«¡Dejadnos vivir!»
El Sínodo de los Obispos para Oriente Medio encara su recta final. El Papa clausurará, el domingo, una cumbre eclesial que durará sólo 14 días, porque los pastores de esta convulsa región no pueden permitirse ausentarse durante más tiempo. Este factor explica también la intensidad de los debates
Las difíciles relaciones con el Islam ilustran el tipo de discusiones que sostienen los padres sinodales. Se trata, literalmente, de cuestiones de vida o muerte para una Iglesia amenazada de extinción en la región en la que fue anunciado por primera vez el Evangelio, y no hay lugar para charlas de salón, con té y pastas, destaca el corresponsal norteamericano John L. Allen. «¡Llevaos nuestras riquezas, pero dejadnos vivir en paz!», dijo ante la Asamblea el obispo auxiliar de Bagdad, monseñor Warduni, convencido a veces —confesó— de que existe una campaña deliberada para expulsar a los cristianos no sólo de Irak, sino de todo Oriente Próximo.
Y, sin embargo, el sínodo proclama también algo que va mucho más allá que cualquier alianza de civilizaciones: cristianos y musulmanes son «conciudadanos, comparten la misma lengua y la misma cultura, las mismas alegrías y sufrimientos». Así se recoge en la síntesis o Relatio post Disceptationem, que presentó el lunes, en el ecuador del sínodo, el relator general, su Beatitud Antonios Naguib, Patriarca de Alejandría (Egipto). «Dios Amor ama a los musulmanes», afirma. «No hay que discutir con los musulmanes, sino amarlos».
Esto no significa ignorar las diferencias ni los problemas. «Los cristianos de Oriente Medio son ciudadanos nativos», y deben gozar de plenos derechos, se reivindica en el documento-resumen. Frente al término laicidad positiva, «asociado con el ateísmo y la secularización» de Occidente, los padres sinodales han preferido el de Estado cívico, aunque en definitiva se trata del «reconocimiento del papel de la religión, incluso en la vida pública, y en los valores morales», y el respeto a la libertad religiosa, con distinción «entre el orden civil y el orden religioso».
El diálogo ecuménico es otro tema candente. La hostilidad hacia los cristianos y su condición de minoría hace, a menudo, que este diálogo sea allí una necesidad vital. «En varias ocasiones se ha expresado el deseo de unificar las fechas de Navidad y de Pascua entre católicos y ortodoxos», recoge la Relatio. «Deseamos también la unificación del texto árabe de las oraciones principales, comenzando por el padrenuestro. La petición de un hermano delegado para instaurar una fiesta de los mártires, que sea celebrada por todos los cristianos, fue bien recibida». Se trata de dar un testimonio convincente. El obispo auxiliar latino de Jerusalén, monseñor William Shomali, hizo notar la fuerza que tendría un ayuno conjunto de todos los cristianos si coincidieran las fechas de Cuaresma.
Pero, ante todo, los católicos deben cultivar la comunión entre los diferentes ritos orientales y en el seno de cada uno de éstos, sostiene el documento. Y la comunión —como expuso el Papa en la homilía de apertura— pasa por la conversión. «El peligro que amenaza a los cristianos de Oriente Medio no proviene solamente de su situación de minoría, ni de las amenazas externas —se lee en la síntesis del Patriarca de Alejandría—, sino sobre todo de su alejamiento de la verdad de su Evangelio, de su fe y de su misión. La duplicidad de la vida es más peligrosa para el cristianismo que cualquier otra amenaza».
Ése es el contexto en el que el sínodo aborda los problemas de la región, sin ignorar las dificultades de tipo político o social, pero situándolas en una lectura creyente de la realidad y de la historia. En la primera sesión del Sínodo, Benedicto XVI tuvo una larga intervención sin papeles, en la que expuso cómo «el grito de la Cruz, la sangre de los mártires, el dolor, el grito de la Madre Iglesia» se actualiza en cada generación, porque «la caída de los dioses» falsos y «la transformación del mundo, el conocimiento del verdadero Dios, la pérdida de poder de las fuerzas que dominan la tierra, es un proceso de dolor». Y prosiguió el Papa: «Y si miramos bien, vemos que este proceso nunca ha terminado».
«Cristo debe nacer para el mundo con la caída de los dioses, con el dolor, el martirio de los testigos», les dijo Benedicto XVI a los fieles de estas Iglesias orientales, tan probados en la dificultad.