El arzobispo de Toledo pide a los políticos «luchar por la pobreza cero» - Alfa y Omega

El arzobispo de Toledo pide a los políticos «luchar por la pobreza cero»

«La pobreza es un valor bíblico, una virtud. Jesús se hizo pobre para enriquecernos con su riqueza», ha destacado el Primado toledano en su homilía de la Misa Pontifical que se ha celebrado en la catedral, al tiempo que ha señalado que la «verdadera miseria es no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo»

Redacción

El arzobispo de Toledo, Braulio Rodríguez, ha pedido «a políticos y organizaciones sociales luchar por la pobreza cero» al tiempo que ha demandado el compromiso «para que todos los hombres y mujeres tengan lo más mínimo para vivir».

Así lo ha expresado durante la homilía de la Misa Pontifical que se ha celebrado en la catedral Primada con motivo del Corpus Christi, oficiada en rito hispano-mozárabe por monseñor Rodríguez.

El también Primado de España se ha referido a las palabras del Papa Francisco en las que sostiene que «la Iglesia no es una ONG, no debe combatir contra la pobreza» pero sí «dar la batalla contra la miseria material espiritual y nivelar como dice san Pablo».

Esta percepción, como ha asegurado Rodríguez, «no es angelismo» si no que «tenemos que comprometernos para que todo hombre y mujer tengan lo mas mínimo para vivir».

En este punto ha diferenciado al pobre «que sabe que por sí mismo no puede vivir y tiene necesidad de Dios y de los demás para creer» y al «rico, que no tiene necesidad de llamar al prójimo y a Dios», dos conceptos, que a su parecer, «los soporta difícilmente nuestra sociedad, para la que Dios es tantas veces irrelevante».

El Evangelio no es un eslogan

Durante la homilía, monseñor Rodríguez ha asegurado que «sin duda el Evangelio y la Eucaristía no son un eslogan» sino que «tiene que ver con la acción en orden» y dirigida «a placar el sufrimiento de los hombres, trabajar con profundo respeto por los pobres como nos enseñó Cristo».

«La pobreza es un valor bíblico, una virtud. Jesús se hizo pobre para enriquecernos con su riqueza», ha destacado el Primado toledano, al tiempo que ha señalado que la «verdadera miseria es no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo».

No solo la custodia

Respecto a la celebración del Corpus Christi, el arzobispo de Toledo ha destacado la importancia de que la ciudad vuelque «lo más grande que posee no solo para recibir a la Custodia» sino también «al Santísimo Sacramento».

Además, ha puesto el acento, en esta celebración del Corpus que forma parte de «nuestras señas de identidad», en que el cristianismo «no es una moral pero tiene muchas consecuencias morales». «Vivimos de la vida de Cristo, no podemos caminar sin la compañía de Jesús».

Europa Press / Redacción

En el Evangelio de san Lucas leemos un curioso relato al descubrir los últimos pasos de Jesús en la víspera de su Pasión. Los Apóstoles, por mandato del Señor, habrían preparado el banquete pascual que, por medio de su siervo Moisés, ordenó Dios (cfr. Ex 12, 1ss): «Y cuando llegó la hora –que estaba señalada para comer la Pascua judía– se sentó a la mesa, y los Apóstoles con Él». Y les dijo: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la voy a comer hasta que se cumpla en el reino de Dios» (Lc 22, 14-16).

El Jueves Santo rememoramos cómo el Señor comió la última pascua judía, antes de entrar en su pasión, y le sirvió de ocasión para hablar a sus discípulos de un futuro banquete en el reino de Dios, que naturalmente, había de durar para siempre. Porque en el reino de Dios no hay nada perecedero, nada transitorio. Todo es presencia, una presencia de duración eternamente presente. Son verdad, pues, esas palabras de Jesús que hemos escuchado: «El que come este pan vivirá eternamente» (Jn 6, 58).

Eternamente se sentará el Señor con sus discípulos a la mesa; eternamente celebrará con ellos banquete: realidad consumada y duradera de lo que en el banquete terreno de la Pascua israelita estaba prefigurado entre sombras. Eternamente escanciará Cristo la copa a sus leales, a quienes quieran ser sus comensales. El Evangelio y la Eucaristía que nos dejó el Señor no son un eslogan.

