Dios habla y actúa a través de los migrantes - Alfa y Omega

Este domingo 25 de septiembre, celebramos la 108ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, una de las más antiguas propuesta por la Iglesia Católica. Este año, el Papa Francisco nos invita a ponernos en movimiento para construir un futuro común con los migrantes y refugiados. Es una llamada a involucrarnos en la construcción de una sociedad en la que cada persona pueda tener una vida digna. Asimismo, es una invitación a una conversión personal y colectiva: transformar nuestra mirada hacia los migrantes y refugiados, proponer acciones colectivas con ellas y desde ellas para construir una sociedad más justa, más solidaria, más fraterna y más sororal. De la misma manera, es una oportunidad para que nuestra Iglesia sea un lugar más incluyente y pueda renovarse en fe, esperanza y humanidad compartida.

Desde Francia, la red de los delegados de la pastoral de los migrantes garantiza una misión de comunión, pastoral y social con las personas migrantes. Ya sea a través de acciones fraternas y recreativas, educativas o culturales, acompañando los trámites administrativos o jurídicos, acogiéndolos en sus propias casas, estando presentes en las zonas fronterizas o sensibilizando a la población en las escuelas o parroquias; todas estas acciones permiten entender un poco mejor las causas profundas que empujan a las personas migrantes a dejar todo para tener un futuro mejor. Pero, sobre todo, esta acción nos permite conocer a las personas migrantes, hombres y mujeres como nosotros, que comparten valores y sueños que nos son comunes y una espiritualidad en un Dios que va guiando sus pasos y alumbrando su camino, más allá de nuestras propias confesiones. Escuchar sus historias y acogerlas no solamente nos hace crecer en empatía y en compasión, sino que también nos ayuda a ver más allá de lo que nos presentan los medios de comunicación y las redes sociales. Ir al encuentro de las personas migrantes nos invita a desplazarnos, a ir a las periferias, a ponernos en marcha con ellas, a trazar una ruta común. Por ello, nuestra mirada se amplía y se renueva; nuestro corazón se ensancha y descubre que no tiene fronteras, que la amistad y el cariño no necesitan de una visa para alojarse en nuestra vida.

Hoy, a través de los rostros de las personas migrantes, Dios nos habla y actúa, nos invita a ser constructores de una sociedad nueva, a emprender un camino nuevo, a transformarnos juntos para convertirnos en esa gran familia humana en la que caben todos y todas y en la que cada persona podrá tener un vida digna y abundante tal y como lo proclamó ese buen Jesús, itinerante y peregrino, migrante y exiliado, caminante y sin domicilio fijo; y que hoy, nos sigue poniendo en camino.