Dios tampoco quiere este virus - Alfa y Omega

Desde que la pandemia comenzó han surgido muchísimos cuestionamientos sobre ella y la enfermedad que la origina. Cuestionamientos que van desde su origen hasta sus consecuencias.

Creo que nadie estamos exentos en que, de alguna u otra manera, nos hemos preguntado de dónde vino esta horrorosa enfermedad que ha acabado con la vida de tantos familiares, amigos y conocidos en todas las ciudades.

Reflexionar entorno a ello no nos convierte en conspiracionistas. No. Lo hacemos porque tenemos la preciosa e invaluable capacidad de reflexión. Conspiracionista sería querer descubrir y afirmar el meollo del asunto sabiendo que —aún con tantos meses de pandemia— nos siguen faltando datos.

En cualquier caso y frente a este pandémico contexto —pero también frente a todas las situaciones que se nos presentan en la vida— y en orden a la capacidad de introspección, considero que conviene cuestionarse por el sentido de las cosas. Es decir, conviene reflexionar y asimilar con responsabilidad todo lo que ha supuesto [ya] este mar de sufrimiento, limitación y muerte.

Creo firmemente que conviene cuestionarse, reflexionar y pensar sobre lo que vivimos. Este ejercicio-herramienta no solo nos permite asimilar lo que vivimos en el presente sino, también, leer la historia y, por su puesto, escribirla.

Ahora bien, preguntarse por el sentido de las cosas —sobre todo por el sentido más profundo— estaría incompleto si no remite a Dios, el Creador.

Esto lo sostengo porque creo firmemente que en todo lo que vivimos Dios tiene algo que ver.

Esta es una afirmación preciosa pero peligrosa. De hecho, mal entendida podría meter a Dios en problemas y a nosotros, los seres humanos, en una profunda y desafortunada desesperanza.

Dicho de otro modo: decir que Dios tiene algo que ver en nuestra historia no significa que Dios tiene todo determinado y escrito con tinta indeleble. Por el contrario, quiere decir que Dios —con su discreto y amoroso estilo— interviene en la historia de la humanidad pero respetándola.

Sí, Dios interviene y actúa en la historia más no la somete: ni nos quita el protagonismo ni nos mutila la libertad.

Conviene tener esto claro porque la imagen de un Dios que (con sus páginas ya escritas) somete y determina la historia tendría como consecuencia un degrado de nuestra propia humanidad: en lugar de ser hombres y mujeres dotados de libertad y voluntad seríamos unos simples títeres o juguetes… sin duda, contradiciendo el plan de Dios revelado en la historia de la salvación.

Sin libertad no podríamos sostener nuestra autonomía. Sin libertad no seríamos responsables de nada y todo sería culpa de Dios. Sin libertad no seríamos auténticamente humanos.

Una postura así es terrible pero tentadora ya que si Dios todo lo somete, es Él quien hace el bien pero también el mal, y, por tanto, también sería la fuente de la injusticia, del sufrimiento y de la muerte… y el ser humano sería una simple víctima destinada a resignarse a la dicha o a la desdicha (dependiendo cuál te asigne Dios).

En otras palabras: el ser humano resultaría absolutamente inocente de todo lo que mal ha hecho [y el mal que ha hecho].

¿Acaso suena lógico? Por supuesto que no. Suena fácil pero no lógico. Suena posible, pero no real. Dios ama y sostiene a sus creaturas pero no las somete ni las amarra.

Dios, el Todopoderoso, desde el inicio creó al ser humano libre, con corazón propio, con intelecto y conciencia. Lo creó «muy bueno» (Gn 1, 31). Lo creó para amarle y para que se desarrollara. Lo puso al frente y en medio de la creación para que junto con ella y por medio de ella le descubriera.

Dios nos creó para que cada uno, viviendo su propia historia y descubriéndole en ella, pudiéramos llegar a ser plenos y felices.

Pensar en un Dios que genera el mal y la desgracia se opone frontalmente al Padre de Jesucristo, que tanto ama a la humanidad que le regala a su único Hijo (cf. Jn 3, 16).

Pero, entonces, si Dios nos ama tanto ¿por qué permite el mal y el sufrimiento?

La respuesta es compleja pero no ilógica: Dios no es el origen del mal, pero de algún modo no le queda de otra más que tolerarlo pues —como ya insinué— frente a nuestra libertad Dios está atado de manos.

Dios no puede someter y aniquilar a todo aquel que hace el mal (aunque sería lo más fácil).

La lógica de Dios es distinta: frente a nuestras malas decisiones, Dios busca poner los medios para enderezar el camino. ¿Acaso Dios eliminó a Adán y Eva después de desobedecerle? ¿Acaso Dios harto de la infidelidad de Israel lo aniquiló? ¿Acaso Dios no envió a su Hijo para recuperar el camino de la salvación? El amor y la fidelidad de Dios son siempre más grandes que cualquier mala decisión nuestra.

Dios no puede desear ni originar el mal para sus creaturas. No, eso no va con Dios. No va con su plan. A Dios de nada le sirve nuestro sufrimiento (aunque algunos nos quieran hacer creer lo contrario).

A Dios le interesa la justicia, el amor y la paz. A Dios le interesa que nosotros, sus hijos, estemos bien. Dios ama y nos ama bien. Nos anhela felices y plenos. Nos quiere sanos y salvos.

Por eso, frente a tanto dolor y muerte sí que es válido cuestionarse por el papel de Dios a la vez que preguntarse el papel de la humanidad en todo esto; más allá de cuestionarse y señalar el origen del virus (que desconocemos), hay que cuestionarse por la irresponsable propagación de la COVID-19 que otra vez viene a repuntar en todo el mundo.

Conviene cuestionarse por Dios no para infantilmente culparle de todas nuestras desgracias sino para descubrir los medios que Él nos ofrece para salir de ellas… por eso no erramos cuando decimos «gracias a Dios» las cosas están mejorando.

Querido lector: creo firmemente que, con todo lo que ya recogí —y con una fe auténtica—, usted puede deducir junto conmigo que Dios anhela el bien para sus hijos. Que Dios no desea el dolor y el sufrimiento, por el contrario, que Dios, siendo consciente de esta ola de dolor y muerte, pone los medios para que nosotros salgamos adelante. Dios nos quiere sanos pero responsables. Dios nunca nos deja solos ante la tempestad.

Por eso me atrevo a afirmar que Dios quiere que salgamos de esta terrible crisis y, como nosotros, Dios tampoco quiere este virus.

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