas. En El caballero de Olmedo es un genio del siglo XVII, Lope de Vega, quien aborda estas cuestiones, y eso marca la diferencia: pocas veces como en esta obra el motivo amor-muerte alcanza tanta belleza y hondura.
El argumento se basa en un hecho histórico que se convirtió en leyenda y dio pie a varias recreaciones literarias, entre ellas una copla muy popular, leitmotiv en la tragicomedia: De noche le mataron / al caballero / la gala de Medina, / la flor de Olmedo. Don Alonso e Inés se enamoran en la feria de Medina. Ambos utilizan a la vieja alcahueta Fabia para comunicarse. Inés tiene otro pretendiente, don Rodrigo, que ya está en conversaciones con su padre para obtener su mano. Envidioso de don Alonso porque éste es correspondido por Inés y la pareja desea casarse, don Rodrigo lo asesina una noche en el camino de Medina a Olmedo.
No he temido desvelar el final de la obra. Uno de los aspectos más interesantes de esta tragicomedia es que el final está presente desde el inicio de la función, a través de esta copla muy conocida por el público del siglo XVII. Algunos críticos literarios han interpretado la muerte del protagonista como «justicia poética», en sentido de castigo merecido por determinadas faltas de la relación, o bien como un destino fatal en la línea de las tragedias griegas -ésta es la interpretación que se entrevé en la función del Fernán Gómez-. Pero don Alonso es un caballero cristiano: expresa siempre deseos de matrimonio y no cree en ningún tipo de supercherías, ni cuadra con el personaje el hado pagano.
Hay que aventurar otra explicación más coherente para el desenlace del asesinato del protagonista. La muerte de don Alonso está presente desde el comienzo de la función, como en la vida misma desde nuestro nacimiento sabemos que tenemos que morir. Esta autoconciencia de contingencia -muy en la línea cristiana y barroca- va progresando en la obra, también paralelamente a como sucede en la experiencia con la madurez, y se va abriendo paso como al contraluz una herida incurable, el deseo de un amor eterno, de un cumplimiento no sometido a los avatares del tiempo y las circunstancias. Precisamente, si en algo insiste Lope es en el amor como cumplimiento, como estado feliz, como correspondencia. Amor es la palabra con la que comienza la obra. Al amor se ofrecen los más hermosos versos. Que la función acabe con una muerte injusta que interrumpe brutalmente el amor deja abierta esta herida incurable.
Conmueve pensar, conociendo la biografía de Lope, en su propia experiencia del amor y la muerte. Tuvo dos esposas (y numerosas amantes); de ambas esposas enviudó. También tuvo varias crisis religiosas y etapas de arrepentimiento. Después del fallecimiento de su segunda esposa, se ordenó sacerdote. Siguió, sin embargo, con sus amoríos. Finalmente es citada por sus contemporáneos una muerte ejemplar. Creo que toda esta experiencia y esta personalidad es lo que se vuelca en El caballero de Olmedo, donde Lope pone el alma y deja a la posteridad lo mejor de sí mismo.
★★★★☆
Teatro Fernán Gómez
Plaza de Colón, 4
Banco de España, Sevilla
OBRA FINALIZADA