«Desconfío de mi primera decisión»
«¿Quién es Jorge Mario Bergoglio?» El Papa se queda mirando en silencio al entrevistador. «Yo soy un pecador. Esta es la definición más exacta», responde por fin. «Soy un pecador en quien el Señor ha puesto los ojos»…
La entrevista pasa a su condición de jesuita, pero súbitamente, da un giro, y la conversación entronca de lleno con un tema de máxima actualidad: la reforma de la Iglesia.
«¿Qué aspecto de la espiritualidad ignaciana le ayuda más a vivir su ministerio?», pregunta el padre Spadaro. «El discernimiento», responde el Papa Francisco. «Me ha impresionado siempre una máxima con la que suele describirse la visión de Ignacio: no tener límite para lo grande, pero concentrarse en lo pequeño… Es hacer las cosas pequeñas de cada día con el corazón grande y abierto a Dios y a los otros. Es dar su valor a las cosas pequeñas en el marco de los grandes horizontes, los del Reino de Dios».
«Es posible tener proyectos grandes y llevarlos a cabo actuando sobre cosas mínimas», explica el Papa. «Podemos usar medios débiles que resultan más eficaces que los fuertes, como dice san Pablo en la Primera Carta a los Corintios».
«Un discernimiento de este tipo requiere tiempo. Son muchos, por poner un ejemplo, los que creen que los cambios y las reformas pueden llegar en un tiempo breve. Yo soy de la opinión de que se necesita tiempo para poner las bases de un cambio verdadero y eficaz. Se trata del tiempo del discernimiento.
Y a veces, por el contrario, el discernimiento nos empuja a hacer ya lo que inicialmente pensábamos dejar para más adelante. Es lo que me ha sucedido a mí en estos meses. Y el discernimiento se realiza siempre en presencia del Señor, sin perder de vista los signos, escuchando lo que sucede, el sentir de la gente, sobre todo de los pobres. Mis decisiones, incluso las que tienen que ver con la vida normal, como el usar un coche modesto, van ligadas a un discernimiento espiritual que responde a exigencias que nacen de las cosas, de la gente, de la lectura de los signos de los tiempos. El discernimiento en el Señor me guía en mi modo de gobernar».
«Pero, mire, yo desconfío de las decisiones tomadas improvisadamente», añade. «Desconfío de mi primera decisión, es decir, de lo primero que se me ocurre hacer cuando debo tomar una decisión. Suele ser un error. Hay que esperar, valorar internamente, tomarse el tiempo necesario. La sabiduría del discernimiento nos libra de la necesaria ambigüedad de la vida, y hace que encontremos los medios oportunos, que no siempre se identificarán con lo que parece grande o fuerte».
Colegialidad
El Papa reconoce errores de gobierno en su etapa como superior provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, cuando tenía sólo 36 años. «Corrían tiempos difíciles para la Compañía: había desaparecido una generación entera de jesuitas… Había que afrontar situaciones difíciles, y yo tomaba mis decisiones de manera brusca y personalista… Mi forma autoritaria y rápida de tomar decisiones me ha llevado a tener problemas serios y a ser acusado de ultraconservador. Tuve un momento de gran crisis interior estando en Córdoba. No habré sido ciertamente como la beata Imelda, pero jamás he sido de derechas. Fue mi forma autoritaria de tomar decisiones la que me creó problemas».
Con perspectiva, el Papa cree que el Señor le ha permitido «esta pedagogía de gobierno, aunque haya sido por medio de mis defectos y mis pecados». Como arzobispo de Buenos Aires, comprobó las virtudes de consultar a sus colaboradores para «optar por las decisiones mejores». «Ahora, sin embargo, oigo a algunas personas que me dicen: No consulte demasiado y decida. Pero yo creo que consultar es muy importante. Los consistorios y los sínodos, por ejemplo, son lugares importantes para lograr que esta consulta llegue a ser verdadera y activa. Lo que hace falta es darles una forma menos rígida. Deseo consultas reales, no formales. La consulta a los ocho cardenales, ese grupo consultivo externo, no es decisión solamente mía, sino que es fruto de la voluntad de los cardenales, tal como se expresó en las Congregaciones Generales antes del Cónclave. Y deseo que sea una consulta real, no formal».
En otro momento de la entrevista, el Papa afirma que «los dicasterios romanos están al servicio del Papa y de los obispos: tienen que ayudar a las Iglesias particulares y a las conferencias episcopales. Son instancias de ayuda. Pero, en algunos casos, cuando no son bien entendidos, corren peligro de convertirse en organismos de censura. Impresiona ver las denuncias de falta de ortodoxia que llegan a Roma. Pienso que quien debe estudiar los casos son las conferencias episcopales locales, a las que Roma puede servir de valiosa ayuda. La verdad es que los casos se tratan mejor sobre el terreno. Los dicasterios romanos son mediadores, no intermediarios ni gestores».
