Rodriwood: donde antes pastaban las ovejas ahora se hacen pelis
El mirobrigense Pablo Moreno soñaba desde pequeño con ser director de cine y ahora hace películas con las que aspira a cambiar el mundo. «Las películas son los retablos del siglo XXI», dice
Tras recorrer 300 kilómetros hasta Ciudad Rodrigo bajo el tórrido sol de este junio, uno espera que lo que ha ido a ver no le decepcione, y el camino de piedras que hay que transitar después de sobrepasar un cartel en el que se puede leer Rodriwood Estudios y Stellarvm Films no hace presagiar nada bueno. Pero es un presentimiento erróneo que tarda en disiparse tan solo los 100 metros que tiene el trazado. Enseguida aparece ante mí un imponente barco, como los que aparecen en las películas de piratas, solo que este está atracado en pleno campo castellanoleonés. «Según las necesidades, le metemos un croma detrás» y gracias a la tecnología «lo podemos hacer navegar por cualquier océano sin necesidad de que se mueva del sitio», explica el director de cine Pablo Moreno, que es el último responsable de todo lo que aparece ante mis ojos. Echamos el ancla al navío y desembarcamos en una calle, que bien podría ser del Madrid del siglo XIX —aunque en realidad es un decorado de madera fabricado por los mismos carpinteros a los que sorprendo en la hora del bocadillo—, y todo ello sin salir de la finca de Moreno. «Era propiedad de mi padre. Aquí tenía las ovejas. Pero un buen día me dijo que llevaba toda su vida tratando de que esta tierra diera fruto y que ahora había llegado mi turno. Y me la cedió hace un año para que montáramos el estudio», resume.
De puertas para adentro, Rodriwood esconde los decorados de interiores, donde reposa un carruaje –de los que en otra época eran tirados por caballos–, o un funcional taller de costura en el que dos mujeres se afanan para crear trajes como el que pudo vestir una mujer de alta alcurnia en la corte de Isabel II. También hay una estancia dedicada a la posproducción, con una pantalla enorme en la que apreciar hasta el más mínimo detalle de la película en la que se esté trabajando en ese momento, o una sala tipo oficina en cuyas paredes están colgados los carteles de algunos de los filmes que han salido del estudio. Allí mismo el joven director, que tiene 38 años y está a punto de ser padre por tercera vez, cuenta cómo comenzó todo. «Siempre quise hacer cine, desde pequeño. Recuerdo que le robábamos las cámaras a nuestros padres y nos íbamos por ahí a grabar películas», rememora el director. Esa experiencia incipiente se mezcló con lo vivido en el grupo diocesano de jóvenes, «que se llamaba El Manantial porque en verano recorríamos los ríos en busca de ese manantial ficticio que, en realidad, era una búsqueda de las claves antropológicas del ser humano». Ambas vivencias llevaron a Pablo Moreno a estudiar Comunicación Audiovisual. «Al terminar la carrera monté la productora con la idea de hacer un tipo de cine que hablara de lo trascendental, pero que pudiera ver cualquiera». En realidad Moreno habla en plural –dice «montamos» en vez de «monté»– porque al principio la empresa estuvo formada por él, un sacerdote, otro compañero y por una asociación. Pero la crisis de 2008 derivó en que «les compré sus participaciones». «En cualquier caso, siempre hablo en plural porque aunque sea el último responsable, al final no habría llegado hasta aquí sin el resto del equipo».
El primer proyecto no fue un encargo. «Lo hicimos nosotros y, realmente, no teníamos ni idea de lo que estábamos haciendo. Fue una película sobre Cristo totalmente amateur. Al rodar nos dimos cuenta de todo lo que nos faltaba. Fue un aprendizaje absoluto. El pueblo se volcó porque fue la primera película grabada aquí». Luego llegó Talita Kum, «mi primer largometraje». El proyecto lo compró San Pablo Editorial, con quien más tarde surgió Pablo de Tarso. «Ahí fue cuando nos empezamos a llamar Rodriwood. Fue el proyecto en el que más gente de fuera se implicó, y decían “vamos a Rodriwood”, y nos gustó».
Tras Pablo de Tarso, Moreno dirigió Un Dios prohibido, «un proyecto que nos marcó». «Pasamos de hacer películas de un tío con una sábana andando por un camino a una producción mucho más sofisticada y con un sistema profesional», aunque «con unos medios y presupuestos exiguos». Y llegó el éxito, que «me superó por completo». «No estaba preparado para esta película», reconoce. «No pensé en la repercusión que iba a tener y casi me lleva por delante. Hubo mucha gente que malinterpretó la película, nos llamaron fascistas e incluso recibimos amenazas». Por otro parte, «hubo gente que nos felicitó y a la que cambiamos la vida». Poveda y Luz de Soledad se rodaron a la vez y dejaron paso a Red de libertad, «en la que tuvimos uno de los mejores repartos, y que fue la película más taquillera y de las más premiadas».
Entre las últimas películas se encuentra Claret, la primera que se hizo en las actuales instalaciones de Rodriwood. «Fue un salto mayúsculo. Es la película con más presupuesto. De hecho, se estrenará en EE. UU. el próximo agosto». Petra de San José es el último filme de Moreno hasta que se estrene La sirvienta, que habla de santa Vicenta María López Vicuña y que «está en fase de posproducción», concluye Pablo Moreno, que también es el impulsor del Festival Internacional de Cine Educativo y Espiritual con el que aspira a «convertir a Ciudad Rodrigo en una antena con la que promocionar ese cine para cambiar el mundo», porque «las películas son los retablos del siglo XXI».
La ciudad salmantina acogió a finales de mayo la I Mesa de Ciudad Rodrigo, un foro de reflexión y debate, que llevaba por título La crisis de valores en el cine posmoderno. Además de Pablo Moreno, también participó María Ángeles Almacellas, vicepresidenta de la Asociación Católica Española para la Comunicación Signis-España, que asegura que «el cine vive hoy una crisis de valores» frente a la que propone «tomar postura y ser valientes».