Sin duda que el Evangelio y la Eucaristía tienen que ver también con nuestra acción en orden a aplacar el sufrimiento de los hombres, trabajando humildemente en ello, y con profundo respeto por los pobres, como nos enseñó Cristo. Pero hablamos de los pobres, a los que Cristo llamó bienaventurados. Dios quiere librar con nuestro esfuerzo a los pobres de su miseria, aunque sabemos que la pobreza es un valor bíblico. Es más: Jesús se hizo pobre para enriquecernos con su riqueza. ¿Tenemos o no que luchar por la pobreza cero, como pedimos a nuestros políticos u organizaciones sociales?

La Iglesia, dice constantemente, el Papa Francisco, no es una ONG; no debe combatir contra la pobreza, pero sí dar la batalla contra la miseria, material y espiritual. Y esto no es angelismo, pues tenemos que comprometernos para que todo hombre y mujer tengan lo mínimo para vivir. Y es que el pobre es aquel que sobe que, por sí mismo, no puede vivir. Tiene necesidad de Dios y de los demás, para crecer. El rico es sobre todo el que no tiene necesidad de llamar ni al prójimo ni a Dios. Estos conceptos los soporta difícilmente nuestra sociedad para la cual Dios es tantas veces irrelevante. Por eso Gaudium et Spes, ese texto conciliar tan importante, nos invita a luchar contra la miseria, no contra la pobreza.

– Vemos esto reflejado en el mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma del 2014 «Cristo, el Hijo eterno de Dios, siendo rico, se hizo pobre por nosotros…». «¡Qué gran misterio la encarnación de Dios!, dice el Papa; sin este misterio no se entiende la Eucaristía. La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino» –dice san Pablo– «…para enriquecernos con su pobreza». No es un juego de palabras ni una expresión para causar sensación. Es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación.

«¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece?» Precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que es superfluo para él con aparente piedad filantrópica. «El amor de Cristo no es eso» dice el Papa. Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente, necesitada de perdón, entre nosotros pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Lo sorprendente es juntamente lo que dice el Apóstol: Cristo no nos salvó por su riqueza, que era y es mucha e inalcanzable, sino por medio de su pobreza. Es, pues, una «rica pobreza» o una «pobre riqueza» su misericordia, que Cristo nos invita a compartir con Él: su espíritu filial y fraterno, convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito.

Entendemos así que la única verdadera tristeza esté en no ser santos (L. Bloy); de modo que podemos decir también –concluye el santo Padre– que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo. Hermanos: en esta fiesta de Corpus es preciso subrayar que el cristianismo no es una moral, pero tiene, y muchas, consecuencias morales. Nosotros vivimos de la vida de Cristo; no podemos caminar sin la compañía de Cristo, luz, verdad y vida. Después de su encuentro con Jesús, un verdadero cristiano cambia su comportamiento para con los demás.

Claro: sabe que Dios ha amado tanto al mundo que por ello ha enviado a su Hijo para que todo el que cree en Él sea salvado y tenga vida eterna. El amor constituye el mismo ser de Dios. ¡Qué se entiende aquello de san Agustín: «Tú ves la Trinidad cuando ves la caridad»! La celebración de esta caridad de Cristo quiera Dios que la experimentemos en esta celebración de la Eucaristía en nuestro venerable rito hispano-mozárabe, en este Jueves tan especial para la ciudad de Toledo, pues forma parte de nuestras señas de identidad. En espera del día del Corpus el próximo domingo, vivamos la presencia de Jesucristo en la Misa y en la Procesión por nuestras calles. Tan importante es esta presencia, que desde hace tantos siglos esta ciudad vuelca todo lo más grande que posee para recibir al Santísimo Sacramento. Y encargó al Maestro Enrique de Arfe que la custodia de la Reina Católica la enmarcara en su propia filigrana hecha Custodia donde poner a Cristo y que constituye el mejor espacio donde albergar al que se quiso quedar siempre con nosotros.

Braulio Rodríguez Plaza
arzobispo de Toledo y Primado de España