Semana teñida de sangre - Alfa y Omega

Semana teñida de sangre

Los gobiernos de la Unión Europea podrían esforzarse mucho más en exigir a estos países el mismo trato que reciben aquí los fieles musulmanes. El principio de reciprocidad. Un derecho elemental

Elsa González
Foto: ACN España.

Parece teñida de sangre la basílica catedral de María Reina del Mundo, en el centro de Montreal. La imagen, que invade nuestra retina, se ha repetido los últimos días en iglesias y edificios emblemáticos de más de 15 países. El objetivo de esta semana de rojo es denunciar la falta de libertad religiosa en el mundo.

La campaña Red Week, promovida por la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN), pretende llamar la atención de la persecución o discriminación que sufren millones de personas por su creencia, la mayoría cristianos. La propuesta nació en 2015, cuando se iluminó de rojo el Cristo de Río de Janeiro, una de las siete maravillas modernas del mundo. El Coliseo de Roma se sumó otro año a este intento de concienciar a la ciudadanía de una realidad tan olvidada en Occidente.

Este año, la iniciativa tiene rostro de mujer. ACN ha fijado el foco en las niñas y mujeres cristianas o de otras minorías religiosas que sufren secuestros, matrimonios forzados, conversiones obligadas y violencia sexual. En Pakistán denunciaban recientemente cómo una niña de 13 años, Zara Pervaiz, había sido víctima de secuestro, convertida al islam y obligada a casarse, ante la desesperación y la impotencia de sus padres. Es un caso de los cientos que se producen cada año. La periodista Nadia Stephen, experta en la defensa de los derechos de las mujeres paquistaníes lamenta que las denuncias caen en saco roto. Afirma que reina la impunidad, porque las instituciones no se implican y «la injusticia y la violación del Estado de Derecho se están convirtiendo en una peligrosa tendencia en el país».

Las denuncias por el secuestro de niñas cristianas e hindúes para convertirlas al islam y casarlas forzadamente crecieron un 80 % en 2021 y este año parece mantenerse la terrible tendencia. Y no podemos olvidar que muchas familias no denuncian por miedo a las represalias. En Pakistán, los cristianos representan el 1,9 %. En China y en India ha aumentado la presión sobre los cristianos con arrestos y cierre de iglesias.

El que fuera embajador en el Vaticano, Francisco Vázquez, advierte de que el cristianismo está en trance de desaparición en Oriente Medio, donde nació y predicó Jesús. En todos los países de la zona, excepto Israel y Líbano, se rigen por la sharía, y la práctica de cualquier religión no musulmana está prohibida. En algunos lugares, incluso, la policía religiosa sanciona a quien porta símbolos religiosos; quienes no son musulmanes deben pagar el impuesto de la jizya, ver marcadas las propiedades con la n de nassari —nazareno—, o sufrir hasta condena de muerte.

En menos de un siglo, el número de cristianos en la zona ha pasado del 20 al 4 %. El caso más drástico se halla en Irak, donde en los últimos años más de un millón de cristianos han tenido que huir del país.

Los gobiernos de la Unión Europea podrían esforzarse mucho más en exigir a estos países el mismo trato que reciben aquí los fieles musulmanes. El principio de reciprocidad. Un derecho internacional elemental. Y una defensa imprescindible de la libertad de estas minorías que no pueden hacer oír su voz ni su protesta.

En otras zonas, como República Centroafricana, los cristianos constituyen las tres cuartas partes de la población, pero ACN denuncia que son vulnerables al acoso constante. En Nigeria la persecución a los cristianos alcanza el umbral del genocidio.

En Colombia, la fundación pontificia ha organizado encuentros con Gloria Narváez, la religiosa secuestrada por terroristas islámicos durante casi cinco años en Mali. El testimonio impresiona: los terroristas se llevaban a otra persona, pero ella se ofreció voluntaria y les propuso el intercambio. Estuvo a punto de morir y el último año permaneció sola como rehén.

La Red Week constituye una llamada de atención para no quedarse de brazos cruzados ante la ausencia de uno de los pilares de la democracia: la falta de libertad religiosa.