«Dios necesita hombres que consideren que lo más grande para un hijo es hacerle viva presencia de Cristo»
Este domingo, en la festividad del Bautismo del Señor, el cardenal arzobispo de Madrid presidió la Eucaristía durante la cual impartió el sacramento del Bautismo a un grupo de niños. En su homilía, el prelado aludió al salmo 28 proclamado en la celebración, y animó a todos los presentes a «bendecir con la paz», que «no es ni un reglamento ni una consideración teórica, sino una persona: Dios mismo, que se ha hecho hombre». Así, en el día del Bautismo, señaló que el título más grande de un ser humano «no es el que se da en un pergamino», sino que «es un título que cambia la vida del ser humano», porque «entra Dios mismo en nosotros». Y «eso es el bautizado, ese hombre y esa mujer en las que Dios, de una manera singular, entra y cambia su existencia, su dirección».
El cardenal aseveró, además, que «Dios necesita de hombres y mujeres que consideren que lo más grande que se le puede dejar a un hijo es hacerle viva presencia de Cristo», para que «camine por este mundo siendo bendición para esta humanidad». Lo magnífico de este Dios, dijo, es que «hace, de este mundo, una familia y cambia nuestra vida y nuestro corazón».
«Tenemos que ser capaces de abrir los ojos», instó el prelado, «de hacer posible que los hombres vean, de quitar toda cerradura que impide entrar a la profundidad de la vida y del corazón del ser humano, que nos haga salir de las cárceles que nosotros mismos nos hacemos, con ideas nuestras que nos impiden relacionarnos con otros y vivir como hermanos». Y así, fijando su mirada en las madres que fueron a bautizar a sus hijos, les animó a regalar «lo más grande», el título más bello que «no es un pergamino, es Cristo mismo que queréis que entre en la existencia de vuestros hijos y formule su existencia de una manera especial y singular». Este Dios que anuncia la paz, manifestó el cardenal, «entra hoy entra en la vida de vuestros hijos: ayudadles a que crezcan y descubran que esto es lo que tienen que hacer, hacer presente a Cristo con su vida».
Finalmente, alentó a cada una de las familias a «coser y unir» esta sociedad «rota y dividida», pero «no con la fuerza mía, sino con la del Señor, que va a entrar en la vida de estos niños».