Don Carlos Osoro, El peregrino
Un domingo volvía el arzobispo Osoro a casa, y vio a unos esposos vestidos de novios. Se acercó para felicitarles. Le dijeron: «Disculpe, pero nosotros nos hemos casado por lo civil». Él les contestó: «Aunque yo tengo un proyecto diferente, que creo que, si os lo comunicara bien, os gustaría, os deseo lo mejor». Al mes siguiente, fueron a verle para casarse por la Iglesia… Así es don Carlos Osoro, a quien el Papa apodó El peregrino, por sus continuas visitas a todos los rincones de la diócesis de Valencia
«Tenemos que escuchar, dialogar con todas las personas, y presentar el proyecto de vida cristiana con la pegada propia de nuestro siglo, con estética moderna». Estas palabras las he escuchado muchas veces de la boca de don Carlos Osoro. «El Evangelio tiene una belleza original que tenemos que transmitir como verdad liberadora, que transforma al vagabundo en peregrino, y saber hacia dónde vamos, el modelo de hombre y de sociedad que nuestro Señor quiere».
Su marcha a Madrid ha sido llorada por los valencianos, ya que ha ganado el corazón de muchos por su capacidad de acogida, su estilo cercano y su deseo de integrar a todos.
La espiritualidad en este arzobispo es clave para su vida. Alguna noche, cansado, se ha quedado rezando completas ante el sagrario. En la liturgia parece que quiera desaparecer para ser un medio, de tal modo que su austeridad le lleve a que las rúbricas le marquen el itinerario, y siendo fiel a ellas, a través de la liturgia romana, hacer más presente al Señor. Cuando eleva el Santísimo en la Eucaristía, no pasa desapercibido cómo espera contemplando y desea que todos detengan su mirada ante el Señor.
Los jóvenes son su proyecto pastoral permanentemente, y ellos encuentran en él a alguien que les escucha, comprende y plantea retos. No pierde ocasión para reunirse con ellos. Es admirable el buen rollo que tiene con los jóvenes sin dejar de ser el obispo, que les propone caminos nuevos y les sorprende siempre con estímulos como la construcción de la Nueva Ciudad, misiones juveniles o encuentros y diálogos con otros jóvenes no creyentes.
Ha insistido siempre en que la Iglesia no es una ONG, ya que la primera pobreza es no tener a Dios, aún sin saberlo; y a tiempo y a destiempo ha enfatizado la importancia de los pobres como la ortopráxis de los cristianos en la Iglesia, pero siempre sabiendo que, sin Dios, al ser humano le falta la auténtica riqueza que da sentido a todo lo demás. «Cáritas realiza el amor entre los hermanos en el nombre de Cristo y de la Iglesia, pero yo necesito encontrarme con los pobres y atender personalmente al menos a algunos de ellos, para poder realizar el mandato del Señor». Con esas palabras don Carlos expresaba en algunos momentos de su vida en Valencia la necesidad de vivir la caridad personalmente. Cada año acompaña a los enfermos a Lourdes, preocupándose por cada uno, y ha hecho de la pastoral de enfermos un referente clave.
Obispo en la calle
Hay muchas anécdotas evangelizadoras de don Carlos. Para él, a toda la tierra alcanza su pregón, y hasta los límites del orbe su lenguaje, todos son invitados a ser amigos de Jesús.
Un domingo por la tarde volvía el arzobispo Osoro de la basílica de la Virgen de los Desamparados hacia su casa, y al pasar por la puerta románica vio a unos esposos vestidos de novios haciéndose unas fotografías. Se acercó para felicitarlos. Estas personas, viendo su sencillez y lo verdadero del gesto, le dijeron: «Disculpe, pero nosotros nos hemos casado por lo civil». Él les contestó: «Aunque yo tengo un proyecto diferente, que creo que, si os lo comunicara bien, os gustaría, os deseo lo mejor». Hablaron un rato del proyecto católico del matrimonio. Al mes siguiente, fueron a verle y pedirle saber más, para casarse por la Iglesia.
Es normal encontrarse al arzobispo comprando en algún almacén de la ciudad, donde no pierde la oportunidad de saludar a cuantos quieren tener un momento con él.
Es muy bromista y, en algunos momentos, a colaboradores suyos un poco serios, les ha llamado haciéndose pasar por periodista, y cuando ha terminado la broma, ha roto la conversación con una larga risotada. Prepárense los más serios para que su nuevo arzobispo les llame…
La cultura
Otro punto esencial para don Carlos es el proyecto cultural del pensamiento cristiano, que nace al pensar la realidad del hombre y del mundo desde Cristo, en diálogo con todas las corrientes, para que a todos pueda llegar el Evangelio. Este proyecto es transformador y realiza un mundo nuevo donde, no exento de dificultades, muchos podrían llegar a tener la posibilidad de acoger a Cristo y poder así ir haciendo posible un mundo nuevo y una tierra nueva, donde habite la justicia. La Universidad Católica ha sido uno de los lugares convertidos en lugar teológico, pues eran claras para él las palabras de Juan Pablo II: «O evangelizamos la cultura, o la cultura paganizará la fe».
