Sólo un hombre libre es capaz de transitar desde las orillas del fascismo totalitario hasta las orillas de la libertad política. Y sólo un hombre honesto es capaz de recorrer ese Camino de Damasco, como escribe Ignacio Amestoy acerca de su Dionisio Ridruejo. Una pasión española, desde la autocrítica. Ridruejo protagoniza, junto a otros intelectuales españoles como Laín Entralgo, Tovar o Aranguren la primera de las aperturas que se viven en el seno del franquismo: la apertura de Falange. La desobediencia le costará a Ridruejo la cárcel y el destierro. Y el que fuera Director General de Propaganda durante la Guerra Civil lo asumirá como lo asumen quienes obedecen al imperativo de su conciencia.
Cruzada, obediencia, unidad y orden son solo algunos de los términos clave para comprender la lógica del Régimen político español instaurado tras la Guerra Civil. Ignacio Amestoy acude a ellos para dejar constancia de la naturaleza del franquismo. Es magistral el modo cómo Amestoy usa el lenguaje propio de los Principios Fundamentales del Movimiento, cómo acompasa los discursos originales de Ridruejo con las desagarradas confesiones del Coronel Arenas, cómo intercala la jerga política franquista en boca del General Castillo con los comentarios necios y al mismo tiempo inocentes del obediente Comandante Castro. En realidad el texto de Amestoy es un ensayo sobre el franquismo, sobre sus miserias y contradicciones en contraste con la libertad personal que asume uno de sus hijos predilectos.
Dionisio Ridruejo no fue un falangista cualquiera. El autor de algunos de los versos del Cara al sol fue un creyente en el Estado total, en la unidad en torno al Caudillo, en la obediencia incondicional, en el orden nacido de la revolución y en la reducción del cristianismo a mero intrumentum regnis. Fue el perfecto hijo de la Falange joseantoniana en la que militó y a la que defendió contra las traiciones franquistas. Y, sin embargo, fue capaz de someter a juicio sus apriorismos juveniles, renunciar a una mentalidad ideológica y desobedecer. Ante ese supremo acto de libertad sería mezquino pretender erigirse en juez.
Confieso que es una de las cuestiones que más me conmovió durante la magnífica representación teatral de Dionisio Ridruejo. Una pasión española. No se trata de olvidar los horrores provocados por los totalitarismos del siglo XX, ni de relativizar un drama marcado por la lógica del exterminio, como tampoco de soslayar la exclusión de los vencidos tras la Guerra Civil española. Se trata, al menos eso es lo que sentí ante el desafiante texto de Ignacio Amestoy, de dejarse conmover por el dolor profundo y sincero de un hombre, Coronel del Ejército español y combatiente de la División Azul, que al cabo de los años sufre la tortura de no haber podido ser como Ridruejo. Este hondo sentimiento de culpa y la incapacidad para dar un paso golpean duramente al joven Capitán Alonso. Tampoco él, un militar en las filas de la UMD, es capaz de condenar. Sus silencios en el escenario son tan desafiantes como oportunos.
El coraje de Ridruejo, que se cuela entre los tormentos y los delirios del Coronel, ponen en evidencia la mezquindad de un Comandante reducido al papel de claque del franquismo, lugar al que el Caudillo redujo la Falange de Ridruejo, al tiempo que desafían el inmovilismo de un General decrépito y en silla de ruedas que sigue instalado en la lógica amigo-enemigo de los años treinta. Sólo uno de los personajes de Amestoy me sigue desconcertando: el de la enfermera. ¿Es ella la encargada de mantener vivo al franquismo?
El director, Juan Carlos Pérez de la Fuente, hace de Dionisio Ridruejo. Una pasión española, una obra imprescindible. Ernesto Arias, Daniel Muriel, Paco Lahoz, Nerea Moreno y Jesús Hierónides brillan en esta memoria de la pasión española de Ridruejo.
★★★★★
Teatro Valle-Inclán – Centro Dramático Nacional
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Lavapiés
OBRA FINALIZADA