«Debemos caminar juntos: la gente, los obispos y el Papa», dice también el Santo Padre. «Hay que vivir la sinodalidad a varios niveles. Quizá es tiempo de cambiar la metodología del sínodo, porque la actual me parece estática. Eso podrá llegar a tener valor ecuménico, especialmente con nuestros hermanos ortodoxos. De ellos podemos aprender mucho sobre el sentido de la colegialidad episcopal y sobre la tradición de sinodalidad. El esfuerzo de reflexión común, observando cómo se gobernaba la Iglesia en los primeros siglos, antes de la ruptura entre Oriente y Occidente, acabará dando frutos», añade, en referencia al núcleo del diálogo en los últimos años con la Ortodoxia.
Iglesias jóvenes e Iglesias antiguas
Al hablar de colegialidad en la reforma de la Iglesia, un aspecto esencial es dar más voz a las Iglesias locales, lo que hará el grupo de ocho cardenales, que asistirá al Santo Padre en el gobierno de la Iglesia universal. El Papa aborda en la entrevista la relación entre Iglesias jóvenes y antiguas, que compara con «la relación que existe entre jóvenes y ancianos en una sociedad: construyen el futuro, unos con su fuerza y los otros con su sabiduría. El riesgo está siempre presente, es obvio; las Iglesias más jóvenes corren peligro de sentirse autosuficientes, y las más antiguas el de querer imponer a los jóvenes sus modelos culturales. Pero el futuro se construye unidos».
Las clases medias de la santidad
La comprensión del Papa acerca de la colegialidad no se limita, sin embargo, a la relación entre el obispo de Roma y el resto de sucesores de los apóstoles. «El pueblo es sujeto. Y la Iglesia es el pueblo de Dios en camino a través de la historia, con gozos y dolores», afirma Francisco. «Sentir con la Iglesia, por tanto, para mí quiere decir estar en este pueblo. Y el conjunto de fieles es infalible cuando cree, y manifiesta esta infalibilidad suya al creer, mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo que camina».
«Obviamente hay que tener cuidado de no pensar que esta infallibilitas de todos los fieles, de la que he hablado a la luz del Concilio, sea una forma de populismo», aclara. «No: es la experiencia de la santa madre Iglesia jerárquica, como la llamaba san Ignacio, de la Iglesia como pueblo de Dios, pastores y pueblo juntos. La Iglesia es la totalidad del pueblo de Dios».
Se refiere entonces el Papa a «la santidad en el pueblo de Dios, su santidad cotidiana. Existe una clase media de la santidad de la que todos podemos formar parte, aquella de que habla Malègue», añade, en referencia al escritor
francés autor de la trilogía incompleta Pierres noires: Les Classes moyennes du Salut. «Veo la santidad -prosigue el Papa- en el pueblo de Dios paciente: una mujer que cría a sus hijos, un hombre que trabaja para llevar a casa el pan, los enfermos, los sacerdotes ancianos tantas veces heridos pero siempre con su sonrisa porque han servido al Señor, las religiosas que tanto trabajan y que viven una santidad escondida. Esta es, para mí, la santidad común. Yo asocio frecuentemente la santidad a la paciencia: no solo la paciencia como hypomoné, hacerse cargo de los sucesos y las circunstancias de la vida, sino también como constancia para seguir hacia delante día a día. Esta es la santidad de la Iglesia militante de la que habla el mismo san Ignacio. Esta era la santidad de mis padres: de mi padre, de mi madre, de mi abuela Rosa, que me ha hecho tanto bien. En el breviario llevo el testamento de mi abuela Rosa, y lo leo a menudo: porque para mí es como una oración. Es una santa que ha sufrido mucho, incluso moralmente, y ha seguido valerosamente siempre hacia delante».
«Esta Iglesia con la que debemos sentir es la casa de todos, no una capillita en la que cabe solo un grupito de personas selectas», afirma Francisco. «No podemos reducir el seno de la Iglesia universal a un nido protector de nuestra mediocridad».
La mujer en la Iglesia
«Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia», dice Francisco, en un fragmento de la entrevista de especial interés.
El Papa ya ha había hablado públicamente sobre la necesidad de hacer más visible esa presencia de la mujer, pero ahora, advierte al mismo tiempo frente al riesgo de un «machismo con faldas, porque la mujer tiene una estructura diferente del varón. Pero los discursos que oigo sobre el rol de la mujer a menudo se inspiran en una ideología machista».
Eso sí, «las mujeres están formulando cuestiones profundas que debemos afrontar», y «la Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer y el papel que esta desempeña», aclara. «La mujer es imprescindible para la Iglesia. María, una mujer, es más importante que los obispos. Digo esto porque no hay que confundir la función con la dignidad. Es preciso, por tanto, profundizar más en la figura de la mujer en la Iglesia. Hay que trabajar más hasta elaborar una teología profunda de la mujer. Sólo tras haberlo hecho podremos reflexionar mejor sobre su función dentro de la Iglesia».