Divorciados en nuevas uniones - Alfa y Omega

Divorciados en nuevas uniones

Ricardo Benjumea

«La discusión sobre la problemática de los fieles que, tras un divorcio, han contraído una nueva unión civil no es nueva. Siempre ha sido tratada por la Iglesia con gran seriedad, con la intención de ayudar a las personas afectadas». Así comienza un extenso artículo, La fuerza de la gracia, publicado en L’Osservatore Romano por el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el arzobispo Gerhard L. Müller.

El artículo sale al paso de diversos rumores y conjeturas, según los cuales, la Iglesia se plantea admitir a estas personas a la comunión, después de que el Papa se haya referido en varias ocasiones a este problema. En el vuelo de regreso de Río de Janeiro, Francisco dijo que «la situación de los divorciados y vueltos a casar civilmente se presenta con un verdadero desafío pastoral». También Benedicto XVI, en el Encuentro de las Familias de Milán, reconoció que «la cuestión de los divorciados vueltos a casar sigue siendo uno de los grandes problemas de la Iglesia de hoy en día», y pedía una mayor cercanía pastoral a estas personas que sufren.

La Iglesia es consciente de que su concepción de matrimonio va hoy contracorriente. «La mentalidad actual contradice la comprensión cristiana del matrimonio especialmente en lo relativo a la indisolubilidad y la apertura a la vida –escribe monseñor Müller–. Puesto que muchos cristianos están influidos por este contexto cultural, en nuestros días, los matrimonios están más expuestos a la invalidez que en el pasado. En efecto, falta la voluntad de casarse según el sentido de la doctrina matrimonial católica y se ha reducido la pertenencia a un contexto vital de fe».

El Prefecto sugiere en su artículo que la Iglesia tiene margen de maniobra para, por ejemplo, agilizar el estudio de las causas de nulidad. Pero la indisolubilidad del matrimonio no puede entrar en discusión, ya que Jesucristo es meridianamente claro en el Evangelio sobre este punto. Tampoco es posible alterar la doctrina con respecto a la admisión al sacramento de la Eucaristía a los divorciados en nuevas uniones, ni dejar esta cuestión a la conciencia personal de cada fiel, aunque eso, de ningún modo, significa excluirles de la vida de la Iglesia.

La otra cara de la moneda sería la necesidad de una mejor preparación al matrimonio para evitar ese mayor peligro de nulidad matrimonial que hoy existe. En el último Encuentro Mundial de las Familias, Benedicto XVI pedía más empeño «en la prevención», para «profundizar desde el principio, con los jóvenes, el tema del enamoramiento, acompañarlos durante el noviazgo y durante el matrimonio». Se trataría así de que los nuevos esposos adquieran plena conciencia del significado del matrimonio, y de que -como subraya el arzobispo Müller-, «a través del sacramento, Dios concede a los conyugues una gracia especial».

Como adelantó la pasada semana a Alfa y Omega el presidente del Consejo Pontificio para la Familia, el arzobispo Vincenzo Paglia, hay ya «casi listo» un Vademecum que, entre otras cosas, fortalecerá la preparación al matrimonio –que a menudo hoy, en muchas parroquias, es un puro trámite– y pondrá el acento en el acompañamiento a los nuevos esposos.

Pero la concepción de matrimonio que defiende la Iglesia no está sólo dirigida a unos pocos elegidos. El matrimonio indisoluble conserva para todos un «valor antropológico», subraya el Prefecto Müller. «El ideal de la fidelidad entre un hombre y una mujer, fundado en el orden de la creación, no ha perdido nada de su atractivo, como lo revelan recientes encuestas dirigidas a gente joven». De este modo, «la mayoría de los jóvenes anhela una relación estable y duradera, tal como corresponde a la naturaleza espiritual y moral del hombre». Especialmente en el ámbito del matrimonio y de la familia, la Iglesia está llamada hoy a realizar un anuncio profético, aunque se tope con múltiples incomprensiones. «Un profeta tibio busca su propia salvación en la adaptación al espíritu de los tiempos, pero no la salvación del mundo en Jesucristo», advierte monseñor Müller.

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