Nos urgen referentes - Alfa y Omega

Para nadie es un secreto que poco a poco nos hemos quedado sin referentes fuertes y estables. Bauman lo explica desde la «modernidad liquida» y otros no tan especializados desde el triste y desesperado sentir de millones de hombres y mujeres que por diversas y complejas situaciones dejaron de confiar o de creer en los referentes de la historia (ya sean personas, instituciones, relatos o iniciativas).

Esto, además de impactar ampliamente en el ámbito religioso y eclesial —como no podría ser de otra manera—, toca casi todos los temas sociales. No podemos ignorar que una sociedad «sin referentes» es una sociedad sin memoria, sin aprendizaje, sin cultura: una sociedad vaciada de su propia historia se convierte en un complejo «todo» lleno de «huecos», «vacíos», «lagunas» o como se le quiera llamar.

Se convierte paradójicamente en un «todo» incompleto que, sin duda, afecta nuestro modo de vivir, comprender y proyectar la realidad. Este es un serio problema que nos pone en constante peligro frente algunas corrientes de pensamiento que, según sus intereses y su propio modo de leer la realidad, buscan llenar esos «huecos» o «vacíos» mezclando su discurso y su propuesta con las inconformidades, injusticias, dolores y decepciones del pasado.

Estos grupos, haciendo a un lado, o incluso, borrando referentes, «deconstruyen» la historia y la cultura. Dicho de otro modo: leyendo y narrando la historia, la ética y el significado de las palabras a su modo van aumentando los «huecos» que terminan por llenar con su propio discurso. Un discurso que, en muchas desafortunadas ocasiones, termina por polarizar y encender la mecha del odio y la venganza.

Aunque esto es muy general, tengo que decir que en la política actual, tanto de izquierda como de derecha, es fácil detectar que esto es [y sigue siendo] el pan de cada día… Algo de esto ya advertía el Papa en Fratelli tutti (por ejemplo, nn. 13, 159).

Ahora bien, ya entrados en lo político, ante la crisis de referentes las personas buscamos de dónde (o de quién) sujetarnos —aunque sea por un tiempo breve— para salir al paso de los problemas. Sin embargo, lo más preocupante de esto es que podemos llegar a convertir en grandes referentes a sofistas o demagogos que con su personalidad y discurso convencen prometiendo una supuesta «vida mejor», en donde la justicia será implacable y todos viviremos «felices para siempre».

Este complejo panorama toca un punto importante cuando los líderes de estos grupos y corrientes de pensamiento llegan a ocupar sitios decisivos en el poder (comprensible por el simple hecho de que con su discurso convencen y las masas les votan). Sin embargo, a mi modo de ver, esto no termina aquí, pues puede llegar a un punto de la máxima importancia cuando estos mismos líderes llegan a ocupar sitios decisivos en la conciencia de los ciudadanos.

En otras palabras, esto es de la máxima importancia cuando estos, más allá de las implicaciones democráticas o gubernamentales, llegan a convertirse —o posicionarse a sí mismos— como el referente de moralidad, de justicia e, incluso, de verdad para los ciudadanos.

Esto me parece escandalosamente grave. Por un lado, porque abusando de su poder —político y persuasivo— manipulan los contextos, aprovechan los «huecos», instrumentalizan la cultura y manejan a las masas. Juegan con ventaja para permanecer en el poder y justificar su proceder.

Por otro, porque tocando la conciencia puede llegar a abordar incluso lo religioso: promoviéndose con un estilo casi mesiánico puede llegar a propiciar hasta un ambiente de tipo sectario en donde el líder es honrado con gran respeto y sus propuestas o enseñanzas son absolutamente bien acogidas y promovidas entre sus seguidores.

Aunque parezca exagerado, tengo que advertir que un camino de este tipo puede llegar a contradecir la fe en un Único Dios, ya que, en sí misma, la fe en Dios Todopoderoso, garante de la salvación y criterio de moralidad entre los seres humanos, derrumba cualquier tipo de pretensión intramundana que busque convertirse en poder absoluto: no puede haber rey, emperador, místico o líder que pueda llegar a ocupar el lugar de Dios, por más que prometa o por más que de indicios de ello.

Dicho todavía más específico: la pretensión de ser el referente moral se contrapone a Jesucristo, el único Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14, 6).

Hoy urgen referentes firmes y confiables. Algunos tendrán que rescatarse del deconstruccionismo y otros tendrán que surgir. Nos urgen en la política, en la Iglesia, en las sociedades y en las familias. Hombres y mujeres que lejos de pretender ser implacables justicieros busquen ser honestos servidores, amen a Dios y amen al prójimo.

Hombres y mujeres pensantes y capacitados que, prestos al diálogo, a la flexibilidad y al respeto, promuevan la dignidad de todas las personas, protejan la cultura, la memoria y la libertad… el bien común.

Hombres y mujeres que, amen esta tierra y busquen el «auténtico desarrollo» para cada persona y cada pueblo (Populorum progressio, por ejemplo, n. 86) —concepto hoy mejor conocido como «desarrollo humano integral» (trasversal en Fratelli tutti)—.

En nuestra mano, creyentes o no, está ser atentos y cuidadosos frente a quien aprovechando los «huecos» pretenda «deconstruir» la cultura y la historia para, con sofismas y demagogia, convertirse referentes «justicieros» o «mesiánicos» para nuestros días.

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