Diez años de la muerte del comunicador de la Verdad
Contra todo pronóstico, consiguió contratar a Luis del Olmo, el comunicador del momento. Después llegaría Encarna Sánchez
Muchos le llamaban «el santo de la radio». Fue un hombre inteligente, creativo, alegre y tenaz, que concibió los medios de comunicación como canal idóneo para llevar el Evangelio.
Este jueves, 22 de diciembre, se cumple una década del fallecimiento del padre Gago, sacerdote dominico y periodista en proceso de beatificación. Se fue con la discreción con la que vivió su heroica aportación a la radio y a todo el que le rodeaba. Sus últimos años fueron un ejemplo de fe por su larga y dolorosa enfermedad.
José Luis Gago nació en 1934 en Palencia. Sus hermanos, Margarita y Alberto, cuentan que a los 10 años sorprendió a sus padres al expresarles su deseo de ser dominico. Comenzó su formación en el monasterio de Corias, El Escorial asturiano. Destacó como solista en el coro y aprendió con facilidad a tocar el piano. Con 16 años ingresó en el noviciado de los dominicos. Ya en el santuario cántabro de Caldas demostró su carácter emprendedor y su vocación mediática. Creó una academia de radio al servicio de los estudiantes. En La voz de Palencia instauró el espacio de pensamiento Dominus tecum para el cierre de emisiones. Poseía una pluma honda y brillante que también empleó para el esparcimiento. Derrochaba sentido del humor en representaciones para los sobrinos.
Los años 60 constituyeron un revulsivo para él, convencido de que la Iglesia debía servir a los nuevos horizontes que demandaba la sociedad. Con 30 años fue enviado a Pamplona para dirigir Radio Popular. Como haría en Valladolid, transformó la emisora en un canal generalista, actual y atractivo. Recibió el primer Premio Ondas, y, por primera vez en la radio española, transmitió en directo los encierros de San Fermín y puso en marcha la Madrugá procesional.
En el ocaso de los años 70, después de estudiar Periodismo en la Universidad de Navarra, se enfrentó a su etapa profesional más dura y sobresaliente. José Luis Gago implementó el Informativo Día, el primero para toda la COPE, tan solo meses después de suprimir la obligación de conectar con RNE. La cadena era aún un conjunto de emisoras deslavazadas, con las arcas vacías y técnicamente arcaica. Bernardo Herráez, un biólogo con altas dotes de gestión, emprendió esa batalla que le tocó lidiar a Gago como director general. Las emisoras vascas se rebelaron al mandato ministerial de integración. En Cataluña apenas poseía licencias radiofónicas, y en Madrid la frecuencia era tan débil que difícilmente se escuchaba.
La Providencia pareció acompañar a nuestro dominico, y, contra todo pronóstico, consiguió contratar a Luis del Olmo, el comunicador del momento. Después llegaría Encarna Sánchez, la primera estrella femenina de la radio. José Luis Gago revolucionó las ondas y convirtió a COPE en pionera del cambio, cuando la ciudadanía estrenó democracia. Se volcó en la construcción de una radio con calidad profesional, difusora de la doctrina social de la Iglesia y al servicio del bien común. Por la noche, tras reuniones al más alto nivel, se recluía, como él mismo afirmaba, en su celda de fraile. Para todos en la emisora constituía un referente de bondad.
En COPE implementó una programación sociorreligiosa moderna, con Faustino Catalina, Eva Galvache, M. ª Eugenia Díaz o Pepe Blanco. Se centró en la emigración, la mujer, la ecología o la educación. Consideraba que la radio es un medio idóneo para «no encerrar el gran Mensaje en la sacristía». También se hizo cargo de la programación religiosa de TVE con Julián del Olmo.
De nuevo en Valladolid, como prior, sufrió un mieloma múltiple que le fue carcomiendo los huesos. Su médico, Manuel González de la Fuente, subraya su enorme serenidad sin desfallecer ante el dolor. Visité al padre Gago unos meses antes de morir; los efectos físicos de la enfermedad eran enormes y aún se ocupaba de un coro y tocaba el órgano. Como él mismo escribió: «Finalmente te das cuenta de que el camino angosto, la puerta estrecha, la cruz y la muerte, son tu camino, tu puerta, tu cruz y tu muerte. ¿Cómo no darte gracias, Señor Dios de la gloria, si has metido mi insignificante historia en la historia de tu hijo Jesús?».