Diez años consagrada
«Se quedó inmóvil, prendado por lo que veían sus ojos». Benedicto XVI paró en seco la procesión de entrada a la Sagrada Familia el día de su dedicación, que cumple estos días su décimo aniversario
«Ha sido un día inolvidable». Estas fueron las últimas palabras que Benedicto XVI dirigió al jesuita Enric Puig Jofra, coordinador de la visita del Pontífice en 2010 a Barcelona, antes de subirse al avión de vuelta a Roma. Este sábado, 7 de noviembre, se cumplieron diez años de aquel momento, en el que el ahora Papa emérito consagraba la basílica de la Sagrada Familia. El Pontífice alemán no conocía la obra cumbre de Gaudí. «Al menos, su interior». Por eso Puig recuerda nítidamente cómo la procesión de entrada se paró en seco tras la apertura de la puerta del Padrenuestro: «Se quedó inmóvil, prendado por lo que veían sus ojos: las dimensiones del templo, su armonía estructural, los juegos de luces». Se detuvo a contemplarlo, y con él, «la procesión de acólitos, diáconos, sacerdotes, obispos y cardenales concelebrantes».
Certeras pues las palabras que el Papa pronunció a continuación: «Gaudí quiso unir la inspiración que le llegaba de los tres grandes libros en los que se alimentaba como hombre, como creyente y como arquitecto: el libro de la naturaleza, el libro de la Sagrada Escritura y el libro de la liturgia». «Introdujo piedras, árboles y vida humana dentro del templo, para que toda la creación convergiera en la alabanza divina», pero al mismo tiempo sacó los retablos afuera, «para poner ante los hombres el misterio de Dios revelado en el nacimiento, pasión, muerte y resurrección de Jesucristo», añadió. De este modo, «hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre la belleza de las cosas y Dios como Belleza». «Esto lo realizó Antoni Gaudí no con palabras sino con piedras, trazos, planos y cumbres».
Por eso la basílica de la Sagrada Familia se ha convertido en un símbolo de Barcelona, siendo «especialmente significativa para los creyentes como respuesta de fe desde la modernidad, y también para muchas personas como referente cultural identificador», recalca Puig. Ya en su visita el Papa emérito lo vio claro: «La dedicación de la Sagrada Familia, en una época en la que el hombre pretende edificar su vida de espaldas a Dios, como si ya no tuviera nada que decirle, resulta un hecho de gran significado». El arquitecto –actualmente en proceso de beatificación–, «nos muestra que Dios es la verdadera medida del hombre. Que el secreto de la auténtica originalidad está, como decía él, en volver al origen, que es Dios».
2020 iba a ser un año decisivo para las obras de la basílica. El objetivo era adelantar las torres centrales, algo que iba a tener un claro impacto en el skyline de Barcelona. La torre de Jesucristo –que tendrá una altura de 172,5 metros– iba a llegar hasta los 130. Pero el coronavirus –y el descenso en los ingresos por visitas– ha dinamitado el calendario y ni las torres estarán en 2022 ni la fachada de la Gloria en 2026.
La que sí seguirá su curso es la torre de María. Desde que se retomaron las obras, a mediados de octubre, los responsables de la construcción se han propuesto levantar el pináculo de 138 metros de altura para 2021. Todos los niveles ya están colocados y faltan elementos de la parte final de la torre, que estará coronada por una estrella de doce puntas iluminada.