El equilibrio ético de la sociedad del bienestar - Alfa y Omega

El equilibrio ético de la sociedad del bienestar

Es urgente asumir una producción y un consumo responsables con políticas energéticas que proporcionen, además, autonomía. La dependencia externa se ha vuelto el gran enemigo de la globalización

Elsa González
Foto: Elsa Tadea.

Muchos de nuestros campos, como si de una cosecha alimentaria se tratara, aparecen ahora sembrados de paneles solares. El producto es tan valioso como el cereal o la viña.

La búsqueda de fuentes de energía encuentra en el sol, el agua o el aire alternativas para frenar el aumento de la temperatura en nuestra casa común, la que compartimos con 8.000 millones de habitantes. Muchos de ellos, no lo olvidemos, viven con derecho a cocina terrenal, o ni siquiera, y a otros no les importa crear un lodazal, despreocupados de quien viene detrás.

A los efectos de la contaminación se ha sumado una guerra que está removiendo los pilares del bienestar de la ciudadanía con voz de Occidente. La escasez del gas y el elevado precio del crudo van a provocar un duro invierno a millones de personas.

Un nuevo orden mundial recorre el modelo geopolítico establecido y zarandea la actualidad como un fantasma en busca de un equilibrio de poderes. La tecnología ha acelerado el proceso de cambio, pero las consecuencias de la crisis siempre recaen sobre los más débiles.

En el último siglo apenas fuimos conscientes de los graves ataques que provocamos al ecosistema. La Amazonia, auténtico pulmón del planeta, emite más carbono a la atmósfera del que retiene. Son siete millones de kilómetros cuadrados, el 5 % de la superficie de la tierra. La región amazónica alberga el 20 % del agua dulce no congelada y un tercio de los bosques del mundo. Una selva que se ha reducido notablemente en los últimos años.

Las llamadas de atención se han quedado literalmente en eso. El Papa Francisco ha pedido actuar «de inmediato» tras los tímidos avances de los países prósperos en la eliminación de los combustibles fósiles.

El coste del despilfarro ha sido enorme. La FAO, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, denuncia que cada año una tercera parte de los alimentos acaba en los vertederos. Su producción contamina inútilmente. Un derroche económico, ambiental y energético que ni siquiera sirve para paliar el hambre de los 800 millones de personas que la sufren en todo el mundo. «La tierra gime —advierte el Papa— y nos ruega que detengamos nuestros abusos y su destrucción». Y propone ir más allá: una ecología integral del ser humano. «Cualquier menoscabo de la solidaridad y del civismo produce daños ambientales».

La solución debe ser tan global como el problema, que afecta a todos los ámbitos de la vida. Y empieza por las grandes decisiones institucionales y por cada uno de nosotros. Es una cuestión de conciencia individual. Debemos favorecer la cultura de la generosidad, del esfuerzo, el reciclaje, el ahorro en el transporte o el consumo doméstico. Un comportamiento justo incide directamente en la calidad de la vida humana. El abuso o la sinrazón también generan consecuencias ecológicas.

El esfuerzo debe ser superior en los países desarrollados, con mayor capacidad para hacer frente a la crisis; en zonas deprimidas la reducción energética supone frenar el crecimiento.

Energía y civilización poseen una relación histórica. La renuncia en el consumo no puede ser igualitaria. El aumento del gasto energético ha estado ligado al desarrollo humano. Una parte de la población mundial requiere más combustible para fomentar su prosperidad. Ahora en Occidente la fuente de energía más limpia es el ahorro, por un lado, y una política de atención a los hogares en situación de vulnerabilidad, por otro. Medidas justas que alivien el impacto de la situación.

La crisis energética actual llevará dolor, necesidad y enfermedad a miles de familias. Resulta difícil hacer frente al precio de la electricidad, del gas o del petróleo. Encender la calefacción o disponer de agua caliente aparece como un lujo para millones de personas.

Es urgente asumir una producción y un consumo responsables con políticas energéticas que proporcionen, además, autonomía. La dependencia externa se ha vuelto el gran enemigo de la globalización.

Los expertos estiman que los problemas de escasez, de precio y de impacto ambiental permanecerán, al menos, dos décadas. Gran parte del parque nuclear dejará de estar operativo durante ese tiempo y el reemplazo será menor y lento; es preciso fortalecer las renovables hasta que la fusión nuclear constituya una fuente energética real.

Resulta inmoral permanecer impasibles ante una crisis que nos lleva a replantear el equilibrio ético de la actual sociedad del bienestar.