Cuando llegó a Valencia, coincidiendo con la crisis económica, pidió que se creara una red personalizada, en cada finca de pisos, para ayudar a los más necesitados. Reunió en torno a él a los más destacados representantes del mundo de la empresa y la economía, reflexionando juntos sobre cómo vivir este momento y qué hacer para que los empresarios no se desanimaran y no cerraran las empresas, tan necesarias para el trabajo demandado. Se crearon entonces las instituciones canónicas de empresarias y empresarios católicos.
Aparte de tener una buena preparación teológica y pastoral, y gustarle la música y el deporte, al arzobispo le estimula para el estudio los interrogantes que encuentra en el día a día. Por ello, le preocupa intelectualmente no sólo las preguntas sobre Dios y Jesucristo, sino cómo abordar pedagógicamente el proyecto cristiano y saber comunicarlo hoy. Ha sido normal ver al arzobispo en los cursos de verano de la universidad de la que es gran canciller, la Universidad Católica San Vicente Mártir, de Valencia, durante cinco años seguidos, tomando nota de cada conferencia toda una semana, conviviendo codo con codo con los alumnos y profesores.
Los mendigos, sus preferidos
Él es un hombre de sólida formación teológica, y en particular gran conocedor del Concilio Vaticano II, desde el que elabora personalmente su discurso sobre la única vocación a la santidad: «Sed buenos como mi Padre celestial es bueno», con las tres dimensiones eclesiales, sacerdotes, religiosos y laicos, todos necesarios para lograr la auténtica vocación al encuentro con Dios.
Las vocaciones al sacerdocio, a la vida religiosa y la consagración a las realidades de la vida pública son una exigencia que aparece en todos los proyectos de don Carlos. La verdad de la vida sacerdotal y religiosa, y el compromiso de los laicos en toda su belleza, aparecen permanentemente en la proclamación de este pastor de todos. Las parroquias, comunidades y movimientos encuentran en él empuje para seguir los caminos hacia donde Dios sugiere a través de la Iglesia.
Los hombres y mujeres que están viviendo en la calle, los mendigos, son su delicia. Le gusta encontrarse con ellos y ver si puede hacer o contribuir a mejorar su vida. Son sus preferidos. Un día quedé con don Carlos en la puerta del Arzobispado para acompañarle a una reunión. Él salió a esperarme unos minutos antes, y lo encontré hablando con un pobre de la calle. Pasaron unos treinta minutos. Al finalizar, me dijo: «Disculpa, vamos a la reunión, que este señor tenía que hablar conmigo, y yo he tenido el placer de escucharle».
Se le define como una persona religiosa, culta, elegante, prudente, cercana, sociable, accesible, sencilla, familiar y extrovertida. Como arzobispo de Valencia, se ha caracterizado por hacer diócesis, estar al lado de los más necesitados, de los religiosos y religiosas y de los sacerdotes. En definitiva, con su actitud y su manera de ser y actuar, se ha hecho querer.
Ha destacado por su espíritu y capacidad de trabajo, así como por su trato dialogante y respetuoso, cualidades que le han ayudado a conectar con diversos ámbitos de la sociedad. Puede estar lo mismo con un príncipe que con un labriego, y en los dos deja huella en el corazón. No excluye a nadie, creyentes y no creyentes, en su diálogo. Se le ha visto pasear por las calles de Valencia, comprarse él mismo sus maquinillas de afeitar y atender a quien le llama.
Sobre sí mismo afirmaba: «Soy un hombre de Iglesia y lo digo con total sinceridad, porque eso es lo único que me interesa. Lo que sí es cierto es que un hombre de Iglesia sólo puede ser un hombre de diálogo. Si algo tiene que hacer la Iglesia es encarnarse allí donde vive, y eso supone dialogar con los lugares donde estás y con la problemática con la que vives»,
Cada año, al término del verano, va al cementerio de Castañeda, y limpia y acondiciona el lugar donde reposan los restos de sus padres y abuelos.Cuando intentamos ayudarle, nos dice: «Tengo que hacerlo yo». Después reza por ellos y por todos los difuntos del cementerio. Es conmovedor verle realizar esta tarea con tanta delicadeza y ternura.